-¡Hombre!
¿Qué pasa, cómo lo llevas? ‒me dice mi vecino de terraza cuando salimos a las
ocho de la tarde a aplaudir mientras suena la música de fondo del Resistiré.
-¡Pues
bien, ya lo ves! ¡Más o menos como tú! ‒le respondo desde metro y medio, por aquello de que
es conveniente guardar la “distancia social”.
-Ahora
estarás escribiendo mogollón, con lo que te gusta y el tiempo libre que tienes,
¿verdad?
-Pues…,
no creas. Estoy seco de ideas. Desde que empezó esto del coronavirus, me cuesta
la misma vida poner una palabra detrás de otra. Es como si el confinamiento me
hubiera quitado la creatividad de golpe, como si la imaginación se hubiera
tomado vacaciones de buenas a primeras.
-Eso es
que estás preocupado por tu salud…, como todo el mundo; y quien diga que no lo
está, o miente o es un inconsciente.
Cuando
acaban los aplausos y entro en el salón pienso en la breve conversación que he
tenido con el vecino. No estoy totalmente de acuerdo con él. Claro que estoy
preocupado, no sólo por mi salud, la de mis familiares y amigos. También me preocupa
lo que pueda durar esta obligada reclusión, aunque a mí no me falta de nada:
estoy al abrigo de mis cuatro paredes, confortablemente atendido, y sin
exponerme lo más mínimo al contagio (lo que no implica que pueda contagiarme,
soy consciente de ello). Pero parece que mi vecino ha espoleado mis
entendederas. Pienso un poco, ordeno mis ideas y veo que no es mi salud ni mi
confinamiento lo que atenaza a mi inventiva. Tratando de descubrir qué me
preocupa más allá de eso, qué es lo que tiene sujeta a mi mente, me pongo al
ordenador y escribo sobre lo que está pasando estos días.
Transitan
por las redes sociales videos virales de toda índole. Chistosos unos, anodinos
e insulsos otros, e incluso inoportunos, maliciosos o intencionadamente
perversos algunos. Suenan versiones de canciones que se han hecho insignias e
himnos de aliento para la población, que unen a la gente y son muy de agradecer
porque levantan el ánimo. También circulan videos educativos sobre cómo
afrontar esta situación desde distintas perspectivas: sanitarios, psicológicos,
religiosos, económicos, alimentarios, culturales, lúdicos… Nos invaden el móvil
con fotografías y mensajes para ayudarnos a sobrellevar la difícil situación de
enclaustramiento. Salimos a aplaudir al unísono a ventanas, terrazas y balcones
para mostrar nuestro agradecimiento a quienes exponen su salud para prestarnos
sus servicios y preservar la nuestra: sanitarios, transportistas, agentes de
las fuerzas y cuerpos de seguridad, empleados de mantener la salubridad en las calles
y los estantes abastecidos en los comercios de alimentación... En fin, hacemos
todo lo posible para sobrellevar el confinamiento y seguir en comunicación los
unos con los otros. Según dicen las autoridades, y se nos reconoce en todo el
mundo, estamos cumpliendo las normas dictadas de necesaria reclusión para
evitar al máximo la expansión de la pandemia y que no vaya a más. Pero, a pesar
de que no se puede hacer otra cosa que lo que hacemos ‒y lo estamos haciendo bien, en
general‒…,
estoy más preocupado de lo normal. ¿Por qué?
Entonces
me doy cuenta de que lo que de verdad me preocupa es la gravedad de lo que como
género humano nos está pasando. Por fortuna, junto a esta lógica preocupación
convive y prevalece en mí la idea clara de que vamos a salir de esta situación,
aunque cuando eso ocurra la pandemia se habrá cobrado, por desgracia,
demasiadas vidas. Sin embargo, como he dicho tengo la firme esperanza de que
todo acabará y veremos de nuevo la luz al final del túnel. Así lo pienso y
estoy convencido de ello.
Voy un
poco más lejos en mi reflexión, miro más dentro de mi interior y descubro que
mi gran desasosiego radica en no saber si cuando esta situación finalice saldré
mejor persona que cuando entré en ella o, por el contrario, no habré aprendido nada.
Y por extensión, si como grupo humano, como colectividad, saldremos mejores o
no habremos sacado ninguna enseñanza para nuestro futuro. Porque, aunque ahora
todos decimos que ésta es una lección que deberíamos aprender bien y sacar los
mejores frutos de ella, es muy posible que solamente se trate de buenas
intenciones..., pero pasajeras. El género humano es muy desmemoriado, tiene ese
defecto, ¡qué le vamos a hacer!
En
estos días es evidente la disposición generosa de todos con todos,
especialmente con los más desfavorecidos. Hemos desempolvado nuestra dormida
humanidad. ¿Será lo mismo cuando se normalice la situación o seguiremos
mirándonos cada uno nuestro propio ombligo, yendo cada cual a lo suyo y sálvese
el que pueda?
También
vemos que los índices de contaminación han descendido, y no poco. En televisión
ponen fotos que comparan los cielos de las grandes ciudades antes y después, ¡y
qué diferencia! ¿Seguiremos dentro de unas semanas abusando de los motores de
combustión como hasta hace mes y medio lo hacíamos? ¿Utilizaremos dos o tres
coches por familia, sólo por comodidad y porque podemos permitírnoslo?
Disfrutamos
ahora al ver videos de ciervos que se acercan a la playa. Al menos yo me
regocijo contemplando animales que transitan por los espacios que anteriormente
eran suyos y que impunemente les hemos usurpado para dedicarlos a
urbanizaciones. ¿Aprenderemos la lección que nos dice que la naturaleza tiene
espacios reservados para sus criaturas y que debemos respetarlos
escrupulosamente y no especular con ellos?
Nos
preocupa la situación de la investigación médica, porque buscamos contra reloj
una vacuna o cualquier otra solución que detenga este terrible mal que nos
aqueja. ¿Nos acordaremos luego de la relevancia que tienen los servicios de investigación,
educación, sanidad y atención a la tercera edad que conlleva un estado de
bienestar como es debido, frente a lo poco importantes que son eventos como la
liga, la champions y demás ocupaciones (iba a decir zarandajas, pero me he
arrepentido a tiempo) que nos sorben el seso a la mayoría de los mortales?
Nos han
dejado sin poder ir a misas, entierros, primeras comuniones y otras expresiones
religiosas. ¿Habremos aprendido que sin pisar un templo podemos rezar, meditar
y acercarnos más a Dios que en cualquier acto litúrgico a los que acudimos
muchas veces por rutina? ¿Habremos descubierto que lo único que Jesús nos
demanda es amor al prójimo? ¿Que lo que nos pide son esas acciones humanitarias
y solidarias, aunque de estricta justicia, que en estos días se ponen de
manifiesto, pero que a saber si pronto se nos olvidarán?
Después
de haber sacado a la luz estas cuantas reflexiones de las muchas que me vienen
a la cabeza ‒que
seguro se le han ocurrido a millones de personas igual que a mí‒, me quedo más tranquilo. Aunque
no menos preocupado. Porque al igual que creo firmemente en la bondad del
género humano, no ignoro la estupidez que a veces nos ciega y lo sumamente
olvidadizos que somos.
Ojalá
me equivoque y esta vez la lección cale hondo y la retengamos en nuestra
memoria y en nuestro corazón mucho tiempo, cuanto más mejor. Sin querer ser
agorero, no me cabe duda de que los tiempos venideros serán difíciles y
tendremos que estar preparados para los nuevos riesgos globales ‒sanitarios, ecológicos,
económicos y de otros tipos‒ que nos asediarán si no ponemos freno a los desmanes
de toda índole que cometemos contra nosotros mismos y contra la naturaleza.
Al día
siguiente salgo a la terraza y saludo de nuevo al vecino:
-¡Otra
vez aquí, a cumplir como buenos ciudadanos! ‒me dice.
-Sí,
pero menos seco de ideas y con más lucidez que ayer ‒le contesto.
Y se
pone contento cuando le paso ‒ambos con las manos convenientemente enguantadas‒ estas cuartillas para que las
lea. Ya me dirá qué le parecen.
Antonio Titos Moreno
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