miércoles, 22 de abril de 2020

REFLEXIONES DE UN CONFINADO

         -¡Hombre! ¿Qué pasa, cómo lo llevas? me dice mi vecino de terraza cuando salimos a las ocho de la tarde a aplaudir mientras suena la música de fondo del Resistiré.
         -¡Pues bien, ya lo ves! ¡Más o menos como tú! le respondo desde metro y medio, por aquello de que es conveniente guardar la “distancia social”.
         -Ahora estarás escribiendo mogollón, con lo que te gusta y el tiempo libre que tienes, ¿verdad?
         -Pues…, no creas. Estoy seco de ideas. Desde que empezó esto del coronavirus, me cuesta la misma vida poner una palabra detrás de otra. Es como si el confinamiento me hubiera quitado la creatividad de golpe, como si la imaginación se hubiera tomado vacaciones de buenas a primeras.
         -Eso es que estás preocupado por tu salud…, como todo el mundo; y quien diga que no lo está, o miente o es un inconsciente.

         Cuando acaban los aplausos y entro en el salón pienso en la breve conversación que he tenido con el vecino. No estoy totalmente de acuerdo con él. Claro que estoy preocupado, no sólo por mi salud, la de mis familiares y amigos. También me preocupa lo que pueda durar esta obligada reclusión, aunque a mí no me falta de nada: estoy al abrigo de mis cuatro paredes, confortablemente atendido, y sin exponerme lo más mínimo al contagio (lo que no implica que pueda contagiarme, soy consciente de ello). Pero parece que mi vecino ha espoleado mis entendederas. Pienso un poco, ordeno mis ideas y veo que no es mi salud ni mi confinamiento lo que atenaza a mi inventiva. Tratando de descubrir qué me preocupa más allá de eso, qué es lo que tiene sujeta a mi mente, me pongo al ordenador y escribo sobre lo que está pasando estos días.
         Transitan por las redes sociales videos virales de toda índole. Chistosos unos, anodinos e insulsos otros, e incluso inoportunos, maliciosos o intencionadamente perversos algunos. Suenan versiones de canciones que se han hecho insignias e himnos de aliento para la población, que unen a la gente y son muy de agradecer porque levantan el ánimo. También circulan videos educativos sobre cómo afrontar esta situación desde distintas perspectivas: sanitarios, psicológicos, religiosos, económicos, alimentarios, culturales, lúdicos… Nos invaden el móvil con fotografías y mensajes para ayudarnos a sobrellevar la difícil situación de enclaustramiento. Salimos a aplaudir al unísono a ventanas, terrazas y balcones para mostrar nuestro agradecimiento a quienes exponen su salud para prestarnos sus servicios y preservar la nuestra: sanitarios, transportistas, agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad, empleados de mantener la salubridad en las calles y los estantes abastecidos en los comercios de alimentación... En fin, hacemos todo lo posible para sobrellevar el confinamiento y seguir en comunicación los unos con los otros. Según dicen las autoridades, y se nos reconoce en todo el mundo, estamos cumpliendo las normas dictadas de necesaria reclusión para evitar al máximo la expansión de la pandemia y que no vaya a más. Pero, a pesar de que no se puede hacer otra cosa que lo que hacemos y lo estamos haciendo bien, en general…, estoy más preocupado de lo normal. ¿Por qué?
         Entonces me doy cuenta de que lo que de verdad me preocupa es la gravedad de lo que como género humano nos está pasando. Por fortuna, junto a esta lógica preocupación convive y prevalece en mí la idea clara de que vamos a salir de esta situación, aunque cuando eso ocurra la pandemia se habrá cobrado, por desgracia, demasiadas vidas. Sin embargo, como he dicho tengo la firme esperanza de que todo acabará y veremos de nuevo la luz al final del túnel. Así lo pienso y estoy convencido de ello.
         Voy un poco más lejos en mi reflexión, miro más dentro de mi interior y descubro que mi gran desasosiego radica en no saber si cuando esta situación finalice saldré mejor persona que cuando entré en ella o, por el contrario, no habré aprendido nada. Y por extensión, si como grupo humano, como colectividad, saldremos mejores o no habremos sacado ninguna enseñanza para nuestro futuro. Porque, aunque ahora todos decimos que ésta es una lección que deberíamos aprender bien y sacar los mejores frutos de ella, es muy posible que solamente se trate de buenas intenciones..., pero pasajeras. El género humano es muy desmemoriado, tiene ese defecto, ¡qué le vamos a hacer!
         En estos días es evidente la disposición generosa de todos con todos, especialmente con los más desfavorecidos. Hemos desempolvado nuestra dormida humanidad. ¿Será lo mismo cuando se normalice la situación o seguiremos mirándonos cada uno nuestro propio ombligo, yendo cada cual a lo suyo y sálvese el que pueda?
         También vemos que los índices de contaminación han descendido, y no poco. En televisión ponen fotos que comparan los cielos de las grandes ciudades antes y después, ¡y qué diferencia! ¿Seguiremos dentro de unas semanas abusando de los motores de combustión como hasta hace mes y medio lo hacíamos? ¿Utilizaremos dos o tres coches por familia, sólo por comodidad y porque podemos permitírnoslo?
         Disfrutamos ahora al ver videos de ciervos que se acercan a la playa. Al menos yo me regocijo contemplando animales que transitan por los espacios que anteriormente eran suyos y que impunemente les hemos usurpado para dedicarlos a urbanizaciones. ¿Aprenderemos la lección que nos dice que la naturaleza tiene espacios reservados para sus criaturas y que debemos respetarlos escrupulosamente y no especular con ellos?
         Nos preocupa la situación de la investigación médica, porque buscamos contra reloj una vacuna o cualquier otra solución que detenga este terrible mal que nos aqueja. ¿Nos acordaremos luego de la relevancia que tienen los servicios de investigación, educación, sanidad y atención a la tercera edad que conlleva un estado de bienestar como es debido, frente a lo poco importantes que son eventos como la liga, la champions y demás ocupaciones (iba a decir zarandajas, pero me he arrepentido a tiempo) que nos sorben el seso a la mayoría de los mortales?
         Nos han dejado sin poder ir a misas, entierros, primeras comuniones y otras expresiones religiosas. ¿Habremos aprendido que sin pisar un templo podemos rezar, meditar y acercarnos más a Dios que en cualquier acto litúrgico a los que acudimos muchas veces por rutina? ¿Habremos descubierto que lo único que Jesús nos demanda es amor al prójimo? ¿Que lo que nos pide son esas acciones humanitarias y solidarias, aunque de estricta justicia, que en estos días se ponen de manifiesto, pero que a saber si pronto se nos olvidarán?
         Después de haber sacado a la luz estas cuantas reflexiones de las muchas que me vienen a la cabeza que seguro se le han ocurrido a millones de personas igual que a mí, me quedo más tranquilo. Aunque no menos preocupado. Porque al igual que creo firmemente en la bondad del género humano, no ignoro la estupidez que a veces nos ciega y lo sumamente olvidadizos que somos.
         Ojalá me equivoque y esta vez la lección cale hondo y la retengamos en nuestra memoria y en nuestro corazón mucho tiempo, cuanto más mejor. Sin querer ser agorero, no me cabe duda de que los tiempos venideros serán difíciles y tendremos que estar preparados para los nuevos riesgos globales sanitarios, ecológicos, económicos y de otros tipos que nos asediarán si no ponemos freno a los desmanes de toda índole que cometemos contra nosotros mismos y contra la naturaleza.

         Al día siguiente salgo a la terraza y saludo de nuevo al vecino:
         -¡Otra vez aquí, a cumplir como buenos ciudadanos! me dice.
         -Sí, pero menos seco de ideas y con más lucidez que ayer le contesto.
    Y se pone contento cuando le paso ambos con las manos convenientemente enguantadas estas cuartillas para que las lea. Ya me dirá qué le parecen.

Antonio Titos Moreno

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