viernes, 14 de abril de 2017

UN POCO DE HISTORIA SOBRE LA SEMANA SANTA CORDOBESA

Obispo Trevilla
Si hay un acontecimiento que ha marcado la historia de la Semana Santa cordobesa y ha condicionado su forma de vivirla en las calles fue el reglamento publicado por el obispo Trevilla en 1820. Hasta entonces la Semana Santa cordobesa, con sus características y devociones propias, había seguido una evolución similar a la de otras ciudades de su entorno. Hasta mitad del siglo XVIII, en las parroquias de la ciudad existían numerosas hermandades, que cultivaban la devoción a las advocaciones de las imágenes de cristos, vírgenes y santos que se habían proliferado al calor de la Contrarreforma. Y en Semana Santa, preferentemente el Jueves y el Viernes Santo, salían en procesión camino de la Santa Iglesia Catedral, siendo acompañadas de los hermanos de luz y los flagelantes.

Desde mitad del siglo XVIII diversos obispos ilustrados trataron de amoldar la religiosidad popular a los nuevos tiempos, regulando su forma de vestir, los horarios, evitando las horas de la noche por ser más propicias a desórdenes, y prohibiendo las representaciones con personas reales, las flagelaciones, y otras manifestaciones que la minoría ilustrada consideraba ya supersticiosas y ofensivas para el buen gusto. Pero en eso no fue Córdoba una ciudad distinta de otras capitales vecinas. También es cierto que desde principios del siglo XIX las hermandades entraron en un declive considerable, desapareciendo muchas de ellas, debido a que quienes las habían venido sosteniendo, la aristocracia y la burguesía, se alejaron de la religiosidad popular y comenzaron a frecuentar otros ámbitos más mundanos.

Pero si quedaba algo de la religiosidad popular vinculada a la Semana Santa, con ello acabó el mencionado obispo Trevilla con su reglamento, en el que reducía los desfiles procesionales a uno solo en la tarde del Viernes Santo, llegando incluso a establecer las advocaciones que habrían de participar, que serían solamente la de la Oración en el Huerto, Jesús atado a la columna, Jesús Nazareno, Jesús Crucificado, Santo Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad, habiendo de procesionar por ese orden, acompañada cada una de su hermandad. Se prohíben los tradicionales hábitos y se preceptúa que los hermanos habrán de usar traje común y ordinario. Y se suprimen palios, oros, joyas, alhajas, etc.

El efecto fue la falta de interés de las hermandades por participar en ese Santo Entierro que les despojaba de su personalidad y tradición y la desaparición total de las procesiones de Semana Santa en Córdoba.

Ello hasta 1849, cuando se instaura un modelo que va a dejar profunda huella, las más de las veces perniciosa, en las costumbres del pueblo cordobés, las cuales son aún visibles. El citado año, se organiza un desfile oficial de Santo Entierro en la tarde del Viernes Santo a iniciativa del Ayuntamiento, que convoca a los diversos colectivos de la ciudad para que colaboren y participen. Las imágenes que participaron y así se mantuvo durante muchos años con pequeñas variaciones, fueron las de Jesús en el Huerto, Jesús atado a la Columna, Jesús Caído, Jesús Nazareno, Cristo de Gracia, Nuestra Señora de las Angustias, Santo Sepulcro y Virgen de los Dolores.

Hagámonos cargo de la situación. El desfile lo organiza el Ayuntamiento, y participan en él las principales autoridades y personajes de la ciudad. Las hermandades tienen muy pocos miembros porque se les ha privado de su función principal. Sin embargo las imágenes siguen teniendo mucha devoción popular. Mucha gente, sin ser hermanos, desea participar en el cortejo, y para ello se sitúa detrás del último paso, el de la Virgen de los Dolores, las mujeres vistiendo la prenda tradicional, la mantilla . Los otros, como es la única procesión de toda la Semana Santa, y además tienen curiosidad por ver de cerca a los participantes, cogen sitio en las calles varias horas antes y amenizan la espera comiendo pipas o lo que se comiese en esa época. El obispado se desentiende de la organización, tanto que el desfile deja de acudir a la Catedral y se desarrolla por las calles del centro de la ciudad, pasando por los edificios cívicos más importantes.

Mientras, en ciudades como Sevilla, el movimiento romántico y su interés por lo popular y lo ancestral, consigue recuperar una Semana Santa evolucionada pero tradicional, manteniéndose la mayoría de las hermandades que existían dos siglos antes. El movimiento cofrade sigue siendo pujante y vivo, con gran presencia en todos los ámbitos de la ciudad. Las procesiones siguen acudiendo, como siempre, a la Catedral a efectuar su estación de penitencia, se ha creado una organización y orden en su discurrir, una estética particular de cada una en concreto y de todas en general, no se entiende la devoción sin la hermandad, y por tanto que se quiera participar sin ser hermano y a nadie se le ocurre ponerse en la calle dos horas antes a comer pipas a esperar a que pase una procesión cuando hay media docena en la calle. Las mantillas siguen siendo una prenda que se usa para salir a la calle en estos días y no un disfraz para participar en una procesión.

Las primeras décadas del siglo XX ven resurgir tímidamente el movimiento cofrade en Córdoba. Se crean nuevas hermandades, que incorporan sus imágenes a la procesión del Santo Entierro, como es el caso de la Expiración o el Calvario, y al mismo tiempo, otras, sin dejar de participar en aquél, se reivindican procesionando otro día de la semana por el entorno de su parroquia y su barrio, como es el caso del Jesús Caído.

Durante la posguerra surge un movimiento de exaltación religiosa y patriótica que favorece la aparición de nuevas hermandades y desde las autoridades civiles se impulsa este movimiento. Es la época de la fundación de algunas de las hermandades más emblemáticas de nuestra ciudad (Animas, Paz, Buena Muerte, Esperanza, Sentencia, Rescatado, Misericordia, Caridad, Pasión y Descendimiento) y la recuperación de otras, las más antiguas, que habían quedado en estado casi de hibernación, como Dolores, Angustias, Caído o Huerto.

La Semana Santa no llega a perder rasgos institucionales, y además se le añade el elemento militar. Pero es entonces cuando se comienza a plantear la cuestión del modelo estético y organizativo. Se tiende a copiar el modelo sevillano y ello ocasiona algunas críticas de quienes prefieren recoger la esencia de lo cordobés. El problema es buscar la esencia de algo que desapareció y de lo cual se perdió la memoria. Resulta más fácil importar un modelo que debe ser parecido al que hubiésemos llegado a tener de no ser por el engendro ilustrado y sin alma del obispo Trevilla.

El modelo organizativo y estético sevillano se ha terminado por consolidar en nuestra Semana Santa. Ello no impide que el marco en el que se desarrollan los desfiles procesionales sea único, que cada parroquia de barrio imprima un sello y que contemos con artesanos propios de mérito.

Mientras, la democracia ha traído consigo un paso atrás por parte de las instituciones, que quieren guardar las distancias para no poner en compromiso su laicidad, al mismo tiempo que la Iglesia, tan remisa en otro tiempo a dar cobijo a la piedad popular, le ha vuelto a dar su sitio y su protagonismo a medida que ha visto cómo los hijos de aquellos que saludaron con alborozo la revolución litúrgica del Concilio Vaticano II, han vaciado los templos y llenado las playas y los centros comerciales.  

Manuel Del Rey Alamillo

domingo, 2 de abril de 2017

El primer duro

Hace 15 años que vivimos con el euro, por eso los muchachos jóvenes ya no saben lo que es un duro simplemente porque no lo han vivido.
Pero ha sido una de las monedas con más arraigo durante varios siglos. Los últimos duros han correspondido a Juan Carlos I y desaparecen con la entrada del euro.
El duro tuvo dos momentos. El primero se corresponde con los 8 reales, eran los llamados duros antiguos; y el segundo son las 5 pesetas. El momento del cambio se da como podéis suponer con la aparición de la peseta en 1869.

Hoy nos vamos a detener con uno de los primeros duros que circularon en España


Felipe II, 8 reales de la ceca de Potosí, 1577-1581
Peso: 26´3 gr, diámetro: 38 mm

Estos primeros duros son piezas muy raras, y son de las llamadas “macuquinas” que es una palabra que proviene del quechua y que significa “las golpeadas” pues estaban acuñadas por el procedimiento de martillo (como casi todas las monedas antiguas). Salvo alguno de Carlos I, es con Felipe II cuando empiezan a aparecer los primeros duros, acuñados unos en la Indias y otros en la Península.

En su anverso tenemos el escudo de dominios y la leyenda
"PhiliPVS dg hispANIArvm"
en negro las letras conservadas; y a la izquierda arriba P, y abajo A.
En el reverso tenemos escudo cuartelado con castillo y leones rodeados por una orla octogonal, y la leyenda
"eT INDIArvm rex"

La letra P es la marca de ceca, pero en estas primeras monedas nos enfrentamos con un problema y es que había dos cecas americanas con una misma marca: Lima y Potosí.
En este caso lo tenemos solucionado porque la letra A que se sitúa debajo nos indica el nombre del ensayador y que hace referencia a Juan Álvarez Reinaltes, ensayador asociado a la ceca de Potosí.

Por otra parte estas monedas no tienen fecha, siendo complicado establecerla. En este caso hay datos que sitúan a este ensayador en los años 1577 a 1581 en la ceca de Potosí. Pero también hay datos que lo sitúan entre 1586 y 1589, e incluso entre 1586 y 1590.
A Alonso Rincón, primer ensayador de la ceca de Potosí le siguió Juan de Ballesteros Narváez, tres ensayadores desconocidos con las iniciales M, L y C, y Juan Álvarez Reinaltes
No se cuenta con ninguna información sobre el funcionamiento de la ceca de Potosí desde el año 1576 a 1581, lo que justifica esa ambigüedad con respecto a la fecha de acuñación de este duro.
No deben considerarnos estos datos como algo negativo sino, al contrario, una información valiosísima que permite una posible localización en el tiempo. Las primeras monedas de Potosí son del año 1575.

Otra cuestión estaría en los arañazos que se le observan en el anverso. Son debidos a un ajuste del peso que se realizaba en la propia ceca, aunque también hay quien cuestiona ese dato al preguntarse que lo lógico es que esa operación se habría realizado en el cóspel antes de la acuñación.
Y por último la orla octogonal del reverso es un adorno muy utilizado en la moneda de plata moderna hasta Carlos III. Hasta Franco lo utilizó en las 100 pesetas de plata de los años 60.

Juan Manuel López Márquez