sábado, 6 de agosto de 2022

LA FERIA DE LOS DISCRETOS

En una de esas largas tardes de verano he rebuscado entre los clásicos de mi juventud, entre los volúmenes que leí en parecidas tardes treinta o treinta y cinco años atrás. Y me he tropezado con La Feria de los discretos, esa novela de acción que Pío Baroja situó en nuestra ciudad, tras una visita que le hizo en el año 1904, aunque el contexto de la novela se sitúa en los días de la revolución de 1868.

No he podido resistir releer esas páginas, ya amarillentas por el paso de los años, y sumergirme en las peripecias de Quintín, protagonista de la novela, recién llegado a Córdoba tras unos años de estudios en Eton (Inglaterra).

No contento con eso, una vez releída buena parte de la novela, y guiado por mi innata curiosidad, he desafiado a la canícula y me he echado a la calle para recorrer los espacios que describe el insigne novelista.

Mucho ha cambiado nuestra ciudad desde entonces, aunque aún podemos encontrar casi intactos algunos de los lugares que aparecen en la narración.

El protagonista, Quintín, cuando regresa a Córdoba, lo hace en tren, arribando a la antigua estación que casi todos hemos conocido, y dirigiéndose hacia el centro de la localidad, recorriendo para ello el Paseo del Gran Capitán, la calle Gondomar y pasando por la Plaza de las Tendillas, muy distinta en su configuración a la que hoy conocemos.

Para llegar a su casa familiar en la calle Librerías, hoy Diario Córdoba,  junto a la Cuesta de Luján. Espacio este, el de la zona del Ayuntamiento, también muy cambiado en su configuración.

Muy cercana se encuentra una casa que aún pervive, en la esquina entre la citada calle y la de la Espartería, y a la que también se refiere el escritor vasco:


En la misma calle, esquina a la Espartería, en una casa en cuyo chaflán hay una cruz de hierro, habitaba un capitán de migueletes retirado, don Matías Echevarría”.

También describe la cercana Plaza de la Corredera, lamentando cierta decadencia, dado el estado de abandono de las viviendas, y la reciente construcción de un mercado en su centro, pervirtiendo la finalidad para la que fue construida, que no fue otra que la de ser el corazón de la ciudad, lugar de autos de fe, ejecuciones a garrote vil, corridas de toros, con Pedro Romero y Pepe Hillo…

El protagonista es aficionado a perderse callejeando por lo que hoy es el casco antiguo de la ciudad. La descripción de lo que ve no es muy distinta de la que podría expresar un viajero en nuestros días:

Las calles delante de él se estrechaban, se ensanchaban hasta formar una plazoleta, se torcían sinuosas, trazaban una línea quebrada. Los canalones, terminados en bocas abiertas de dragón, se amenazaban desde un alero a otro, y las dos líneas de los tejados, rotas a cada momento por el saliente de los miradores y de las azoteas, limitaban el cielo, dejándolo reducido a una cinta azul, de un azul muy puro. Terminaba una calle estrecha y blanca, y a un lado y a otro se abrían otras, igualmente estrechas, blancas y silenciosas”.

Pero donde más se detiene en su descripción es en el palacio de un personaje importante en la novela, el Marqués de Tavera, basado en un personaje real, en cuyas peripecias vitales se basa parte de la historia, que es el Marqués de Benamejí. Dicho palacio se encuentra en la calle hoy denominada Agustín Moreno, entonces calle del Sol, a pocos metros de la parroquia de Santiago. En la actualidad se encuentra ocupado por la Escuela de Artes y Oficios Dionisio Ortiz.

El citado aristócrata personifica la decadencia de las casas nobiliarias de la ciudad, su ruina económica, viniendo a ser sustituidos por familias de la burguesía ascendente, comerciantes y sorianos tratantes de ganado.

Posesiones emblemáticas de la misma familia fueron la Huerta de San Antonio, en la que casi todos hemos hecho algún retiro espiritual, y la finca El Capricho, en Alcolea, en la que habremos asistido a alguna boda, y que más tarde adquirió el hermano del célebre torero Guerrita.

Como decía, mucho ha cambiado Córdoba desde entonces, y mucho también los cordobeses, pese a que se suela decir lo contrario. Aunque aún permanezcan en la fisionomía de la ciudad y en nuestro carácter algunos de los rasgos esenciales que aparecen en el libro. Para bien y para mal. 

Manuel del Rey Alamillo