sábado, 25 de abril de 2020

LA CÓRDOBA ILUSTRE Y DESCONOCIDA: JUAN DE ALFARO Y GÁMEZ

            Si hablamos de pintura cordobesa en el siglo XVII, hablaríamos principalmente de dos autores: Antonio del Castillo y Acisclo Antonio Palomino. Pero nos dejaríamos atrás a uno de los pintores cordobeses que mayor fama alcanzó. Estoy hablando del insigne Juan de Alfaro y Gámez, nuestro tercer ilustre personaje de La Córdoba ilustre y desconocida. ¡Comencemos! 

            Nuestro personaje Juan de Alfaro y Gámez nace, en Córdoba, el 16 de marzo de 1643. Hijo del hidalgo don Francisco de Alfaro, boticario natural de Córdoba, y de doña Melchora de los Reyes Ruiz de Mellado y Gámez. Fue bautizado al día siguiente en la iglesia parroquial de San Pedro y tuvo como padrino a Gonzalo de Cárdenas.

Retrato de Diego Velázquez reposando
 en el catafalco de la capilla ardiente,
realizado por Juan Alfaro
            Formado inicialmente en su ciudad natal en el taller de Antonio del Castillo Saavedra, se marchó siendo joven, a Madrid y, con las suficientes cartas de recomendación para poder entrar, se incorporó en el taller de Diego Velázquez, cuyo estilo le influyó de manera notablemente sobre todo en los retratos. Allí, entró en contacto con la pintura veneciana y flamenca, a través de las Colecciones Reales. De su relación con Velázquez, queda un singular testimonio: un bello dibujo de Velázquez muerto, luciendo el hábito de la Orden de Santiago, que Juan de Alfaro hubo de esbozar en la capilla ardiente del pintor sevillano. Este dibujo se guarda en París, en la Fondation Custodia (colección de Frits Lugt).

            Vivió tanto en Córdoba como Madrid, alternando la residencia en ambas ciudades a lo largo de su vida. Se casó en 1666 en la parroquia cordobesa de Santo Domingo de Silos con Isabel de Heredia, enviudando prontamente sin descendencia de este matrimonio. En segundas nupcias, de nuevo en Córdoba, casó en 1679 con Manuela de Navas, hija de Alonso de Gaete, de quien tuvo un hijo: Alfonso.

            Entre sus obras hubo numerosos retratos de personajes de la nobleza como los de Don Bernabé Ochoa de Chinchetru, caballero de la Orden de Santiago, fechado en 1661 y actualmente en el Museo de Bellas Artes de Córdoba; el retrato de D. Pedro Calderón de 1a Barca, realizado entre 1668 y 1675 y actualmente en la Biblioteca Nacional de Madrid; el retrato de una dama del Museo de Bellas Artes de Córdoba, realizado entre 1667 y 1678;  Retrato de la señora doña Isabel Díaz de Morales Muñiz de Godoy y Aguayo, realizado en 1675 y actualmente en el Museo de Bellas Artes de Bilbao; algunos otros retratos de la familia de don Juan Morales, caballero veinticuatro de la ciudad de Córdoba; el retrato de Don Luis Fernández de Córdoba, Marqués del Carpio, realizado en 1675 y actualmente en el Convento de Santa Ana de Córdoba; etcétera, etcétera, etcétera.



            Aunque desarrolla casi toda su actividad en la Corte, bajo el mecenazgo de Pedro de Arce, caballero de Santiago, y Juan Gaspar Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla, ello no impide que realice un número importante de obras para Córdoba. En uno de sus regresos a su ciudad natal coincide con el momento en que los franciscanos de San Pedro el Real deciden decorar el claustro de su convento con la vida de San Francisco; atraídos por la fama y el prestigio que tenía el joven maestro, le encargan gran parte de los lienzos. Este encargo motiva una de las anécdotas más conocidas de la pintura cordobesa que refleja el carácter dispar de dos de los pintores cordobeses más famosos de su tiempo. Comenta Palomino, que Alfaro firmó todos sus cuadros poniendo “Alfaro pinxit”, hecho que hizo que Antonio del Castillo, dolido por las pretensiones del discípulo y a quien se le había encargado un lienzo sobre el bautismo de San Francisco, firmara su obra con “Non pinxit Alfaro”. Desgraciadamente, los lienzos que realizó Juan de Alfaro para el claustro han desaparecido. Sólo se conserva El Nacimiento de San Francisco, hoy en el Museo de Bellas Artes de Córdoba.

El Nacimiento de San Francisco de Juan de Alfaro
Bautismo de San Francisco de Antonio del Castillo
            También destacables son las obras que realizó para la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Nos encontramos, entre otras, un retrato de Fray Alonso de Salizanes, Obispo de Córdoba, en la Sala Capitular; las pinturas del Monumento del Jueves Santo, realizadas en 1680, que se conservan actualmente entre la Catedral, la iglesia parroquial de Peñarroya-Pueblo Nuevo y la casa sacerdotal de Córdoba; la Anunciación del trascoro de la capilla mayor de la Catedral; y las pinturas murales de la Capilla de Nuestra Señora de la Concepción o del Obispo Salizanes de la Catedral de Córdoba, comenzado el proyecto en 1679, y celebrándose su inauguración el 2 de diciembre de 1682. La antecapilla se cubre con una media naranja, en la que se representa una gloria presidida por el Espíritu Santo en torno al cual se mueven angelotes que sostienen en sus manos símbolos marianos. En las esquinas, los cuatro Evangelistas. Las paredes con ventanas fueron revestidas igualmente con pinturas y fondos arquitectónicos. En ellos aparecen San Francisco de Asís y San Antonio de Padua.



            Además de las obras religiosas anteriormente comentadas, realizó el Bautismo de Jesús para el Santuario de Santa María de Linares, en 1662; la Anunciación del convento de carmelitas descalzos de San José o San Cayetano, realizado entre 1675 y 1680, y donada al Convento por Don Francisco Antonio Bañuelos y Murillo, canónigo quien también regaló la imagen de Ntro. Padre Jesús Caido; el David conduciendo en triunfo la cabeza de Gollat del convento de San Jerónimo de Valparaíso; una Anunciación de un coleccionista privado; la Asunción, realizada en 1668, del Museo del Prado y depositada, actualmente, en la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid; la Última Cena del Convento de las Mercedarias de la Purísima Concepción de Madrid...





            También, le fue encargada la Galería de Retratos de los Obispos de Córdoba, de la que realizó dieciocho retratos, desde el retrato del obispo Leopoldo de Austria hasta el del obispo Salizanes.

            Ya en paradero desconocido podemos citar, entre muchas otras, el Retablo de la Plaza de la Almagra de Córdoba, realizado en 1675 y desmontado en 1841; y la Encarnación del Verbo Divino del Oratorio de Carmelitas Descalzas de Córdoba, realizado entre 1662 y 1668.

            Además de su obra como pintor, destaca también por haber recuperado manuscritos de Pablo de Céspedes y escribir una biografía sobre él que sirvió a Antonio Palomino, protegido de nuestro querido personaje, de base para la que incluyen en su obra Vidas. También escribió sobre Gaspar Becerra y el propio Velázquez, pero por desgracia el manuscrito de Alfaro no llegó a publicarse y se perdió.

            Nuestro Juan de Alfaro, también, fue notario del Santo Oficio de la Inquisición. Y en un momento delicado de su vida por verse envuelto en un pleito que consistía, resumidamente, en querer gravar el arte de la pintura, dejó la pintura y se dedicó a la labor de administrador de Rentas Reales.

            Para hablar sobre la muerte de Juan de Alfaro, tenemos que irnos hasta el año 1675. En este año el almirante de Castilla es desterrado a Medina de Rioseco. Alfaro le abandona y regresa de nuevo a Córdoba. A los años, el almirante vuelve de su destierro y, estando dolido por la ingratitud de Alfaro, no le readmite. El disgusto a Alfaro le condujo, según Palomino, a un estado de postración y melancolía que le causó la muerte. Falleciendo el 7 de diciembre de 1680 en Madrid. La partida de defunción se encontró en la parroquia de los Santos Justo y Pastor; en ella se indica que falleció en la calle de la Cabeza, casas de los Pizarros, enterrándose amortajado con el hábito de San Francisco, en secreto, en la Merced Calzada. Esta partida niega el enterramiento en San Millán que recogiera Palomino.

            Y hasta aquí nuestro recorrido virtual sobre la vida y obra de Juan de Alfaro. ¿Quién será nuestro próximo personaje ilustre y desconocido?

Ángel Luis González Martínez

miércoles, 22 de abril de 2020

REFLEXIONES DE UN CONFINADO

         -¡Hombre! ¿Qué pasa, cómo lo llevas? me dice mi vecino de terraza cuando salimos a las ocho de la tarde a aplaudir mientras suena la música de fondo del Resistiré.
         -¡Pues bien, ya lo ves! ¡Más o menos como tú! le respondo desde metro y medio, por aquello de que es conveniente guardar la “distancia social”.
         -Ahora estarás escribiendo mogollón, con lo que te gusta y el tiempo libre que tienes, ¿verdad?
         -Pues…, no creas. Estoy seco de ideas. Desde que empezó esto del coronavirus, me cuesta la misma vida poner una palabra detrás de otra. Es como si el confinamiento me hubiera quitado la creatividad de golpe, como si la imaginación se hubiera tomado vacaciones de buenas a primeras.
         -Eso es que estás preocupado por tu salud…, como todo el mundo; y quien diga que no lo está, o miente o es un inconsciente.

         Cuando acaban los aplausos y entro en el salón pienso en la breve conversación que he tenido con el vecino. No estoy totalmente de acuerdo con él. Claro que estoy preocupado, no sólo por mi salud, la de mis familiares y amigos. También me preocupa lo que pueda durar esta obligada reclusión, aunque a mí no me falta de nada: estoy al abrigo de mis cuatro paredes, confortablemente atendido, y sin exponerme lo más mínimo al contagio (lo que no implica que pueda contagiarme, soy consciente de ello). Pero parece que mi vecino ha espoleado mis entendederas. Pienso un poco, ordeno mis ideas y veo que no es mi salud ni mi confinamiento lo que atenaza a mi inventiva. Tratando de descubrir qué me preocupa más allá de eso, qué es lo que tiene sujeta a mi mente, me pongo al ordenador y escribo sobre lo que está pasando estos días.
         Transitan por las redes sociales videos virales de toda índole. Chistosos unos, anodinos e insulsos otros, e incluso inoportunos, maliciosos o intencionadamente perversos algunos. Suenan versiones de canciones que se han hecho insignias e himnos de aliento para la población, que unen a la gente y son muy de agradecer porque levantan el ánimo. También circulan videos educativos sobre cómo afrontar esta situación desde distintas perspectivas: sanitarios, psicológicos, religiosos, económicos, alimentarios, culturales, lúdicos… Nos invaden el móvil con fotografías y mensajes para ayudarnos a sobrellevar la difícil situación de enclaustramiento. Salimos a aplaudir al unísono a ventanas, terrazas y balcones para mostrar nuestro agradecimiento a quienes exponen su salud para prestarnos sus servicios y preservar la nuestra: sanitarios, transportistas, agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad, empleados de mantener la salubridad en las calles y los estantes abastecidos en los comercios de alimentación... En fin, hacemos todo lo posible para sobrellevar el confinamiento y seguir en comunicación los unos con los otros. Según dicen las autoridades, y se nos reconoce en todo el mundo, estamos cumpliendo las normas dictadas de necesaria reclusión para evitar al máximo la expansión de la pandemia y que no vaya a más. Pero, a pesar de que no se puede hacer otra cosa que lo que hacemos y lo estamos haciendo bien, en general…, estoy más preocupado de lo normal. ¿Por qué?
         Entonces me doy cuenta de que lo que de verdad me preocupa es la gravedad de lo que como género humano nos está pasando. Por fortuna, junto a esta lógica preocupación convive y prevalece en mí la idea clara de que vamos a salir de esta situación, aunque cuando eso ocurra la pandemia se habrá cobrado, por desgracia, demasiadas vidas. Sin embargo, como he dicho tengo la firme esperanza de que todo acabará y veremos de nuevo la luz al final del túnel. Así lo pienso y estoy convencido de ello.
         Voy un poco más lejos en mi reflexión, miro más dentro de mi interior y descubro que mi gran desasosiego radica en no saber si cuando esta situación finalice saldré mejor persona que cuando entré en ella o, por el contrario, no habré aprendido nada. Y por extensión, si como grupo humano, como colectividad, saldremos mejores o no habremos sacado ninguna enseñanza para nuestro futuro. Porque, aunque ahora todos decimos que ésta es una lección que deberíamos aprender bien y sacar los mejores frutos de ella, es muy posible que solamente se trate de buenas intenciones..., pero pasajeras. El género humano es muy desmemoriado, tiene ese defecto, ¡qué le vamos a hacer!
         En estos días es evidente la disposición generosa de todos con todos, especialmente con los más desfavorecidos. Hemos desempolvado nuestra dormida humanidad. ¿Será lo mismo cuando se normalice la situación o seguiremos mirándonos cada uno nuestro propio ombligo, yendo cada cual a lo suyo y sálvese el que pueda?
         También vemos que los índices de contaminación han descendido, y no poco. En televisión ponen fotos que comparan los cielos de las grandes ciudades antes y después, ¡y qué diferencia! ¿Seguiremos dentro de unas semanas abusando de los motores de combustión como hasta hace mes y medio lo hacíamos? ¿Utilizaremos dos o tres coches por familia, sólo por comodidad y porque podemos permitírnoslo?
         Disfrutamos ahora al ver videos de ciervos que se acercan a la playa. Al menos yo me regocijo contemplando animales que transitan por los espacios que anteriormente eran suyos y que impunemente les hemos usurpado para dedicarlos a urbanizaciones. ¿Aprenderemos la lección que nos dice que la naturaleza tiene espacios reservados para sus criaturas y que debemos respetarlos escrupulosamente y no especular con ellos?
         Nos preocupa la situación de la investigación médica, porque buscamos contra reloj una vacuna o cualquier otra solución que detenga este terrible mal que nos aqueja. ¿Nos acordaremos luego de la relevancia que tienen los servicios de investigación, educación, sanidad y atención a la tercera edad que conlleva un estado de bienestar como es debido, frente a lo poco importantes que son eventos como la liga, la champions y demás ocupaciones (iba a decir zarandajas, pero me he arrepentido a tiempo) que nos sorben el seso a la mayoría de los mortales?
         Nos han dejado sin poder ir a misas, entierros, primeras comuniones y otras expresiones religiosas. ¿Habremos aprendido que sin pisar un templo podemos rezar, meditar y acercarnos más a Dios que en cualquier acto litúrgico a los que acudimos muchas veces por rutina? ¿Habremos descubierto que lo único que Jesús nos demanda es amor al prójimo? ¿Que lo que nos pide son esas acciones humanitarias y solidarias, aunque de estricta justicia, que en estos días se ponen de manifiesto, pero que a saber si pronto se nos olvidarán?
         Después de haber sacado a la luz estas cuantas reflexiones de las muchas que me vienen a la cabeza que seguro se le han ocurrido a millones de personas igual que a mí, me quedo más tranquilo. Aunque no menos preocupado. Porque al igual que creo firmemente en la bondad del género humano, no ignoro la estupidez que a veces nos ciega y lo sumamente olvidadizos que somos.
         Ojalá me equivoque y esta vez la lección cale hondo y la retengamos en nuestra memoria y en nuestro corazón mucho tiempo, cuanto más mejor. Sin querer ser agorero, no me cabe duda de que los tiempos venideros serán difíciles y tendremos que estar preparados para los nuevos riesgos globales sanitarios, ecológicos, económicos y de otros tipos que nos asediarán si no ponemos freno a los desmanes de toda índole que cometemos contra nosotros mismos y contra la naturaleza.

         Al día siguiente salgo a la terraza y saludo de nuevo al vecino:
         -¡Otra vez aquí, a cumplir como buenos ciudadanos! me dice.
         -Sí, pero menos seco de ideas y con más lucidez que ayer le contesto.
    Y se pone contento cuando le paso ambos con las manos convenientemente enguantadas estas cuartillas para que las lea. Ya me dirá qué le parecen.

Antonio Titos Moreno

lunes, 20 de abril de 2020

QUE NADIE OS ENGAÑE

       Dios lo hizo todo, conoce todas las cosas reales y posibles de manera perfecta, sabía lo que habría de pasar y sabe lo que habrá de pasar. Nadie puede equipararse al Señor, Creador del universo, nadie puede competir con Dios y arrogarse su inmenso poder o su ilimitada sabiduría. Así lo pondera el profeta Isaías:

­          “¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?  El Señor es un Dios eterno que ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia” (Isaías 40:28).

­          “Yo soy Dios. Lo soy desde siempre, y nadie se puede liberar de mi mano. Lo que yo hago ¿quién podría deshacerlo?” (Isaías 43:13).

­          “Yo soy el Señor, que hace todas las cosas. Despliego los cielos por mí mismo, pongo los fundamentos de la tierra” (Isaías 44:24).

      Desde antes de la expulsión del Paraíso, Dios conoce al hombre pero decidió dejar que decidiera por sí mismo qué hacer. Lejos de tratarnos como marionetas, porque nos ama, nos concede el libre albedrío para que elijamos entre la ciencia del bien o del mal. Si como dijo Santa Teresa “amor saca amor”, sabido es que la avaricia, la envidia, el odio, el egoísmo, la maldad, provocan enfrentamientos, guerras, enfermedades y otras calamidades. El profeta se hace eco de esta capacidad de elección:

­          “Ellos eligieron sus caminos, estaban encantados con sus abominaciones” (Isaías 66:3).

      En medio de esta zozobra que caracteriza al ser humano, también Dios, a través de su Palabra, nos ha indicado el único camino correcto y sensato –sabio– a seguir. Nadie que la conozca puede llamarse a engaño:

­          “Que el malvado abandone su camino, y el malhechor sus planes; que se convierta al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Isaías 55:7-8).

­        "Esto dice el Señor: Observad el derecho, practicad la justicia, porque mi salvación está por llegar, y mi justicia se va a manifestar” (Isaías 56:1).

­          “La vida de los justos está en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará” (Libro de la Sabiduría 3:1).

­          “Son necios por naturaleza todos los hombres que han ignorado a Dios y no han sido capaces de conocer al que es a partir de los bienes visibles” (Libro de la Sabiduría 13:1).

      Estos mensajes, para muchos propios de arcanas profecías, siguen estando vigentes. Múltiples son los ejemplos, aunque nos interesa –por la cercanía de muchos de los que lean estas palabras al ámbito misionero– destacar del mensaje del Papa Benedicto XVI, con motivo de la Jornada Mundial de las Misiones 2011, lo siguiente: “Es cada vez mayor la multitud de aquellos que, aun habiendo recibido el anuncio del Evangelio, lo han olvidado y abandonado, y no se reconocen ya en la Iglesia; y muchos ambientes, también en sociedades tradicionalmente cristianas, son hoy refractarios a abrirse a la palabra de la fe. Está en marcha un cambio cultural, alimentado también por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el relativismo imperante, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden del mensaje evangélico, como si Dios no existiese, y que exaltan la búsqueda del bienestar, de la ganancia fácil, de la carrera y del éxito como objetivo de la vida, incluso a costa de los valores morales”.

      Sin embargo, este cambio cultural, materialista y global, hacia un nuevo orden mundial, no es pacífico y hace que se tambalee el modelo actual de sociedad del bienestar, la economía y la política (endeudamiento, desempleo, revueltas sociales, vandalismo callejero, precariedad laboral, especulación y corrupción política, enfrentamientos políticos) y, por supuesto el modelo de valores. Así lo expresaba el entonces cardenal Joseph Ratzinger en la conferencia que pronunció en la biblioteca del Senado de la República Italiana, el 13 de mayo de 2004 sobre los fundamentos espirituales de Europa: “Con la victoria del mundo técnico-secular post-europeo, con la universalización de su modelo de vida y de su manera de pensar, da la impresión de que el mundo de valores de Europa, su cultura y su fe, aquello sobre lo que se basa su identidad., ha llegado al final y esté saliendo del escenario; da la impresión de que ha llegado la hora de los sistemas de valores de otros mundos, de la América precolombina, del Islam, de la mística asiática. Europa, justo en esta hora de su máximo éxito, parece haberse vaciado por dentro, paralizada en cierto sentido por una crisis de su sistema circulatorio que pone en riesgo su vida. Ello se debe a una disminución interior de las fuerzas espirituales importantes y a una extraña falta de deseo de futuro, pues los hijos son vistos como un límite para el presente y no como una esperanza”.

      Cobran actualidad las palabras del Evangelio de Mateo pronunciadas por Jesús inmediatamente antes de comenzar su pasión cuando los discípulos le preguntaron “¿cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos?”:

­     "Estad atentos a que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Mesías, y engañarán a muchos. Vais a oír hablar de guerras y noticias de guerra. Cuidado, no os alarméis, porque todo esto ha de suceder, pero todavía no es el final. Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá hambre, epidemias y terremotos en diversos lugares; todo esto será el comienzo de los dolores. Os entregarán al suplicio y os matarán, y por mi causa os odiarán todos los pueblos (…) pero el que persevere hasta el final se salvará” (Mt 24:1-13).

Y continúa diciendo:

­          “Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis todas estas cosas, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo, sino solo el Padre” (Mt 24:32-36).

      No sólo el cristiano si no el lector que se aproxime a estas palabras en el contexto de la actual situación mundial ¿puede permanecer indiferente? ¿Constituye la crisis sanitaria que azota el mundo provocada por la pandemia del coronavirus, un nuevo signo visible de los tiempos? No es fácil la respuesta, pero lo que sí es cierto, como afirmamos al principio, es que Dios conoce todas las cosas reales y posibles de manera perfecta y sabe lo que ha de pasar en cada momento, y que nosotros somos los que elegimos entre la ciencia del bien o del mal.

      Por eso, cuando los valores sociales de hoy en día se caen, cuando el éxito y el dinero no lo pueden todo, ha llegado el momento de darnos de bruces con la realidad. Efectivamente, que nadie se engañe, este sistema de vida no podía mantenerse siempre. Sólo nos queda buscar razones profundas que nos lleven a vivir en plenitud nuestra existencia para recuperar la confianza en el hombre, volver nuestra mirada a los valores de nuestra fe, promover un humanismo nuevo fundado en el Evangelio de Jesús y adorar al Padre:

­          “Se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad” (Jn 4:23-24).

      Siendo esto así, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a convertirse en hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia y, sin falsas ilusiones o inútiles miedos, comprometernos a hacer del planeta la casa de todos los pueblos. Una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio, como nos dice San Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris missio, 1, sobre la permanente validez del mandato misionero.

     Se impone, más que nunca, una reflexión profunda sobre el sentido de nuestra vida y la necesidad de tomar conciencia renovada de la urgente misión de anunciar el verdadero amor.

       Córdoba, 17 de abril de 2020. 
Francisco de Paula Oteros Fernández

sábado, 18 de abril de 2020

LA MISA EN EL ESTADO DE ALARMA

“Sal al campo y sanarás” fue la recomendación de nuestro Custodio, Medicina Dei, al Padre Roelas cuando éste se encontraba enfermo. “Salgan a la calle, a los parques, al campo, busquen espacios abiertos y huyan de los espacios cerrados”, recomendaban autoridades de todo el mundo en 1918 para frenar el virus de la gripe que se ensañó con la población sana y joven.

“Quédate en casa”, ordenan nuestras autoridades, a todos sin distinción, lo mismo al vecino del madrileño barrio de Lavapiés que al habitante de Villanueva del Arzobispo, siguiendo el ejemplo de las autoridades chinas en su modo de combatir la enfermedad en una metrópolis de 11 millones de habitantes.

El tiempo y la ciencia dirán si a la ruina económica era necesario añadir la pena de reclusión domiciliaria total (eufemísticamente llamada confinamiento), no pudiendo ni tan siquiera salir a pasear por la calle o por el campo, pese a que a estas alturas es bien conocido que donde se contagia el coronavirus es en hospitales, residencias, lugares de trabajo, transportes públicos colectivos, y paradójicamente, ahora se empieza a reconocer, dentro de las viviendas entre las personas recluidas.

Pero no me corresponde a mí juzgar esta cuestión puesto que doctores tiene la Iglesia. A mí, que de medicina conozco poco más de la que me da San Rafael, sólo me corresponde cumplir la ley, quedarme en casa y salir sólo para ir a trabajar o hacer la compra. Y, … tolerar lo que la ley permite a otros.

Y es que la ley es un pilar fundamental de nuestra convivencia y una defensa, una garantía del individuo frente a la imposición de los gobernantes o de la mayoría. Seguramente una mayoría de ciudadanos de este país estarían a favor de expropiar sus bienes a la Iglesia o a la Casa de Alba por el valor simbólico de un euro, y repartir entre todos el saldo del producto de su venta. O quizás de hacer lo mismo con el magnífico chalet del vicepresidente del gobierno.

Pero tanto la Iglesia y la Casa de Alba como nuestro bien amado vicepresidente disfrutan de unas garantías que les otorga la Constitución, en concreto en este caso el derecho a la propiedad privada, que no les puede ser arrebatada ni siquiera con el voto de una mayoría de diputados o ciudadanos ni tan siquiera mediante una ley que así lo dispusiera.

Lo mismo ocurre con otros derechos como los contemplados en el artículo 16 de la Constitución: la libertad ideológica, religiosa y de culto. A muchos les podrá parecer sorprendente que el derecho a la libertad religiosa y de culto, que hoy parece ser tenido como una libertad de segunda, se encuentre tutelado en nuestro ordenamiento al mismo nivel que la libertad ideológica u otras reguladas en el mismo capítulo y similar protección como la libertad de reunión, asociación, prensa, opinión, etc. Para entenderlo hay que situarse en la época de la Constitución. Aún se tenía memoria de la persecución sufrida por la Iglesia Católica en tiempos de la II República y la Guerra Civil. Y sobre todo se quería también proteger a las religiones minoritarias en nuestro país, que desde siempre habían estado desprotegidas cuando no perseguidas.

La libertad religiosa y de culto recibió tal protección que ni siquiera el estado de alarma, ni el de excepción ni el de sitio pueden suspenderla. El artículo 55 de la Constitución enumera los derechos y libertades que podrán ser restringidos durante el estado de excepción o el de sitio, y la libertad religiosa y de culto NO está entre ellas. Para el estado de alarma NO está previsto en la Constitución que se restrinja libertad alguna.

Los detalles de los estados de alarma, excepción y sitio (enumerados de menor a mayor gravedad) vienen regulados en la Ley Orgánica 4/1981. En su artículo 4 detalla los casos en los que se podrá decretar el estado de alarma, entre los cuales se encuentra el de las crisis sanitarias o epidemias.

El artículo 11 de la misma Ley describe las medidas que la autoridad competente podrá adoptar durante el estado de alarma, entre las cuales NO se encuentra desde luego la suspensión ni restricción de la libertad religiosa ni de culto.

Es por ello que cuando se dictó el Decreto 463/20 de declaración del estado de alarma, el Gobierno de España, correctamente asesorado, no incluyó los cultos religiosos entre las actividades que quedan suspendidas en el artículo 10, que son las concentraciones por verbenas, desfiles, fiestas populares, conciertos, eventos deportivos, etc.

Sobre los cultos religiosos se pronuncia en el artículo 11, titulado medidas de CONTENCIÓN en relación con los lugares de culto y con las ceremonias civiles y religiosas, CONDICIONANDO la asistencia a las mismas “a la adopción de medidas organizativas consistentes en evitar aglomeraciones de personas, en función de las dimensiones y características de los lugares, de tal manera que se garantice a los asistentes la posibilidad de respetar la distancia entre ellos de, al menos, un metro”.

Como digo, hace bien el Gobierno en no suspender los cultos religiosos, puesto que se trata de un derecho que no sólo no puede ser suspendido durante el estado de alarma (ni el de excepción ni el de sitio), sino que además tiene la obligación de garantizar su efectividad en cumplimiento del mandato constitucional.

Es cierto por otro lado que el mismo decreto, al establecer las excepciones al confinamiento  -desplazamiento al trabajo, adquisición de bienes de primera necesidad, etc -  omite el caso del desplazamiento al lugar de culto. Pero ya antes lo ha permitido en el artículo 11, por lo que una interpretación cabal del precepto, y sobre todo a la luz del mandato constitucional, debe incluir la posibilidad del desplazamiento al lugar de culto.

Respecto de las condiciones higiénicas y de distanciamiento que se imponen en el decreto para la celebración de los cultos, se ajustan a las posibilidades que ofrece la Ley 4/1980 en el caso de declaración del estado de alarma por epidemias, pudiendo imponerse ese tipo de normas. Al igual que en todo momento se pueden imponer otras normativas de seguridad, para caso de evacuación, incendio, etc.

Ha generado cierta confusión la promulgación de un posterior decreto (10/2020 de 29 de marzo) que establecía el denominado “permiso retribuido recuperable” para todos aquellos trabajadores por cuenta ajena que no presten servicios esenciales, éstos relacionados en un anexo a la norma. Algunos interpretaron que como los cultos religiosos no estaban incluidos dentro de las actividades designadas como esenciales, ya estaban prohibidos. Craso error, ya que la norma se dirige al ámbito laboral exclusivamente, ordenando que los trabajadores de actividades no esenciales no asistan al trabajo y reciban dicho permiso retribuido recuperable. Pero aquí no estamos hablando de trabajadores (salvo en algunos casos el sacristán). Por otro lado, dicha norma se refería exclusivamente al período que va del 30 de marzo al 9 de abril.

También ha ocasionado confusión el hecho de que se hayan prohibido los funerales y las consiguientes ceremonias civiles o religiosas. Ello se debe a que el Ministerio de Sanidad, en una orden ministerial, considera que en tales eventos, por sus características, no es posible mantener las condiciones de seguridad para impedir la transmisión del virus. Pero no se extiende al resto de cultos, lo cual es otro argumento que viene a avalar el hecho de que el resto de cultos religiosos sí están permitidos.

El hecho es que se vienen desarrollando cultos religiosos con público asistente en muchas iglesias, habiendo sido los incidentes de intervención policial muy excepcionales. Ello tiene como explicación evidente que los cargos policiales y subdelegados de gobierno que podrían dar orden de prohibirlos, en la mayoría de los casos son conocedores de que carecen de cobertura legal para ello, y que se podrían meter en un problema importante, como veréis a continuación.

Interrumpir una ceremonia religiosa, o impedir a alguna persona su asistencia a la misma, sin la debida cobertura normativa, puede conllevar la comisión de varios delitos del Código Penal, especialmente si quien lo ha llevado a cabo es un funcionario público.

En concreto el artículo 522 del Código Penal castiga a “los que por medio de violencia, intimidación, fuerza o cualquier otro apremio ilegítimo impidan a un miembro o miembros de una confesión religiosa practicar los actos propios de las creencias que profesen, o asistir a los mismos.”

El artículo 523 va más allá y castiga con pena de prisión de 6 meses a 6 años si se impide o interrumpe una ceremonia de una confesión religiosa en un lugar destinado al culto.
Y en relación con los funcionarios, el Código Penal los castiga además en tales casos en los artículos 540 y 542 con penas de inhabilitación especial para empleo o cargo público que pueden llegar hasta los 8 años.

Como expuse al principio, todo esto puede parecer excesivo a los ojos de una sociedad que considera a la religión como poco más que una afición o una ocupación para el tiempo libre, algo que merecería la misma protección que el deporte o la lectura. Pero el caso es que por el momento y mientras nadie lo cambie, la Constitución Española le otorga una importancia similar a la libertad de expresión, opinión o de prensa. Ello quiere decir que el Arzobispo de Granada y sus fieles tienen el mismo derecho a celebrar una misa, cumpliendo con las condiciones establecidas (que se cumplen al estar 20 personas en un templo de 700 metros cuadrados), que Ferreras o Risto Mejide a hacer un programa (supuestamente) informativo en un estudio de 30 metros cuadrados en el que se encuentran siete personas.  

Sé que estos argumentos no son de la simpatía de muchos. A algunos tampoco nos resulta simpático que se despenalice el aborto o que el vicepresidente pueda colocar a su pareja de ministra. Pero la ley lo permite y tengo que acatarla hasta que podamos conseguir que cambie.

Creo que la Iglesia Católica ha reaccionado de un modo totalmente responsable ante la epidemia relevando a los fieles del precepto dominical y recomendándoles no asistir. Pero lo que quedará para la historia es que algunos obispos y curas han llevado a cabo actividades (falsamente) prohibidas por la ley al celebrar una misa con 10 ó 20 personas.

Alguien debería dejar las cosas claras y poner los puntos a las íes o estaremos dejando sentado un pésimo precedente. Sé que en estos tiempos predomina el buenismo eclesial, poco o nada valorado por “los otros”, por cierto. Pero también el mismo Jesucristo hubo de actuar en defensa del templo.

Manuel del Rey Alamillo
Abogado

viernes, 17 de abril de 2020

LA TORRE DE LA MALMUERTA

Sirvan como introducción al presente artículo estas dos monedas de Enrique III de Castilla, el Rey que encargó la construcción de la Torre de la Malmuerta:




Enrique III, blancas de la ceca de Sevilla

La segunda, con peso de 1,35 gr y diámetro de 22 mm, a pesar de su fragmentación permite ver en su anverso “ENRICVS” escrito con letra gótica


El presente relato apareció en la revista “LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA” de 8 de enero de 1889. Su autor es C. Vieyra de Abreu.

“Si España en general es rica en tradiciones, Andalucía en particular posee mayor número de ellas que el resto de nuestra península, atribuyéndose esta superioridad al carácter del país, inclinado de suyo, aún en la época presente y a despecho de las corrientes modernas, a mantener vivo y latente el recuerdo de acontecimientos más o menos verosímiles, pero todos ellos curiosos en la forma e interesantes y verdaderamente dramáticos en el fondo.

Sevilla, Córdoba y Granada, poblaciones en las que la dominación árabe ejerció tan señalada influencia, que a pesar de los siglos transcurridos aún se ven claras huellas de su paso, son las provincias andaluzas en que más abundan los hechos históricos novelescos, las consejas históricas más exuberantes en la manera de ser expuestas.

Sevilla ofrece vastísimo repertorio de sucesos legendarios, su mayor parte a la época en que reinó D. Pedro I de Castilla; Granada, aparte de sus tradiciones árabes, cuenta la del Triunfo del Ave María, cantado por todos nuestros romanceros, y los amores de Dª Isabel de Solís; Córdoba tiene en el Gran Capitán el héroe de cien hechos famosos, que son otras tantas variadas historias caballerescas de las más interesantes y llenas de color que pueden darse; y aunque con Gonzalo de Córdova bastara, la Cruz del Arco de la Villa y la Torre de la Malmuerta son leyendas de corte esencialmente dramático, y de ellas queda una cruz de piedra y una torre antigua, como recuerdo constante de los hechos que dieron lugar a la fabricación de una y otra.

De la torre cuyo nombre acabamos de decir, y sirve además de epígrafe a estas líneas, vamos a ocuparnos. Hállase situada en el Campo de la Merced, es de figura octógona y regular elevación. Su construcción es tosca, salvo una media naranja formada por sillaretes. Apóyase en un arco, bajo el cual hace un recuadro, en el que se destacan en ennegrecida piedra las armas Reales y al pie de éstas una inscripción que se lee con mucha dificultad, y que dice así:

“En el nombre de Dios: porque los buenos fechos de los Reyes no se olviden, esta torre mandó facer el muy poderoso Rey D. Enrique, e comenzó el cimiento el doctor Pedro Sanchez, comendador de esta Ciudad, e comenzóse a sentar en el año de Nuestro Señor Jesu Cristo de MCCCCVI años e sendo obispo D. Fernando Deza, é oficiales por el Rey Diego Fernandez, Mariscal, Alguacil Mayor, el doctor Luis Sánchez Corregidor, é Regidores Fernando Díaz de Cabrera e Ruy Gutierre…… e Ruy Fernandez de Castillejo, é Alfonso de Albalafia, é Fernan Gomez, é acabóse en el año de MCCCCVIII años.”

Muy variadas versiones corren acerca del origen de esta torre; pero la más exacta, al parecer, y que justifica su nombre, es la que ha llegado hasta nosotros, y que, cual la oímos contar, y no hemos de poner en duda la veracidad de unas páginas que acreditan desde luego el reputado nombre de Vaca de Alfaro.

En la inscripción antes copiada figuran dos nombres que juegan papel muy importante en la tradición: el del doctor Luis Sánchez, corregidor de la ciudad, y el de D. Ruy Gutiérrez, regidor de la misma: figura además la esposa de este último, inocente víctima sacrificada por los celos y cuya virtud pudiera dar idea a las más perfectas.

Y dicho esto por vía de proemio, y deseando no apartarnos de la relativa verdad histórica del suceso, sin comentario de nuestra parte que desfigurarlo pueda, vamos, como queda dicho, a trasladar la narración a estas columnas.

La que hoy es torre de piedra ennegecida, a la que sirven de adorno plantas parietarias y amarillos jaramagos, fue en el siglo XV vetusto palacio en el que moraba Dª Luz de Cabrera, ilustre dama que había unido su suerte a la de Ruy Gutiérrez, que era, sin disputa, de los más valientes capitanes que contaba en su ejército el Rey D. Enrique III. Aunque tan esforzado adalid había demostrado en muchas ocasiones su adhesión a la corona y su arrojo en la guerra, no creyó decoroso para su honor de caballero dejar de acudir en socorro del Mariscal Juan de Herrera, que veíase en grande aprieto por el obstinado cerco que habían puesto los moros a la ciudad de Baeza, y partió de Córdoba, sin que los ruegos de su muy amada Dª. Luz le hicieran vacilar un solo instante de su heroico propósito.

En tanto que Ruy Gutiérrez hacía prodigios de valor, y era espanto de la morisma y admiración de los demás caballeros, Dª. Luz vivía triste y solitaria en aquel palacio, que revestía todos los caracteres de una mansión feudal, y alejada del ruido de la ciudad pasaba la vida en perpetua plegaria por la vida de su esposo, sin que durante la ausencia de éste traspusiera los umbrales de su morada.

Sólo tenía a su servicio una vieja dueña y dos criados, en cuya fidelidad descansaba.

Así como Dª. Luz no salía jamás de su palacio, nadie entraba en él; así es que la presencia cierta noche del corregidor D. Luis Sánchez no pudo menos que contrariarla en sumo grado, no sólo porque gustaba de la soledad y apartamiento de todo trato, sino porque el tal corregidor se había permitido ofenderla, dirigiéndole unas amorosas cartas que ella había contestado con el desprecio que á su virtud cuadraba.

Sin embargo, no pudo menos de recibir la visita de D. Luis, cuyo carácter de autoridad era tan grande, que negarle la entrada fuera, más que una simple descortesía, una gran falta de acatamiento al representante de la ley.

La entrevista fue breve.

D. Luis repitió de palabra lo que por cartas había expuesto a Dª. Luz, acentuando en tal forma sus infames propósitos, que la dama tuvo que hacer un gran esfuerzo por contener la explosión de su dignidad ofendida.

- Dª. Luz- dijo el corregidor, con voz que rebelaba su ira y su despecho – ved que con vuestro desprecio firmáis vuestra sentencia de muerte.

- D. Luis – contestó la joven – más vale firmar la sentencia de muerte con el desprecio que sellar la deshonra accediendo a vuestros impuros deseos. Salid, pues, que ni la hora es oportuna para que estéis en mi casa, ni vuestra entrevista debe prolongarse más tiempo.

D. Luz había vuelto la espalda en el momento de pronunciar estas frases.

El Corregidor sacó un puñal y vaciló. Tal vez pensó en un crimen y se arrepintió, optando por una venganza, y aprovechando este momento de no ser visto depositó el arma en un cajón de una mesa que estaba próxima.
- Señora, os dejo, sintiendo que tengáis como enemigo al Corregidor de Córdoba.

Doña Luz no contestó; bien es verdad que tan profundamente emocionada estaba, que así como a sus mejillas había faltado el calor, a su garganta le faltaba la voz.

Marchóse D. Luis, y la esposa de Ruy Gutiérrez rompió a llorar, no por el temor de la amenaza, sino por la ofensa que había recibido.

El Corregidor era un hombre malvado, y para completar su diabólico plan que concibió aquella noche en los mementos de su arrebato, creyó conveniente, antes de abandonar el Palacio de la plaza de la Merced, dejar aparentes pruebas de delito, y al efecto entregó al salir a los criados, que le acompañaban hasta la puerta, respetable cantidad de doblas a cada uno.

Doña Luz ocultó, como era natural, a su esposo cuanto había acontecido, y éste encontrábase curando una pequeña herida recibida en el último combate, cuando llegó a su poder una carta que decía:

“Vuestra mujer os es infiel. Si queréis sorprenderla con su amante, venid cualquier día después de las doce. En un cajón de la mesa que hay en el salón que antecede al dormitorio, veréis un puñal que el ladrón de vuestra honra tiene allí a prevención de una sorpresa, y si queréis más prueba la encontraréis en el dinero que, en pago á la traición, tienen vuestros criados.”

Ruy Gutiérrez al terminar la lectura no se consideraba dentro de la realidad; parecíale un sueño, una terrible pesadilla lo que pasaba por él; pero sintiéndose dominar por los celos sin que la razón viniera a atenuar su desesperación, pensó sólo en lavar la que él creía su afrenta, y mandando ensillar su caballo, dirigióse a Córdoba, recorriendo la distancia con extraordinaria velocidad.
Nadie le esperaba. Los criados jugaban con el dinero que les había dado el Corregidor. Doña Luz descansaba en su lecho, y acaso soñaba con el momento feliz y deseado de estrechar en sus brazos a su esposo.

Cuando Ruy Gutiérrez se presentó a la vista de sus criados, éstos se quedaron atónitos; él miró el dinero, y esta primera prueba acrecentó su indignación. Acto seguido penetró en el salón y buscó en el cajón de la mesa el arma denunciada. Cuando sus manos tocaron la fría hoja del puñal, sintió a su contacto que la sangre se le helaba en las venas; lo empuñó nerviosamente y penetró en el dormitorio conyugal.

Hubo un momento de silencio. Después resonó un grito terrible, y Ruy Gutiérrez salió de la alcoba con el puñal ensangrentado.

Doña Luz de Cabrera ya no existía.

Febril, con la vista extraviada y el pulso nervioso, recorrió el mueble en que encontró el puñal, y halló un papel enrollado, que recogió con avidez creyendo haber dado con una nueva prueba que sancionara más el acto cometido.

Era una carta en la que Dª. Luz devolvía a D. Luis dos importunas epístolas amorosas, amonestándola severamente por su conducta, y expresándole que su honra, que ultrajar pretendía, era la de su esposo, a quien ella adoraba.

Ruy Gutiérrez quedó anonadado; ¿habré sido un criminal? Se preguntó a sí mismo. Y en esta sospecha ocurriósele confrontar la letra de aquellas cartas con la que recibió denunciándole su deshonra. La letra era la misma, y la infamia estaba probada, á la vez que la inocencia de su esposa. Entonces cayó de rodillas y pidió un castigo para su crimen.

Cruzó por su mente la idea de la venganza; salió apresuradamente de su palacio y buscó al Corregidor. Lo que pasó después podemos compendiarlo en dos palabras. Al siguiente día apareció el cadáver de D. Luis Sánchez en una de las orillas del Guadalquivir, atravesado el corazón.

Ruy Gutiérrez fue a presentarse al Rey, y no tuvo que explicar lo acontecido, pues D. Enrique III le habló de esta manera al verle entrar en su cámara:

“- Hanme dicho, D. Gutierre, y público nos es por la voz de las gentes, que habéis dado a vuestra mujer mala y excomulgada muerte. Que os oiga habéis pedido; hablad, pues, y que Dios ponga la verdad en vuestros labios, como yo pondré la cuchilla en vuestra garganta si os cae una sola gota de sangre criminal”

El desdichado caballero refirió entonces al Rey todo lo sucedido, relatándolo de tal manera, que no podía caber la menor duda en la verdad de sus palabras.

Cuando terminó su relato D. enrique estaba profundamente emocionado, y dándole la mano para que alzara la rodilla que había puesto en tierra, dijo así:

“- Ruy Gutiérrez, habéis cumplido como bueno y como caballero; habéis lavado la mancha que manchaba vuestra honra; habéis vengado vuestro honor con largueza: el Corregidor ha sido bien muerto cara á cara. Doña Luz ha sido mal muerta. En castigo por esta culpa, y para que sea un pregón de vuestros hechos en siglos futuros, derribaréis vuestro palacio, y sobre sus escombros levantaréis una hermosa torre que se llamará Torre de la Malmuerta.

Juan Manuel López Márquez