martes, 26 de junio de 2018

GENEALOGÍA DEL TRIUNFO

Como suele ser habitual cada cuatro años por estas fechas el mundo ha dejado de estar preocupado por el régimen chavista, el gordito de Corea del Norte, la crisis de los refugiados o la depreciación de la libra. Es en estos días cuando algunos gobiernos en países como el nuestro aprovechan para aprobar medidas impopulares en el ámbito social o laboral, ya que van a pasar desapercibidas.

Y es que el mundo entero mira al Mundial de Fútbol. Y seguirá mirándolo y siendo objeto de comentario en bares y redes sociales hasta el momento en que el capitán de la selección ganadora  ice el trofeo que la acredita como  campeona del mundo y el equipo entero dé la vuelta al campo exhibiendo el trofeo conseguido. En los últimos tiempos en estas ceremonias se suelen hacer acompañar los jugadores de sus hijos de corta edad, que suelen tener cara de que los acaban de despertar de su plácido sueño, y de sus novias o esposas, normalmente artistas o modelos de segunda división que intentan aprovechar la ocasión para hacerse visibles  y así relanzar sus carreras.

Comienzan entonces unas celebraciones públicas con cantos y frasecillas infantiles que normalmente miro de soslayo por la vergüenza ajena que me provocan. Es habitual por ejemplo que los protagonistas de la victoria sean subidos en un autobús descubierto y exhiban el trofeo conseguido por las calles de la ciudad entre aclamaciones de júbilo popular. El desfile termina ante las autoridades políticas que a quienes se ofrece la victoria como representantes de la ciudadanía.

Algunos de los gestos y ritos con los que se celebra la victoria vienen de muy antiguo. Basta con examinar por ejemplo el modo con el que se celebraba un triunfo militar en las calles de Roma cuando recibían al ejército victorioso. Nos lo cuenta mi admirada Mary Beard y lo tenemos también representado en algunos monumentos conmemorativos que nos han llegado hasta nuestros días, como el Arco de Tito o la Columna de Trajano.

El triunfador entraba en Roma por la Porta Triumphalis, seguido del ejército que lo aclamaba a las voces de VIVA, TRIUNFO, y desfilaba hasta el Capitolio. Iba en un carro dorado tirado por cuatro caballos blancos y normalmente estaba rodeado por sus hijos; más atrás, familiares y clientes acompañaban el carruaje vestidos con la toga cándida. El triunfador llevaba la túnica picta y la cabeza coronada de laurel; tras él, un esclavo sostenía sobre su cabeza una corona de oro mientras le gritaba al oído hominem te esse memento (recuerda que eres hombre). Abría el cortejo el botín de guerra, las insignias con los nombres de los pueblos vencidos y los dibujos de los territorios conquistados; a continuación, encadenados, iban los prisioneros ilustres con sus familiares. El ejército dirigía  al general victorioso cantos en los que se mezclaban burlas y bromas con las alabanzas. El ritual finalizaba con la ofrenda y sacrificio de unos bueyes en el templo de Júpiter.

Cuando se celebraba una victoria menor el ritual era parecido, sólo que en lugar de sacrificar bueyes se sacrificaban ovejas, de ahí que en estos casos lo que se celebraba era una ovación (de ovis, oveja). Aún hoy pese a la evolución del sentido de la palabra, en la tauromaquia se sigue manteniendo la ovación como un premio menor, por debajo del que supone la consecución de un trofeo y la consiguiente vuelta al ruedo.

El Arco de Tito, que aún podemos contemplar en el Foro Romano, fue edificado para conmemorar la victoria conseguida por el General Tito frente a los judíos en el año 71 de nuestra era. Conllevó la destrucción del templo de Jerusalén y la llamada diáspora del pueblo judío. En los relieves del arco se puede ver el desfile triunfal, en el que porteadores sostienen el botín de guerra obtenido, siendo los objetos más visibles la menoráh o candelabro de siete brazos y las trompetas de plata.

También hoy los campeones exhiben el botín (el trofeo) ante sus seguidores, dando la vuelta al campo acompañados de familiares y después por las calles de la ciudad entre gritos y cánticos de burla unos y de alabanza otros. Se echa de menos la exhibición de los enemigos encadenados para que el público pudiera dirigirles sus sinceros deseos, pero tampoco vendría mal que un esclavo les recordase a esos muchachos de vez en cuando que como hombres que son, algún día acompañarán a Caronte por la Laguna Estigia a otro mundo en el que quizás no les sirvan de mucho los reconocimientos terrenales.

Manuel del Rey Alamillo