sábado, 2 de mayo de 2020

MODELOS

Claudia Schiffer
Coincidió mi juventud con la eclosión de las top models. Aquellas muchachas de proporciones perfectas y rostro angelical, además de ocupar los últimos pensamientos del día de los zagales de mi generación (no los de un servidor, que sólo pensaba en ganar el Premio Nobel de Literatura), posaban para los más afamados fotógrafos y aparecían en las portadas de las revistas de mayor difusión mundial vistiendo lo mejor de los diseñadores de moda, Valentino, Lagerfeld…, y ganaban fortunas como para permitirles una vida a lujo a ellas y a sus hijos y nietos. Ilustres sucesoras no han conseguido eclipsar sus nombres: Claudia Schiffer, Naomi Campbel, Cindy Crawford…

No siempre fue así. Hace tiempo que cuando visito un museo me detengo ante determinadas pinturas de retratos femeninos para pensar no en el personaje representado, sino en la vida de la mujer que sirvió de modelo al artista a cambio de unas monedas con las que se pudo permitir llevar comida a casa y continuar con su vida anónima. Son esas mujeres las que observan desde su piel de óleo cómo las manadas de turistas van contando las salas que les quedan para terminar la visita y poder sentarse a tomar un café o quitarse los zapatos. Me pregunto qué pensarán cuando oyen que no las llaman por su nombre, sino por el de personajes bíblicos, del santoral o mitológicos.

En algunas ocasiones he podido captar la belleza interior que pretendía transmitir el artista, y confieso me he llegado a obsesionar de tal manera que he rastreado la posibilidad de que esa joven no sea anónima, que tenga un nombre y una vida para hacerla aún más real. Y cuando no lo ha sido, he tratado de acercarme a la época y al lugar en el que pudo discurrir su vida, para imaginarme cómo sería su casa, cuál sería su ocupación, cómo vestiría…

Santa Catalina de Alejandría
Comencé a interesarme por ellas a través de una de mis pasiones,  Caravaggio. Su primera etapa artística corresponde a su estancia en Roma, a caballo entre los siglos XVI y XVII. Pese a que casi siempre contó con el favor de personajes ilustres del clero romano, nunca dejó de rodearse de gentes de mal vivir, de jugadores de dados, espadachines aventureros, crápulas y cómo no, cortesanas. Precisamente de entre éstas eligió a sus modelos para las pinturas en las que se había de representar a personajes bíblicos femeninos o santas. Ese realismo indecoroso escandalizó a la sociedad de su época, no sólo porque estaban acostumbrados a observar a tales personajes de un modo más idealizado, sino sobre todo porque sabían de la falta de ejemplaridad moral de las modelos que pretendían representar, ora a Judith, ora a la Magdalena, ora a Santa Catalina de Alejandría.

Precisamente a esta última vino a retratar Michelangelo Merisi da Caravaggio contando con una de sus principales musas, Fillide Melandroni.

De procedencia aristocrática y familia venida a menos, Fillide tuvo que trasladarse de su ciudad natal, Siena, a Roma, donde tras fallecer su padre y después su madre hubo de buscarse la vida a la temprana edad de trece años. Ello la llevó a entrar en el mundo de la prostitución, siendo frecuentada por soldados, proxenetas y calaveras. Nunca renunció, quizás debido a sus orígenes, a alcanzar un más alto estatus dentro de la profesión más antigua del mundo. Al parecer, su educación y buenos modales le permitieron entrar como cortesana en los círculos de la aristocracia romana, y a pesar de diversos incidentes, alcanzar cierta posición acomodada, convirtiéndose en benefactora de diversas fundaciones caritativas y parroquias, a las que se sabe que dejó parte de su herencia.

Judith y Holofernes
En Judith y Holofernes aparece Fillide con un lenguaje corporal aparentemente contradictorio. Sus brazos se alargan y su torso se inclina ligeramente hacia atrás, como intentando alejarse de su víctima. Sin embargo su rostro, sus cejas fruncidas, muestran una inequívoca convicción homicida.

No menos apasionante resulta la historia de nuestra siguiente modelo, Simonetta Vespucci. De nacimiento Simonetta Cattaneo, adquirió aquel apellido al contraer matrimonio con Marco Vespucci, primo de quien con el tiempo acabaría dando nombre a un nuevo continente.

Simonetta Vespucci
Casó Simonetta a la temprana edad de dieciséis años, instalándose en la bella Florencia. Era entonces la época de esplendor de la familia Médici, uno de los cuales, Juliano, no ocultó su atracción por ella y se hizo pintar en su escudo a la diosa Minerva con la cara de Simonetta. No sólo Juliano quedó impresionado por su belleza. Artistas, como Guirlandaio y Piero di Cosimo la escogieron como modelo en algunas de sus pinturas. Pero fue Boticelli quien la hizo inmortal al retratarla en varias de sus obras maestras, como El Nacimiento de Venus, La Primavera, o Venus y Marte, convirtiéndola en el más perfecto prototipo de la concepción renacentista de la belleza femenina.

Detalle de Marte
y Venus
Falleció la bella Simonetta Vepucci de tuberculosis a la edad de veintitrés años, dejando a muchos hombres desolados, sobre todo a Boticelli, para quien fue un amor platónico. Simonetta fue enterrada en la iglesia de Ognisanti, en Florencia. Boticelli, que siguió usándola muchos años como modelo, consiguió tras su muerte lo que no había podido conseguir en vida, siendo enterrado, por deseo propio, en la misma iglesia de Ognisanti, al pie del sepulcro de su amada, donde continúan ambos más de 500 años después.

La Joven de la Perla
Como decía al principio, otras modelos no han tenido la suerte de ser conocidas, ni tan siquiera su nombre, pese a aparecer en obras maestras de la pintura. Es el caso por poner un ejemplo de la Joven de la Perla. Pocos detalles biográficos conocemos del autor del retrato, Vermeer, poco más que la época y el lugar en el que vivió, la encantadora ciudad holandesa de Delft. Menos sabemos por tanto de su modelo, supuestamente una criada a la que dio vida Scarlett Johansson en una película del mismo nombre del cuadro.


La Chiquita Piconera
No podemos terminar sin referirnos a un ejemplo más cercano a nosotros, en lugar y tiempo: María Teresa López González, quien posó para nuestro pintor más universal, en el conocido La Chiquita Piconera. María Teresa nació en Buenos Aires, Argentina, si bien su familia, cordobesa, regresó siendo ella aún niña y se instaló en el barrio de San Pedro, cerca de donde el pintor tenía su estudio en la Plaza del Potro. Terminó sus días en una residencia en Palma del Río, y falleció en 2003. Mientras que su vida transcurría casi en el anonimato, cosiendo y cocinando para familias pudientes, su mirada de lolita cordobesa pasaba de mano en mano, de cartera en cartera, en el reverso de los billetes de 100 pesetas.  Fue la Chiquita Piconera el vivo ejemplo de la disparidad entre la fama adquirida por su imagen, encarnación perfecta del retrato físico y anímico de la mujer cordobesa,  y el desconocimiento hacia su persona.

Manuel del Rey Alamillo