viernes, 29 de mayo de 2015

JORNADA DE FERIA DE NUESTRA SEÑORA DE LA SALUD

Entre sevillanas, farolillos, algún langostino y un poco de calor, un año más, un buen número de socios se dieron cita este pasado jueves 28 de mayo en la caseta de la Casa de Sevilla para disfrutar del almuerzo de Feria de Nuestra Señora de la Salud.
Cabe destacar la belleza de nuestras gitanas que dieron colorido y simpatía a este acto flamencosocioculturalgastronómicobailaor* y la actitud de pequeños y grandes que lo dieron todo para llevar a éxito esta jornada de convivencia.

 *Palabra pendiente de ser admitida por la Real Academia Española de la Lengua.

Fotos de esta actividad en pestaña Álbum de Fotos.

viernes, 22 de mayo de 2015

FERIA NUESTRA SEÑORA DE LA SALUD

CARTEL DE FERIA AÑO 1914
Estando en estas fechas de nuestro mayo festivo, tan bueno y tan malo para los estudiantes, los cuales tiene que bandear exámenes con fiestas, ¡qué menos que hablar del origen de la feria de nuestra ciudad!, la cual se celebra en conmemoración de nuestra Señora de la Salud.
Sus orígenes tienen lugar en 1284, cuando el rey Don Sancho IV concedió el privilegio al consejo de Córdoba para que pudiera celebrarse dos veces al año una feria de ganado. Pero es en 1422 cuando empieza a celebrarse con carácter fijo en los primeros días de mayo.
En 1665, frente a la Puerta de Sevilla, dos labradores Simón de Toro y su compadre Bartolomé de la Peña, vecinos del barrio del Alcázar Viejo, mientras araban la tierra dejaron al descubierto la entrada de un pozo con brocal de mármol blanco, descolgándose por él, descubrieron en un hueco de la caña de la imagen en terracota policromada, de unos 15 cm de altura,  de Nuestra Señora con el Niño Jesús en brazos; escondida según la tradición por los mozárabes en la época de la persecución musulmana. El agua que manaba del pozo decían que devolvía la salud a todos los enfermos que la bebían, hecho que hizo que los cordobeses fueran hasta este lugar para restablecer su salud, comenzando a venerar la pequeña imagen como Nuestra Señora de la Salud.
NTRA. SRA DE LA FUENSANTA
Para conmemorar aquel hallazgo se erige una pequeña ermita en las inmediaciones, dentro de la cual quedó incluido el pozo donde fue hallada la imagen. Fue abierta al culto en 1673 e integrada en el Cementerio de la Salud en 1805. Inaugurada el segundo día de la Pascua de Pentecostés de dicho año 1673 con una velada y una solemne procesión de la Virgen desde el convento de San Pedro el Real hasta la nueva ermita, empezando así la tradición de ir a rezar a la Virgen en estas fechas, siendo origen de nuestra actual Feria de Mayo.
PANORÁMICA DE LA FERIA DE CÓRDOBA EN 1935
La feria entre otras localizaciones estuvo situada frente a la Puerta Gallegos para estar más cerca de la antigua Plaza de Toros y en 1820 se traslada al Campo de la Victoria.
En 1890 se aprueba el cambio al 25 de mayo por petición de la Hermandad de Labradores pero es revocado al año siguiente, hasta que en 1905 se decide que el 25 de mayo sea la fecha que prevalezca. Con la llegada a la alcaldía de José Cruz Conde en 1924 se utiliza por primera vez la electricidad en la feria y aparecen las primeras casetas particulares.
En 1994 la feria se traslada con gran disgusto de los cordobeses al recinto ferial del Arenal por la falta de terrenos que impedía su crecimiento para la instalación de más casetas y por la incomodad que producían los ruidos y  el corte de las principales arterias de la ciudad.
CASETA DEL CÍRCULO
DE LA AMISTAD
Como dato curioso os acompaño a continuación la crónica de 1915 de la celebración de la Gran Feria de Nuestra Señora de la Salud, siendo alcalde D. Manuel Enríquez Barrios, que nos relata la Feria de Ganados, los Juegos Florales, la Exposición Regional de Aceites y por su puesto, como no podía faltar, las Corridas de Toros.

    Milagrosa Martínez Ramírez










martes, 19 de mayo de 2015

DOMINGO BADÍA: EXPLORADOR, ESPÍA, ALCALDE

“Bueno, pero aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”
(De la película La vida de Brian)

Si a mis ilustrados y curiosos lectores les propongo hablarles de un tal Domingo Badía probablemente no sabrán a quién me refiero, qué méritos hizo tal personaje para ser nombrado en este artículo. Pero si os digo que fue y es más conocido por su otro nombre, Ali Bey, quizás os suene algo más.

Efectivamente, Domingo Badía, bajo el nombre de Ali Bey, es conocido por ser uno de los primeros occidentales que exploró y conoció de cerca el mundo islámico, tanto del norte de África como de lo que en esa época, primeros del siglo XIX, era el Imperio Otomano. Su famoso viaje como embajador, o quizás espía, a cargo de Godoy, le llevó entre 1803 y 1808 a lugares como Jerusalén y La Meca, haciéndose pasar para ello por un príncipe musulmán criado en Europa, valiéndose de su conocimiento del árabe. Más tarde escribiría un libro sobre sus viajes que fue traducido al inglés, francés y alemán, que causó envidia entre las sociedades geográficas de los países vecinos. Su muerte, acaecida en Damasco, no es menos novelesca, al parecer envenenado por los servicios secretos británicos cuando él llevaba a cabo una misión secreta para el gobierno francés. 

Menos se conoce su vinculación con nuestra ciudad, Córdoba. Domingo Badía, nacido en Barcelona, recorrió con su familia gran parte de la geografía española debido a la profesión de su padre, Comisario de Guerra, y más tarde la suya, administrador de la Real Renta de Tabacos. Uno de los lugares donde recaló en torno a 1795, fue en Córdoba. En nuestra ciudad profundizó en su interés por el mundo árabe, al mismo tiempo que desarrolló otras aficiones, como la astronomía, estudio para el cual utilizaba como observatorio la Torre de la Malmuerta, y también la aerostática, si bien con poco éxito. No obstante, los habitantes del Campo de la Merced tardarían mucho tiempo en olvidar a aquel funcionario forastero que construyó un globo en dicho lugar y tuvo que desistir de alzar el vuelo en él, unas veces por el viento, otras por problemas técnicos, y la cuarta y última por obra y gracia de su propio padre, que le impidió tal locura denunciándolo a las autoridades.

Pero no fue esta la última estancia de Domingo Badía en nuestra ciudad. Como hemos expuesto más arriba, en 1803 partió para su famoso viaje por el mundo islámico, como embajador del gobierno de Godoy, aunque con identidad falsa. A su vuelta se encontró con un país en plena Guerra de Independencia, ocupado por las tropas napoleónicas. Por consejo de Carlos IV, ofreció sus servicios a José I Bonaparte, quien lo nombró alcalde de Córdoba, cometido que desempeñó durante los años 1810 y 1811. Poco tiempo sí, pero de una ingente labor, que aún debemos agradecerle, ya que algunas de sus actuaciones aún perduran. Me refiero en concreto a los Jardines de Agricultura, más conocidos como Jardines de los Patos, y al Cementerio de la Salud. Por si el curioso lector no había caído en la cuenta, los cementerios tal y como los conocemos hoy son una creación reciente, ya que antes de la invasión napoleónica los muertos eran enterrados en las iglesias, lo cual daba lugar a innumerables problemas sanitarios.


Otra obra conocida de su época es el conocido como Plano de los Franceses, que es la primera descripción cartográfica de nuestra ciudad.


También introdujo cultivos que aún perduran en nuestro entorno, como el algodón, la remolacha o la patata.

No sólo eso. Domingo Badía, hombre viajado e ilustrado, tuvo la extraña ocurrencia de organizar en Córdoba unos servicios municipales impropios de una ciudad de su nivel: alumbrado y recogida de basuras. Sí, amigo, hasta entonces a nadie se le había ocurrido. Tuvo que venir un afrancesado, para más inri catalán, a mostrarnos que desde la autoridad y la administración se podía hacer algo más que mantener el orden público y recaudar impuestos.

Ahora, querido amigo prueba a buscar en Google Maps la calle Domingo Badía. No se encuentran resultados. Prueba a buscar la calle Ali Bey. En Barcelona, donde nació.

Domingo Badía sirvió a un gobierno que estaba sostenido por un ejército invasor, que como tal ejército invasor se comportó. Pero más 200 años después sería cuestión de fijarnos en lo positivo y  recordar los servicios que prestó a nuestra ciudad este aventurero, ilustrado y polifacético, a quien desde luego debemos más que a otros personajes que prestan su nombre a algunas de nuestras principales plazas, calles y avenidas.

     Manuel Del Rey Alamillo

martes, 12 de mayo de 2015

CARNAVAL EXPRESS

Aquel sí que fue un gran Carnaval. No en vano Javi el Gallo lo empezó a lo grande: perdiéndose en PuertaTierra. Efectivamente, el primer sábado de Carnaval tuvo que llamar a las ocho de la tarde a la Pili, su novia, para que fuera a buscarlo, porque no se acordaba de si vivía, palabras textuales, “de PuertaTierra pa fuera o de PuertaTierra pa dentro”. Menos mal que Pili es una santa. Y es que el Gallo se había liao ya desde por la mañana temprano. Toda una premonición...
Después, la semana había transcurrido tranquilita pero, ya se sabe: hasta el carnaval chiquito, todo es toro. Y, como muestra, un botón:
Domingo de Piñata. Taberna de “La Revolera”. Nueve de la mañana. -“Bien está lo que bien acaba”- era lo único coherente que yo podía articular después de once horas largas de romería por la Viña. Ernesto se empeñaba en invitarme a otro vaso, cuando hacía rato que yo ya había perdido la cuenta. Y es que Ernesto ni tenía ni tiene hartura. Menos mal que pude hacerle un quiebro y escaquearme hacia la puerta con la bendita intención de dormir la mona.
Con los que no había contado era con Tacote y con el Mario, que estaban literalmente “precintando” la Viña. No sé de dónde narices habían sacado una bovina de precinto de esas que usa la Policía Local. El caso es que habían empezado a desliarla delante justo del “Manteca” y cuentan que no pararon hasta que llegaron a Cañamaque, pasando por delante de “La Revolera”, desenrollando metros y metros de precinto. En la puerta de la taberna, como pude, me zafé de la cinta y alcancé la calle. El sol estaba ya en todo lo alto y pegaba fuerte. A mí, estas cosas, me cortan el punto. Así que, con las manos en los bolsillos, enfilé los Callejones y me fui ligerito pa casa. Conté hasta cinco camballás antes de torcer Sagasta. De eso sí que me acuerdo.
De lo que no me acuerdo es de a qué altura de la calle me alcanzó. Se me colgó del brazo con una naturalidad que me hizo sentirme realmente violento. Verdaderamente, era guapísima. De esas guapas que te duele cuando las miras, tú sabes...
De pronto, me soltó a bocajarro que se había perdido de sus amigas porque hacía rato que se habían ido a dormir a San Fernando. Y que si no me importaba, me pidió quedarse en mi casa hasta los Coros de esa tarde y así volver a encontrarse en la Plaza con ellas.
-“Vale”- le dije sin mirarla, con la vista fija en los adoquines de Sagasta. Víctor y yo estamos acostumbrados, y más en Carnaval, a que la casa de Ahumada 7 se convierta en la “Pensión de la guita” en lo que a hospedar a gente se refiere. Donde caben diez, caben quince más…
Desde luego, lo que se dice comunicativo, no lo estuve mucho. Pero es que el escarmiento es un gran antídoto. Y lo que me rondaba la cabeza, incluso sin yo quererlo, era un espejismo como el sombrero de un picador. Tanto tiempo la había esperado precisamente a ella (porque realmente era Ella) y tenía que hacerse la encontradiza justo ahora. Ahora que maldita la falta que me hacía y que no estaba el horno para muchos bollos. Porque, después de un montón de años naufragando, parece que en la época en que sucedió todo por fin había llegado a mi isla desierta. Y no quería ni pensar que la previsible tempestad que se me venía encima me obligaría a hacerme de nuevo a la mar con lo puesto y lamentando, con razón, dejar atrás quizá mi verdadera y única tierra prometida.
Y, para más inri, sólo sentía ese pitido de oídos tan fastidioso que le queda a uno cuando sale de cualquier garito donde la gente no para de hablar muy alto y de pronto te encuentras en una calle completamente silenciosa y, normalmente, ya es de día.
Yo no quería más líos. Realmente, lo único que me apetecía era llegar y echarme a dormir en mi cama “como los toros que se van a morir a las tablas, buscando la querencia”. Esta reflexión tan profunda se la debo a mi inefable amigo Manué.
Así que apreté el paso con ella enganchada en mi brazo mientras nos acercábamos a San Francisco. De hecho, creo que pasamos bastante rato los dos callados, evitando mirarnos. Lo que sí que no podía evitar era que me llegara el olor de su pelo, tan pegada iba a mí. Olía a brea. Creo que se dio cuenta. Al punto, recordé mi canción de Serrat preferida: “...jugando con la marea te vas pensando en volver; eres como una mujer perfumadita de brea”. No pude evitar cantarle ese cachito y ella se rió, debido seguro a mi oído musical. “El compás se tiene o no se tiene”. Otra perla del Manué. Después de esto, tuve que exagerar mi puntito para no tener que sacar ninguna otra conversación.
El caso es que ya íbamos por Antonio López y, en dos pasos, enfilamos, por fin, Ahumada. El otro extremo de mi calle desemboca, así, del tirón, en la Alameda. A esa hora de la mañana, con el sol en todo lo alto, se recortaba ese sagrado trozo de Alameda, con el Atlántico al fondo, el cielo muy azul, la balaustrada y uno de esos faroles que la alumbran de noche.
Total que, a mitad de la calle, a la altura de mi casapuerta, hice el amago de sacar la llave para entrar cuando ella me dice: “Espera, vamos a ver el mar un momento”. Automáticamente comprendí que estaba perdido. Resignado, guardé la llave y nos dirigimos hacia la Alameda.
No sé si lo prefiero o no, pero todo lo que empezó a decirme a partir de ese momento lo conservo para mí envuelto en una bruma balsámica. Parte de culpa la tuvo, por supuesto, todo lo que hasta entonces llevaba trasegado. Pero lo bueno de no recordar las cosas con nitidez es que las lagunas se pueden rellenar al antojo de uno y se pueden adornar como más convenga según qué momento.
Nuestros corazones tenían sendos dueños. La vida, cuando quiere, es muy perra. Y, como canta Rubén Blades con la orquesta Platería, a veces te da sorpresas.
La siguiente fue que ella comenzó a besarme. Era inútil intentar luchar. “Si la carne es débil, figúrate el pescado...” cantaba Paquito D’Alcatraz, poeta boloñés. Me dejé llevar, como tantas otras veces, resignado a lo irremediable. Algo me decía que esta era la primera y la última vez que podría asomarme a su abismo.
Después de esto, no pude evitar llevarla a mi rincón preferido de la Alameda: la fuente de azulejos azulísimos que hay bajo el ficus gigantesco, en la curva del Baluarte. Ella me dejó hacer, con esa sabiduría antigua de siglos que, de alguna manera, transmitía...
Cuando desperté en mi cama de Ahumada 7, me encontraba solo y bastante jodido por aquello de la resaca, entre otras cosas. Ya se había ido, sin decir ni pío. Por lo menos, la almohada olía a brea, a su pelo: algo tangible que demostraba que, realmente, todo había sucedido. No, no fue un buen Domingo de Piñata. Viendo los Coros estuve ausente toda la tarde de la realidad, con un sabor de boca agridulce, con una sensación extraña.
Esa sensación me fue abandonando poco a poco, conforme fueron pasando los días. Y es que llega un momento en el que todo se confunde y se mezcla en la memoria por más que intentes retenerlo, conservarlo para poder ir recordándolo poco a poco, con paciencia de taxidermista que disecara recuerdos en vez de animales. Y quizá sea mejor así, guardarlo todo en una especie de batiburrillo en el que todo se amontona sin ton ni son.
Y otra vez empiezas a frecuentar los bares, a tomarte unos vasos con Víctor, con Jose el Largo o con el Gallo mismo, si tienes ganas de liarte de verdad. Y haces todo lo posible por olvidar aquel Domingo de Piñata, a la vez que no quieres olvidarlo del todo. Y recuerdas nítidamente un retazo de aquel amanecer para luego almacenarlo en el último rincón de la memoria esperando inútilmente que ésta no te pase factura. Y la vida trascurre cínicamente a tu alrededor, como sólo ella sabe. Y la resignación se va abriendo camino...
Esta mañana tenía que ir a ver a mi amigo Luis a su nuevo despacho en el Museo de la Plaza Mina. Le tenía que devolver un libro que me prestó. Acababa de aprobar las oposiciones de conservador y se incorporaba esta misma semana.
Me indicaron que podría encontrarlo después de atravesar la sala donde se conservan los dos grandes sarcófagos fenicios encontrados bajo el suelo de Cádiz. Y hacia allí me dirigí.
No pude avanzar más. Delante de mí, en aquella gran sala del Museo, había dos sarcófagos enormes….
Mira que llevo años viviendo en Cádiz y nunca había hecho por verlos. El que representaba a un hombre estaba a la izquierda, esculpido de forma magnífica. Su cara se me antojó demasiado solemne, la cara de los que verdaderamente duermen el sueño eterno. Pero el otro...
El otro olía a brea. Entonces, al fin, la reconocí.

Enrique García Luque

miércoles, 6 de mayo de 2015

NI QUITO NI PONGO REY...

La segunda mitad del siglo XIV se caracteriza en el reino de Castilla por una sucesión de guerras que van a tener una consecuencia desastrosa en la economía del Estado.
Y más concretamente con la muerte de Pedro I “El Cruel” (o “el Justiciero”) y el advenimiento de Enrique II “el de las Mercedes” (también se le conoce a éste como “el Fraticida” o “el Bastardo”), de la casa de Trastamara.

Ambos eran hijos de Alfonso XI, si bien Pedro era hijo legítimo con Doña María de Portugal mientras que Enrique era bastardo tenido con Doña Leonor de Guzmán. Las disputas entre ambos hermanos fueron constantes y se saldaron con la muerte del legítimo heredero por parte del bastardo.

Las guerras fraticidas se relacionan con personajes y acontecimientos como:
-         Alianza con Pedro IV de Aragón contra su hermano. Prometía Enrique el Reino de Murcia y 10 plazas importantes el día que subiese al trono. Negó posteriormente al rey de Aragón todas las cesiones territoriales que le había prometido en los tiempos difíciles.
-         El mercenario francés Beltrán de Duguesclín.
-         Fernando I de Portugal invade Galicia.
-         Duques de Lancaster y York, pretendientes al trono.
-         Incluso el rey nazarí de Granada Abu Abd-Allah Mohamed ben Yuçuf (Mohamed V) participó en las guerras fraticidas siempre del lado de Pedro I. Ya en 1367 se aliaron contra Córdoba, que había tomado parte por Enrique, y se enfrentaron el 6 de noviembre al Adelantado Mayor de la frontera Alonso Fernández de Córdoba en la Batalla de los Piconeros. En el año 1368 apoyó a Pedro con un poderoso ejército, haciendo algunas correrías por el territorio castellano a la muerte de éste.

La noche del 23 de marzo de 1369, Pedro I, vencido en los Campos de Montiel, caía bajo la daga de su hermanastro Enrique en la tienda de Duguesclín, entronizándose así la rama bastarda de Trastamara en Castilla. Se cuenta de Duguesclín la frase de “Ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor” pronunciada en el mismo momento del fraticidio.

Las recompensas que recibieron los nobles aliados junto con Duguesclín y demás soldados de fortuna fueron cuantiosas, lo que unido a las continuas contiendas relatadas justifican la depreciación que tuvo la moneda, que algún autor ha llegado a definir como las “falsificaciones reales”.


Enrique II, reales de vellón del 1369

El caso más típico de esa situación se da con el real de vellón de Enrique II.
Se trata de una moneda que debería ser de plata, pero que se acuña en vellón. Son piezas que presentan en el anverso el busto coronado del rey de frente con las iniciales E-N coronadas a los lados. Y en el reverso el escudo cuartelado con castillos y leones rampantes a izquierda.
Y en el exterior + ENRICVS DEI GRATIA REX CASTELLE en ambas caras (no apreciable en este caso por cuestiones obvias)
Se acuñaron en Córdoba, Coruña, Cuenca, León, Medina del Campo, Segovia, Sevilla, Soria y Toledo. Estas emisiones se realizaron en el año 1369.
Estos reales tenían una ley de 3 dineros (en lugar de 11 dineros 4 granos) y una talla de 70 en marco (en lugar de 66). Para que nos entendamos, aproximadamente 250 milésimas en lugar de 930. Y un peso de 3´3 gramos en lugar de 3´5 gramos. ¡Se había rebajado su plata a la cuarta parte!
En las Cortes de Toro de 1371 se bajaron los falsos reales a 1 maravedí, declarando que la superior valoración “se había fecho por poder pagar muchas e muy grandes quantías que debía a Mosén Beltrán de Claquín”

Por Juan Manuel López Márzquez