Corren tiempos difíciles. Nuestra
generación está viviendo una situación que no se producía en décadas. Nos vemos
obligados a permanecer confinados en casa. Sin embargo, no es la primera vez
que existen pandemias, la historia y la literatura están llenas de ellas.
Tenemos constancia de, al menos,
tres episodios pandémicos, en el Imperio Romano: la llamada peste antonina,
del año 165, probablemente causada por la viruela; en el 249 un patógeno
desconocido arrasó los territorios del imperio; finalmente, en 541 llegó, para
quedarse durante más de 200 años, la primera pandemia de Yersinia pestis,
el agente de la peste bubónica.
Conocidas son varias pandemias de
peste también durante la Eda
Media , presentes también en la literatura, por ejemplo, en
Bocaccio y su Decamerón.
Pero nos vamos a trasladar al mundo
griego antiguo, para conocer dos epidemias de peste: una literaria y la otra
histórica, pero también literaria.
Sobre la peste en sí, el poema solo
nos dice que “el flechador Apolo disparaba certeramente, primero a acémilas y
ágiles perros”, después a los hombres durante nueve días, “y sin pausa ardían
densas las piras de cadáveres”.
Sin abandonar la literatura, pero si
el territorio mítico, nos encontramos, al inicio de la Guerra del Peloponeso, con
la peste de Atenas, del año 429
a . C., en la que falleció Pericles, el gran estadista
ateniense, y que el historiador Tucídides nos dejó retratada con gran
precisión, pues él mismo padeció la enfermedad, siendo de los pocos que
consiguió recuperarse.
Discurso fúnebre de Pericles a la asamblea de Atenas |
Tucídides nos describe la peste en
el libro segundo de su obra, conocida generalmente como La Guerra del
Peloponeso, justo a continuación del discurso fúnebre de Pericles a los
caídos el primer año de guerra. Este discurso es el más bello elogio escrito
sobre Atenas: “Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros
pueblos, y más que imitadores de los demás somos un modelo a seguir. Su nombre,
debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es
democracia” (II, 37). “Amamos la belleza con sencillez y el saber sin
relajación” (II, 40). “Resumiendo, afirmo que nuestra ciudad es, en su
conjunto, un ejemplo para Grecia” (II, 41).
A partir del capítulo 48 Tucídides
comienza su relato: “Apareció por primera vez, según se dice, en Etiopía, la
región situada más allá de Egipto, y luego descendió hacia Egipto y Libia y a
la mayor parte del territorio del Rey (el Imperio Persa). En la ciudad
de Atenas se presentó de repente, y atacó primeramente a la población del
Pireo... Luego llegó a la ciudad alta (la acrópolis), y entonces la
mortandad ya fue mucho mayor”. Si la enfermedad entró por el Pireo, el puerto
de Atenas, sin lugar a duda la epidemia llegó por barco.
En los siguientes capítulos
Tucídides va describiendo los distintos síntomas y la evolución de la
enfermedad. Se acostumbra a distinguir cuatro períodos:
Uno primero de incubación, destacando
que la enfermedad aparece súbitamente.
Se entra en un período de plena
actividad, que dura unos 7-9 días, y suele ser fatal para la mayoría de los
enfermos. Tucídides establece dos partes en la descripción:
Primero nos habla de los síntomas
principales en orden de aparición: calentura de cabeza, enrojecimiento e
inflamación de ojos, sangre en lengua y faringe, respiración irregular y
fetidez de aliento, estornudos y ronquera; después tos pulmonar violenta y paso
a estómago y corazón.
Pero también nos describe los
fenómenos observables: calor interno irresistible, aunque no sensible
externamente al tacto; piel rojiza y cárdena; exantema de ampollas y úlceras;
sed insaciable; insomnio, cansancio, depresión.
Los que conseguían superar la
primera semana, sufrían ulceraciones intestinales, diarrea y, probablemente,
muerte.
Para los que conseguían superar esa terrible tercera
fase, se abría un período de complicaciones y secuelas: gangrena, pérdida de
visión y, en algunos casos, de memoria.
Tucídides nos cuenta también que los animales que se
acercaban a los cadáveres también padecían la enfermedad, destacando que en los
perros era más fácil la observación de los efectos por vivir con el hombre.
La enfermedad se agravó también por la aglomeración
sufrida por la ciudad a causa del traslado de la gente del campo al interior de
los muros, por la guerra. Pero, sin duda, para Tucídides, siendo terrible la
enfermedad, fueron más terribles las consecuencias morales: el desánimo que se
apoderaba de los que contraían el mal; el menosprecio tanto de lo divino como
de lo humano (II, 52), el crecimiento de la inmoralidad:
“También en otros aspectos la epidemia acarreó a
la ciudad una mayor inmoralidad. La gente se atrevía más fácilmente a acciones
con las que antes se complacían ocultamente, puesto que veían el rápido giro de
los cambios de fortuna de quienes eran ricos y morían súbitamente, y de quienes
antes no poseían nada y de repente se hacían con los bienes de aquellos”
(II, 53)
Es quizás aquí donde debemos tomar nota para aprender
de la lección de la Historia ,
magistra vitae, y no renunciemos a nuestros valores, prestando atención
a que los aventureros sin escrúpulos no se adueñen de la situación. Porque el
gran peligro de las pandemias es el moral, el renunciar a lo que ha costado
tanto crear y mantener.
Los textos de Ilíada y de La Guerra del
Peloponeso pertenecen a las traducciones publicadas en la Biblioteca Básica
Gredos, debidas a Emilio Crespo y Juan José Torres, respectivamente.
Sobre la influencia de la enfermedad y el cambio
climático en el fin del Imperio Romano, véase el libro de Kyle Harper El
fatal destino de Roma, publicado en castellano por la Editorial Crítica.
Manuel Millán Gómez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si no tienes perfil como usuario pincha en anónimo.
Escribe tu mensaje e indica quién lo hace.