sábado, 28 de marzo de 2020

LA PESTE DE ATENAS

            Corren tiempos difíciles. Nuestra generación está viviendo una situación que no se producía en décadas. Nos vemos obligados a permanecer confinados en casa. Sin embargo, no es la primera vez que existen pandemias, la historia y la literatura están llenas de ellas.
            Tenemos constancia de, al menos, tres episodios pandémicos, en el Imperio Romano: la llamada peste antonina, del año 165, probablemente causada por la viruela; en el 249 un patógeno desconocido arrasó los territorios del imperio; finalmente, en 541 llegó, para quedarse durante más de 200 años, la primera pandemia de Yersinia pestis, el agente de la peste bubónica.
            Conocidas son varias pandemias de peste también durante la Eda Media, presentes también en la literatura, por ejemplo, en Bocaccio y su Decamerón.
            Pero nos vamos a trasladar al mundo griego antiguo, para conocer dos epidemias de peste: una literaria y la otra histórica, pero también literaria.
            La Ilíada, la primera obra de la literatura occidental, atribuida comúnmente a Homero, empieza precisamente con la descripción (I, 9-100) de una peste en las filas aqueas, esto es, griegas. Se trata de una peste causada por el dios Apolo, el flechador, en castigo porque los dánaos (otro nombre para las huestes griegas), más concretamente su jefe Agamenón, no quieren liberar a Criseida, hija de Crises, sacerdote de ese dios. La disputa entre Agamenón y el mejor guerrero, Aquiles, a cuenta de esa devolución, provocará el abandono de la lucha por parte de Aquiles y la desgracia para los griegos, aunque no para nosotros, porque podemos disfrutar de la grandeza épica del poema.
            Sobre la peste en sí, el poema solo nos dice que “el flechador Apolo disparaba certeramente, primero a acémilas y ágiles perros”, después a los hombres durante nueve días, “y sin pausa ardían densas las piras de cadáveres”.
            Sin abandonar la literatura, pero si el territorio mítico, nos encontramos, al inicio de la Guerra del Peloponeso, con la peste de Atenas, del año 429 a. C., en la que falleció Pericles, el gran estadista ateniense, y que el historiador Tucídides nos dejó retratada con gran precisión, pues él mismo padeció la enfermedad, siendo de los pocos que consiguió recuperarse.
Discurso fúnebre de Pericles a la asamblea de Atenas
            Tucídides nos describe la peste en el libro segundo de su obra, conocida generalmente como La Guerra del Peloponeso, justo a continuación del discurso fúnebre de Pericles a los caídos el primer año de guerra. Este discurso es el más bello elogio escrito sobre Atenas: “Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia” (II, 37). “Amamos la belleza con sencillez y el saber sin relajación” (II, 40). “Resumiendo, afirmo que nuestra ciudad es, en su conjunto, un ejemplo para Grecia” (II, 41).
            A partir del capítulo 48 Tucídides comienza su relato: “Apareció por primera vez, según se dice, en Etiopía, la región situada más allá de Egipto, y luego descendió hacia Egipto y Libia y a la mayor parte del territorio del Rey (el Imperio Persa). En la ciudad de Atenas se presentó de repente, y atacó primeramente a la población del Pireo... Luego llegó a la ciudad alta (la acrópolis), y entonces la mortandad ya fue mucho mayor”. Si la enfermedad entró por el Pireo, el puerto de Atenas, sin lugar a duda la epidemia llegó por barco.
            En los siguientes capítulos Tucídides va describiendo los distintos síntomas y la evolución de la enfermedad. Se acostumbra a distinguir cuatro períodos:
            Uno primero de incubación, destacando que la enfermedad aparece súbitamente.
            Se entra en un período de plena actividad, que dura unos 7-9 días, y suele ser fatal para la mayoría de los enfermos. Tucídides establece dos partes en la descripción:
            Primero nos habla de los síntomas principales en orden de aparición: calentura de cabeza, enrojecimiento e inflamación de ojos, sangre en lengua y faringe, respiración irregular y fetidez de aliento, estornudos y ronquera; después tos pulmonar violenta y paso a estómago y corazón.
            Pero también nos describe los fenómenos observables: calor interno irresistible, aunque no sensible externamente al tacto; piel rojiza y cárdena; exantema de ampollas y úlceras; sed insaciable; insomnio, cansancio, depresión.
            Los que conseguían superar la primera semana, sufrían ulceraciones intestinales, diarrea y, probablemente, muerte.
Para los que conseguían superar esa terrible tercera fase, se abría un período de complicaciones y secuelas: gangrena, pérdida de visión y, en algunos casos, de memoria.
Tucídides nos cuenta también que los animales que se acercaban a los cadáveres también padecían la enfermedad, destacando que en los perros era más fácil la observación de los efectos por vivir con el hombre.
La enfermedad se agravó también por la aglomeración sufrida por la ciudad a causa del traslado de la gente del campo al interior de los muros, por la guerra. Pero, sin duda, para Tucídides, siendo terrible la enfermedad, fueron más terribles las consecuencias morales: el desánimo que se apoderaba de los que contraían el mal; el menosprecio tanto de lo divino como de lo humano (II, 52), el crecimiento de la inmoralidad:
También en otros aspectos la epidemia acarreó a la ciudad una mayor inmoralidad. La gente se atrevía más fácilmente a acciones con las que antes se complacían ocultamente, puesto que veían el rápido giro de los cambios de fortuna de quienes eran ricos y morían súbitamente, y de quienes antes no poseían nada y de repente se hacían con los bienes de aquellos” (II, 53)
Es quizás aquí donde debemos tomar nota para aprender de la lección de la Historia, magistra vitae, y no renunciemos a nuestros valores, prestando atención a que los aventureros sin escrúpulos no se adueñen de la situación. Porque el gran peligro de las pandemias es el moral, el renunciar a lo que ha costado tanto crear y mantener.
Los textos de Ilíada y de La Guerra del Peloponeso pertenecen a las traducciones publicadas en la Biblioteca Básica Gredos, debidas a Emilio Crespo y Juan José Torres, respectivamente.
Sobre la influencia de la enfermedad y el cambio climático en el fin del Imperio Romano, véase el libro de Kyle Harper El fatal destino de Roma, publicado en castellano por la Editorial Crítica.

Manuel Millán Gómez

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