“Evangelio” es una palabra griega «euangelion» que llegó al español a través de la palabra latina «evangelium» y que significa literalmente buena noticia. Esta buena noticia se refiere a la vida y a la predicación de Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios hecho hombre. Como sabemos son cuatro los evangelios; Mateo (Mt), Marcos (Mc), Lucas (Lc), Juan (Jn). Escritos entre los años 60 y el 100 d.C., y como tales forman parte de las Sagradas Escrituras, y más concretamente del Nuevo Testamento. Pero quizás se nos puede venir a la mente la siguiente cuestión, ¿cuál de los cuatro evangelios es el verdadero? ¿O cual se aproxima más a la verdad?
Los evangelios son esa hermosa herencia recogida y conservada por las primeras comunidades cristianas de su experiencia de encuentro con el Resucitado. No son biografías de Jesús sino cuatro vivencias, escritas desde la fe, de su actuar en medio de los suyos, y es por eso que en muchos de los aspectos no siempre coinciden entre ellas o no transmiten los mismos sucesos.
Nosotros los cristianos tenemos una tarea transcendental con la que, como Iglesia que somos, nos identificamos: EVANGELIZAR. Esta es nuestra misión, la Iglesia es, cuando evangeliza. El apóstol San Pablo lo tenía bastante claro: “Porque evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!” (1ª Cor 9, 16)
Pero si es cierto y sustancial, y os invito a ello, que debemos dejar a un lado esa lectura literal de la Sagrada Escritura , siendo conscientes en qué época fueron escritas, para poder interpretarla de manera más adecuada en el ciclo de la vida que nos ha tocado vivir. La necesidad de interpretar no significa que la vida de Jesús, sus hechos y palabras, su muerte y resurrección, no fueran reales e históricas.
El cristianismo, y creo que ahí está su grandeza, es una religión divina y humana. “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María , se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado. Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. (Gaudium et spes 22)”.
En esta sociedad en la que vivimos urge reevangelizar, volver al punto de partida de toda fe, de todo compromiso; urge volver al evangelio como anuncio de salvación integral en Cristo y por Cristo. Volver a ser apóstol, volver a ser un verdadero misionero. Urge tener pasión por Cristo, pasión por la misión. Reevangelizarnos para devolver al mensaje del Hijo de Dios su fuerza liberadora, para recuperar la alegría y el entusiasmo de la solidaridad y fraternidad propias de un seguidor de Cristo.
Y nos preguntaremos, si Jesús resucitó y continuó vivo entre los suyos, después de su muerte, por la fuerza de su Espíritu ¿cómo dejo actuar en mi vida su mismo Espíritu, en estos tiempos que corren? La respuesta a esta reflexión será distinta según la experiencia personal que tengamos con Jesús, y nos invitará a escribir el quinto evangelio particular, el que llevará el nombre de cada uno de nosotros y el que muy posiblemente leerá nuestro prójimo.
Así es, cada uno escribimos, en nuestro cuerpo, el “quinto evangelio”. Pero para ello debemos de dar testimonio con la propia vida cristiana, evangelizar con nuestros actos, en vez de con palabras, ser un auténtico cristiano creíble.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de Gracia del Señor” (Lc 4, 18). Solo el poder del Espíritu Santo hará que cada bautizado sea de verdad un creyente vivo, legítimo testimonio de la salvación en Jesucristo.
Seamos Evangelio viviente. Caminemos juntos de la mano del Señor, unidos a Él por la fe y el amor. Recorramos nuestro camino de vida anunciando el evangelio y sirviendo a nuestros hermanos. Somos misioneros, y la misión nace de la intimidad de cada uno con Jesús, de la historia de amor personal con el Señor.
Francisco de Asís Linares Martínez
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