sábado, 28 de marzo de 2015

MEDITACIONES BAJO EL CRISTO DE LA EXPIRACIÓN

 Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: “Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz”. De igual modo, también los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose: “A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos”. También los otros crucificados lo insultaban.
Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente: Eloí Eloí, lemá sabactaní (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)… Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
Marcos 15 (29-37)

Cada Viernes Santo me aplico con los rituales aprendidos  repetidos desde hace años. La túnica cuelga planchada en el salón. Una torrija para merendar. Y el olor de la crema de zapatos; ningún otro día me esmero tanto en su limpieza y brillo. En la Iglesia, una sorda y contenida emoción compartida al comprobar que todo está preparado y va a salir bien.

Las cuentas de mi rosario acompañan a Nuestra Señora que camina al son de marchas fúnebres, divisando allá al final de la calle a su Hijo, que recorre las calles con un andar sobrio y silencioso. Cristo está exhalando su último aliento. ¿Por qué entonces siento un íntimo gozo?

En la Cruz, Jesús levanta su mirada al cielo, se dirige al Padre, le interpela, le acusa.
CRISTO DE LA EXPIRACIÓN
No es sólo dolor físico. A fin de cuentas el dolor físico no es otra cosa que una sensación biológica. Nada comparado con las impresiones que pueden recorrer la compleja mente humana. Si hubiese sentido solamente dolor, sabiendo que la pasión no era más que un trance que iba a tener un final glorioso, hubiese sentido algo parecido a una mujer dando a luz o que el corredor de maratón que llega exhausto a la meta. Un gran dolor, pero también la ilusión por lo que viene después, la satisfacción interior por lo bien hecho.

CRISTO DEL MUSEO
Según sus propias palabras se siente abandonado. Es el sentimiento de quien ha sido traicionado por los suyos, humillado por sus enemigos, de quien unos días antes había sido recibido entre vítores y alabanzas y ahora fracasa en su proyecto. De quien es arrojado a lo más bajo de la escala social: a una muerte ignominiosa entre bandidos.

  
Oyendo y contemplando la escena, en la mirada acusadora o al menos interrogante de Jesús al Padre en sus últimos segundos reconocemos sentimientos puramente humanos, impropios de un Dios que guarda un as en la manga. Siente como cualquier hombre todo aquello que se ha proyectado sobre Él: humillación, abandono, traición… Pero también siente el miedo, la desesperación, la incertidumbre que cualquier otro hombre sentiría en su lugar.

Pesebre y Expiración, son los dos momentos más significativos del abajamiento, de la encarnación del Hijo de Dios. De querer sentir la debilidad del recién nacido y la zozobra de la muerte tras una dolorosa derrota.

LA VIRGEN
DE
 LOS PALAFRENEROS
(CARAVAGGIO)
Su madre se llamaba María y su abuela Ana, pero podrían haber sido unas lavanderas italianas de piel arrugada y uñas sucias. Se llamaba Jesús vivió en Palestina, pero se podría haber llamado Cachorro, y ser un gitano de mala vida de un arrabal de Sevilla, que muere de una mala puñalada, y siente desesperado que se le escapa la vida y se aplica en vano y con denuedo a inspirar aire que le vivifique.


EL CACHORRO
Contrariamente al poeta, me gusta rezar a este Cristo derrotado, más que al que anduvo en el mar. Porque es ese el Dios en el que quiero creer. El que quiere vivir y padecer como uno más, para decirnos “No tengas miedo. Estoy contigo. Yo también pasé por ahí”. El que, estoy convencido y que me perdone la Santa Inquisición, quiso dejar su condición divina en las alforjas de la Borriquita para padecer la Pasión como la sufriría cualquier otro hombre. Sin ventajas. 

Es esa alegría de creer en un Dios tan lleno de Amor la que me llena de agradecimiento y de gozo íntimo acompañándolo en su Pasión.

No existe el Cielo en la tierra. Solo anticipos. Quien se lo fabrique vivirá con el temor a perder lo que tiene y miedo a la muerte. Quien así viva, no comprenderá la emoción que siente el hombre sufriente ante la Cruz.

Me gusta más la austeridad del románico castellano que la majestuosidad del gótico francés. Más la piedra que el cristal. Me resulta más fácil adorar a Dios en lo pequeño y humilde que en las grandezas de la Creación.

Yo soy el que ha fracasado, el derrotado, el débil. Soy el que se ha equivocado y lo sabe. Soy el que tiene miedo. Soy el inmigrante que cree que llama a las puertas del paraíso. Soy el que depende de otros para sobrevivir. Yo soy el hijo pródigo. Soy la mujer adúltera, un marido infiel. Soy un preso, pero no de los injustamente perseguidos, yo soy culpable. Yo soy Charlie, y al mismo tiempo su asesino. Soy el copiloto de Germanwings. Soy la madre que entierra a su hijo.

Mi Dios ha querido sentir y vivir conmigo lo que soy. Por eso, cada Viernes Santo visto mis mejores galas, por dentro y por fuera, me agarro a la Cruz y camino con Él.






Manuel Del Rey Alamillo    

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