miércoles, 6 de mayo de 2015

NI QUITO NI PONGO REY...

La segunda mitad del siglo XIV se caracteriza en el reino de Castilla por una sucesión de guerras que van a tener una consecuencia desastrosa en la economía del Estado.
Y más concretamente con la muerte de Pedro I “El Cruel” (o “el Justiciero”) y el advenimiento de Enrique II “el de las Mercedes” (también se le conoce a éste como “el Fraticida” o “el Bastardo”), de la casa de Trastamara.

Ambos eran hijos de Alfonso XI, si bien Pedro era hijo legítimo con Doña María de Portugal mientras que Enrique era bastardo tenido con Doña Leonor de Guzmán. Las disputas entre ambos hermanos fueron constantes y se saldaron con la muerte del legítimo heredero por parte del bastardo.

Las guerras fraticidas se relacionan con personajes y acontecimientos como:
-         Alianza con Pedro IV de Aragón contra su hermano. Prometía Enrique el Reino de Murcia y 10 plazas importantes el día que subiese al trono. Negó posteriormente al rey de Aragón todas las cesiones territoriales que le había prometido en los tiempos difíciles.
-         El mercenario francés Beltrán de Duguesclín.
-         Fernando I de Portugal invade Galicia.
-         Duques de Lancaster y York, pretendientes al trono.
-         Incluso el rey nazarí de Granada Abu Abd-Allah Mohamed ben Yuçuf (Mohamed V) participó en las guerras fraticidas siempre del lado de Pedro I. Ya en 1367 se aliaron contra Córdoba, que había tomado parte por Enrique, y se enfrentaron el 6 de noviembre al Adelantado Mayor de la frontera Alonso Fernández de Córdoba en la Batalla de los Piconeros. En el año 1368 apoyó a Pedro con un poderoso ejército, haciendo algunas correrías por el territorio castellano a la muerte de éste.

La noche del 23 de marzo de 1369, Pedro I, vencido en los Campos de Montiel, caía bajo la daga de su hermanastro Enrique en la tienda de Duguesclín, entronizándose así la rama bastarda de Trastamara en Castilla. Se cuenta de Duguesclín la frase de “Ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor” pronunciada en el mismo momento del fraticidio.

Las recompensas que recibieron los nobles aliados junto con Duguesclín y demás soldados de fortuna fueron cuantiosas, lo que unido a las continuas contiendas relatadas justifican la depreciación que tuvo la moneda, que algún autor ha llegado a definir como las “falsificaciones reales”.


Enrique II, reales de vellón del 1369

El caso más típico de esa situación se da con el real de vellón de Enrique II.
Se trata de una moneda que debería ser de plata, pero que se acuña en vellón. Son piezas que presentan en el anverso el busto coronado del rey de frente con las iniciales E-N coronadas a los lados. Y en el reverso el escudo cuartelado con castillos y leones rampantes a izquierda.
Y en el exterior + ENRICVS DEI GRATIA REX CASTELLE en ambas caras (no apreciable en este caso por cuestiones obvias)
Se acuñaron en Córdoba, Coruña, Cuenca, León, Medina del Campo, Segovia, Sevilla, Soria y Toledo. Estas emisiones se realizaron en el año 1369.
Estos reales tenían una ley de 3 dineros (en lugar de 11 dineros 4 granos) y una talla de 70 en marco (en lugar de 66). Para que nos entendamos, aproximadamente 250 milésimas en lugar de 930. Y un peso de 3´3 gramos en lugar de 3´5 gramos. ¡Se había rebajado su plata a la cuarta parte!
En las Cortes de Toro de 1371 se bajaron los falsos reales a 1 maravedí, declarando que la superior valoración “se había fecho por poder pagar muchas e muy grandes quantías que debía a Mosén Beltrán de Claquín”

Por Juan Manuel López Márzquez

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