martes, 29 de agosto de 2023

MI GRAN PARADA

      Estos meses de verano, han sido de maleta abierta, convivencia familiar intensa, crecimiento, conocimiento de uno mismo y de los demás, oración y nuevos aprendizajes. Los campamentos de las niñas, el máster de familia y la JMJ, han sido los tres puntos fuertes fuera de casa que han impregnado después, el diálogo y el análisis de la realidad interna y externa, religiosa, social y política…que no es muy alentadora que digamos. Superada la convivencia, ¡creo que somos todos más virtuosos con dos adolescentes en casa!, y preparada para un nuevo curso, pilas cargadas y fe renovada.

     La preparación del máster de familias, nos ha llevado cuatro meses intensos de trabajo que han terminado con éxito y satisfacción. Organizar a 40 familias y a 130 niños, no ha sido tarea fácil; un esfuerzo que ha merecido la pena, al ver tanta gracia derramada, tanta gente buena y tanta fe y esperanza puesta en la familia cristiana, siguiendo las huellas de San Juan Pablo II. Esto ha conllevado formación académica para nuestro matrimonio, pero este año, con el plus de poder haber formado a los adolescentes en afectividad y sexualidad, urgencia actual, donde la ideología de género ha distorsionado la sociedad y donde las categorías de bien y mal son excluidas, haciendo terribles destrozos a la teología del cuerpo.

     Terminado el máster, volvía Fede de Lisboa. Este evento nos ha hecho a Emilio y a mí, revivir nuestra primera JMJ en Roma en el 2000. Fue justo antes de casarnos, un antes y un después en nuestras vidas y en nuestra vocación al amor. Ver a nuestro hijo con dieciocho años, viviendo  esta experiencia, nos hizo viajar en el tiempo y recordar que saberse amado exige una respuesta. Peregrinar junto a miles de jóvenes, acogido en una familia, hasta encontrarse con el Santo Padre, vivir inclemencias en el camino, hambre, sed, incomodidades, pero con alegría en el corazón y ver que uno, no está solo en el camino, encontrarse con Jesús al encontrarse con el otro y sus debilidades, experimentar la gracia de los sacramentos, la misericordia… Todo ello, fortalece la fe en Dios y en una iglesia en la que cabemos todos, todos…

     El descanso físico y mental, salir de las rutinas y hacer cosas que durante el curso no podemos, es necesario; disfrutar, reír, hablar, compartir….Pero personalmente, lo que a mí me hace fuerte en el verano, es la pausa de poder mirar todo con perspectiva, ver lo que estoy construyendo, lo bueno y lo menos bueno.     Qué difícil es salir del ritmo vertiginoso del día a día y sentarte a la orilla  para observar bien el cuadro que estoy pintando. Y es que  si necesitamos vivir una vida en plenitud, ¡nos la jugamos en cómo decidimos vivirla! El verano me ayuda a ello. Es mi gran parada.

      He tenido muy presente las virtudes trabajadas este curso y he aprendido viendo a muchas personas virtuosas cómo iluminan y ayudan a interpretar la verdad del bien, para poder  trabajarlas más y educar a nuestros hijos en ellas… He puesto en práctica el perdón cada día con los míos… manifestando la necesidad de la misericordia de Dios en lo pequeño y en lo grande, para así, seguir caminando. 

     Nada lejos de lo que cada uno, ha tenido que trabajar en sus hogares, con sus familias y amigos, esfuerzos necesarios para seguir educando el corazón y con la certeza de que si Dios gana amando, nuestras batallas debemos ganarlas amando. Espero que vosotros, amigos,  hayáis podido hacer esa gran parada que construye, para arrancar el curso con la mirada en el cielo y con vistas a compartir grandes momentos juntos.

Blanca Ortiz Lora

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