domingo, 13 de diciembre de 2015

Antíoco IV Epífanes, rey de Siria

            Siria, considerada como región en sentido amplio, ha vivido, desde la Antigüedad todo tipo de conflictos y guerras, de la que ahora estamos viviendo un episodio más. Es una zona próxima a Mesopotamia, la tierra entre los ríos Tigris y Éufrates, el llamado Creciente Fértil, cuna de las civilizaciones que más han influido en las culturas griegas y judía, por tanto, en la civilización occidental. A todo ello no es ajeno el hecho de que Siria es tierra de acceso al mar Mediterráneo.
            No es posible contar aquí toda la historia de esta región, por lo que nos vamos a situar en un momento que resulta importante, en mi opinión, pues se trata de la actuación de un rey que provocó un intenso movimiento en el judaísmo, con consecuencias importantes tanto políticas como religiosas.
            Se trata del rey Antíoco IV de Siria, llamado Epífanes (“Dios manifiesto”), aunque sus excentricidades le dieron el sobrenombre menos amable de Epimanes (“el loco”). Su reinado transcurrió entre los años 175 y 164 antes de Cristo. Es un rey conocido por el testimonio de historiadores griegos, romanos y judíos (incluyendo libros bíblicos), por lo que disponemos de abundantes testimonios.
Moneda de Antíoco IV
           
                Pero antes es preciso hacer un breve esbozo histórico.
            Cuando el rey Filipo II de Macedonia derrotó en Queronea el año 338 a.C. a la coalición de estados griegos liderada por el orador ateniense Demóstenes, volvió su mirada hacia el gigantesco Imperio Persa, pero su asesinato le impidió lanzar el ataque. Sería su hijo Alejandro, el Grande (Magno), el que consiguió la hazaña de conquistar ese Imperio, llegando incluso a zonas de la India.

            Alejandro Magno murió en el regreso, y, dada la minoría de edad de su hijo, sus generales se repartieron los territorios, entablando entre sí una serie de guerras, que es muy complicado relatar con brevedad. Baste decir que se consolidaron una serie de reinos, en el tiempo de los Diádocos (“sucesores”): Macedonia, Egipto (Ptolomeo, hijo de Lago) y Siria (los Seléucidas); y algunos reinos menores como Pérgamo o Bitinia.
            Estos reinos llamados helenísticos difundieron la lengua griega común (coiné) por todo el territorio habitado (en griego oicuméne, de donde viene la palabra ecumenismo).

            Llega el momento de Antíoco IV, el cual, queriendo invadir Egipto (en la sexta guerra siria), se encuentra con los romanos que frenan su avance, y aquí tenemos que contar la historia de cómo Gayo Popilio Lenas detuvo a Antíoco, presentándose ante el rey con la demanda del Senado romano y trazando un redondel con una vara de sarmiento en la arena en torno al rey, conminándole a dar una respuesta antes de salir de él, en clara muestra de la prepotencia romana.
            Tras esta humillación es cuando Antíoco dirige su atención a Palestina, que había pasado a poder sirio en la quinta guerra siria (202-200) y, aprovechando los conflictos entre las familias sacerdotales, que nos cuenta Flavio Josefo en las Antigüedades judías, decide helenizar el territorio y, para ello tiene un papel decisivo en la usurpación del cargo de Sumo Sacerdote, por parte de Jasón (nombre griego).
            Sin embargo, una parte de los judíos, liderada por Judas Macabeo (“Martillo”), hijo de Matatías, y sus hermanos, iniciarán una rebelión que acabará en el 134, con la independencia de Siria y la aparición de una dinastía sacerdotal, los Asmoneos, que, sin embargo, no podrán acabar con los romanos mandados por Pompeyo, que, en el año 63, entra en el templo. A partir de entonces los romanos darán el poder a Antípatro y a su hijo Herodes, llamado el Grande, personaje que no necesita presentación.
            Tenemos información de las luchas de Antíoco con los judíos en la Biblia: textos como el Libro de Daniel, y los libros I y II de los Macabeos, que narran los mismos hechos, pero desde perspectivas diferentes: el libro I tiene un estilo cercano a los relatos históricos de la Biblia Hebrea; el libro segundo, por el contrario, tiene modelos de expresión más cercanos a los helénicos.
            La llegada al poder de Antíoco, en efecto, coincidió con un momento de lucha de facciones, que habían desgarrado a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén, pero cuyas razones más profundas se nos escapan, desgraciadamente.
            La liberación de la opresión seléucida trajo consigo unos primeros momentos de serenidad, que hacía pensar que habían llegado, por fin, tiempos de paz.
            Este momento feliz no duró mucho, sin embargo. La monarquía asmonea, a pesar de haber tenido sus orígenes en una revuelta para defender la Torá (la Ley mosaica) y las tradiciones de Israel, bien pronto se olvidó de sus raíces. La situación moral de la corte y la situación económica de la gente corriente estaban muy deterioradas. En esta época hunden sus raíces los movimientos fariseos y saduceos así como otros que deciden romper con el judaísmo oficial, como los esenios.
            Estos grupos, salvo los esenios (conocidos por los hallazgos de Qumrán), aparecen en los Evangelios, como antagonistas de Jesús.
            Podemos concluir recordando la importancia de los sucesos iniciados por Antíoco: el cambio de dinastía sacerdotal; el desarrollo del género apocalíptico judío (Libro de Daniel); la división del judaísmo y el rebrote de las esperanzas mesiánicas, que darán su fruto dos siglos después.
            Sin embargo, a pesar del mensaje de paz de Jesús, la tierra de Siria seguirá conociendo conflictos hasta el día de hoy.

           Manuel Millán Gómez

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