Es mil veces preferible hacer voto de locura, o disolverse
en Dios, que prosperar a base de simulacros (E.M. Cioran).
Lo reconozco. Soy un
friki. Desde hace unos años me he aficionado a la mitología sumeroacadia y vivo
obsesionado día y noche con las traducciones de tablillas mesopotámicas de
barro cocido. Es oír los nombres de Gilgamesh, Upnapistin, Humbaba, Innana, Enlil
y otras divinidades y personalidades de esa civilización y se me pone la carne
de gallina al pensar que pueda haber por ahí, aunque sea en la zona Oeste de
Minnessota, algún otro individuo que comparta mi afición. Pese a las quejas de
mi mujer, que ya no tiene nada de lo que hablar conmigo, y me pide que me
dedique a algo más actual, es lo único que leo (además de a Rilke).
Mi desmesurada afición
me llevó al Museo Británico de Londres, donde se exponen cientos de tablillas
originales en escritura cuneiforme. Al entrar en la sala, a la emoción del
primer minuto siguió una primera decepción, al comprobar la indiferencia de mi
santa esposa, que camino del Museo, viendo mi estado de excitación, quizás
pensó que iba a ver algo parecido a las siete pirámides de Egipto en persona.
La segunda decepción fue comprobar yo mismo que detrás de aquellas marcas
triangulares que arañaban las tablas no era capaz de percibir en realidad
emoción alguna.
Y la tercera y
definitiva fue comprobar que había alguien más friki que yo. Una pareja de edad
madura, en torno a los sesenta, con pelo canoso, estilo estudiadamente
descuidado y gafitas de belga, llevaban varios minutos ante una urna que
contenía una de las tablillas, señalando con los dedos cada uno de los
triangulitos, probablemente traduciendo su contenido del sumerio al caldeo, y
de éste al arameo, de aquí al griego clásico, para terminar en el inglés, el
alemán, o lo que fuese que hablasen aquellos tipejos impertinentes.
Posiblemente estaban discutiendo sobre la intención que tuvo el autor, en la
tercera línea del texto, al utilizar el futuro perfecto en lugar del futuro
continuo, que hubiese sido lo más lógico. Me mantuve boquiabierto durante unos
minutos al otro lado de la urna, observándolos de reojo, sin apercibirme de que
la parte de tablilla que se me ofrecía desde mi posición era el reverso, que no
tenía nada escrito. Me dí cuenta de que soy un medio friki, o un friki de
pacotilla, impotente porque posiblemente nunca llegaré a dominar una de
aquellas lenguas milenarias.
Y es que una de las
características del frikismo, aunque no lo explicite la definición de la RAE ni Wikipedia, es que, como
todo en la vida, es relativo. Relativo al entorno en el que nos encontremos.
Hay algunos jóvenes (y no tanto), de radical afición cofrade, que conocen los
nombres de los autores de todas las tallas que procesionan en Andalucía en
Semana Santa, incluso en lugares como Mairena del Alcor y Dos Hermanas; y se
conocen todas las marchas que acompañan a las imágenes, y por supuesto a partir
del Miércoles de Ceniza, e incluso antes, llevan la música de cornetas y
tambores a todo volumen en su coche (causando honda preocupación a los demás
conductores, que oyendo tales sones temen que les vayan a cortar el tráfico por
el paso de una procesión). Pues bien, uno de estos jóvenes podrá ser
considerado un friki si vive en Córdoba o Granada, y no digamos en Madrid,
Barcelona o Berlín. Pero si nos colocamos en otro contexto, en la calle Pagés
del Corro, en pleno corazón del barrio de Triana, la cosa es bien distinta.
También ocurre al
friki que se centra tanto en su afición que ignora el entorno que define y
caracteriza a la propia materia. Si a uno de los jóvenes le preguntas por
Bernini, probablemente pensará que es el delantero centro del Peruggia, pero no
caerá en la cuenta de la influencia que ejerció el insigne escultor italiano en
la imaginería andaluza.
Pero sigo contando mi
experiencia en el Británico. Cuando aquellos gafitas impertinentes se fueron a
otra urna a continuar una tarde de descubrimientos apasionantes, que iban a
suponer un antes y un después en sus vidas, me situé, esta vez sí, ante la
parte escrita de la tablilla, atraje a mi mujer hacia mí, adopté hacia ella una
posición paternalista, pasando mi brazo sobre su espalda y mi mano en su
hombro, y le susurré unas palabras mientras el dedo índice de la mano que me
había quedado libre señalaba la tercera línea de aquel grupo de pictogramas y
se balanceaba como haciendo que seguía el texto. Con satisfacción pude
comprobar la reacción de admiración que provocaba en un par de turistas latinas
a quienes podía ver de soslayo tras de mí a través del reflejo del cristal de
la urna. En realidad no sé si era admiración o si es que habían oído lo que
acababa de susurrar a mi esposa “Cariño, se nos está acabando el presupuesto
para el viaje; esta noche mejor cenamos en el MacDonalds”.
Y es que otra de las
características del friki es que no solo no oculta su frikismo, sino que por el
contrario presume de ello, está orgulloso de tal condición, y la anuncia,
fomenta y pregona por doquier, y no sólo eso, sino que también la exagera, y
trata de hacer creer a los demás que sus conocimientos o habilidades son
superiores a los reales.
Todos recordaréis el
inicio de aquella maravillosa película francesa, “La cena de los idiotas”,
cuando los dos protagonistas, el idiota (aquí friki) y el supuesto listo,
coinciden en un tren en asientos contiguos. El idiota ojea un cuaderno que
contiene fotografías de sus trabajos de reproducciones de conocidos monumentos
hechas con palillos de dientes, trabajos a los que dedica todo su tiempo libre.
El idiota necesita que alguien reconozca sus méritos y muestra ostensiblemente
el cuaderno a su vecino de viaje (que indiferente, se oculta tras la enorme
sábana del diario Le Monde), para tratar de arrancarle algún comentario de
admiración que le dé pie a comenzar una exposición sobre la dificultad y mérito
de sus trabajos. Lo cual, por cierto, acaba consiguiendo aunque en un sentido
distinto al pretendido.
Y es que los frikis
tenemos algo de exhibicionismo. Una de las características principales del
frikismo, si no la fundamental, es la dedicación exagerada, desmedida a una
afición minoritaria. El proceso sufrido por el friki es evidente. De pequeño,
en el cole, no era capaz de destacar ni en los estudios ni en otras disciplinas
sobre todo deportivas, del gusto de la mayoría, vamos, que no jugaban bien al
fútbol, baloncesto, canicas o trompos (sí, en mi época aún otorgaba cierto
prestigio tirar bien el trompo o ser campeón de canicas de la parada del
autobús). Como el friki necesita sentirse reconocido y admirado por el resto de
la clase, recurre a otras aficiones en las que pueda hacerse visible y destacar
por no tener competencia al ser minoritarias, incluso extravagantes. Así, en mi
época, surgió lo que hoy es el paradigma del frikismo, cual es la afición por la Guerra de las Galaxias. De
hecho, el día del Orgullo Friki, el 25 de Mayo, se concentran en la Plaza de Callao, en Madrid,
cientos de individuos disfrazados de Obiguanquenovi, Chiguaka o de
Luquescaiguolquer.
Otro compañero de mi
clase, que también era patoso jugando al fútbol, se dedicaba todos los días en
el recreo a practicar algo tan insulso (y sucio) como el salto de longitud.
Quizás esperaba ser el visionario pionero de una nueva afición en el cole que
desbancase a la mayoritaria veneración a Amancio, Juanito y Santillana. Sin
embargo, lo que consiguió fue todo lo contrario, ya que además de volver del
recreo lleno de polvo se convertía en sujeto pasivo de uno de los primeros
casos de bullying que recuerdo (cuando el bullying no existía porque nadie
había inventado la palabra, y si un niño se quejaba a su padre, éste le daba
una colleja y le decía, “pa que espabiles so tonto”, con lo que el zagal
espabilaba y aprendía a valerse y defenderse por sí mismo).
Recapitulemos pues. El
frikismo consiste en la pasión desmedida hasta la extravagancia, por una
afición minoritaria. Como una afición puede ser minoritaria en un lugar, y
mayoritaria en otro, puede que la misma persona en uno u otro contexto pueda
ser considerado un friki o dejar de serlo.
Como hemos apuntado,
el prototipo del friki es el aficionado a las películas y personajes de la
serie de La Guerra
de las Galaxias. También se suele asimilar a este grupo a los aficionados a
determinados videojuegos, ciencia ficción, cosmología, etc.
Rastreando por el
universo Google podremos encontrar otras aficiones extravagantes, como las
carreras de caracoles o las competiciones de escupidores de huesos de aceituna;
de hecho hay un certamen internacional de esto último, escupir huesos de
aceituna, creo que en Murcia, o por ahí, y una asociación que está intentando
que se reconozca como deporte olímpico.
En cierta ocasión,
preparándome para una fiesta de disfraces, me puse a buscar en internet en
mercados virtuales de segunda mano algún disfraz de soldado romano. No os
podéis imaginar el mercado que existe en la materia. Hay coleccionistas que
deben tener armarios llenos de indumentarias con las distintas variantes de
centuriones, decuriones, legionarios, pretorianos, etc, en sus versiones del
Alto y Bajo Imperio.
Es curioso que existen
otras aficiones que son hoy día muy minoritarias, pero que por su antigüedad,
clasicismo o ranciedumbre no generan la calificación frikista. Por ejemplo la
poesía. Un señor que dedique todos sus ratos libres a leer, recitar y componer
poemas, es raro de encontrar, pero no se le considera friki.
Algunas aficiones muy
mayoritarias, llevadas hasta el extremo de una forma muy desmedida pueden
acarrear también para algunos individuos el calificativo de friki. Pongamos el
fútbol. Dejando de lado a algunos personajes que se aficionan a la liga polaca
o libanesa y se conocen a los máximos goleadores (hoy día lo dan todo por la
tele). En la grada de preferencia del Arcánfield hay un personaje, al que
apodan el Maestro, en torno al cual se arremolinan los aficionados en los
prolegómenos del partido para que les muestre una libreta plagada de pizarras
tácticas con flechas y apuntes, fruto del estudio pormenorizado que ha
efectuado del equipo rival, anotando no sólo los nombres de los jugadores, sino
también las zonas del campo por las que se mueven, sus virtudes técnicas y
tácticas, etc, así como los distintos esquemas de juego y su variantes.
Esta afición, ya de
por sí friki, trasladada a una competición minoritaria como el lanzamiento de
huesos de aceituna, se situaría ya en el extremo del frikismo. Imaginad el
estudio pormenorizado del hueso más apto para ser lanzado, si el de picual,
hojiblanca o arbequina, en base a su cualidad aerodinámica y densidad. El modo
en que hay que comer la aceituna, si dejar algo de carne pegada al hueso o
dejarlo pulido, o el estudio de las respiraciones previas al escupitajo, la
alimentación del día anterior a la competición para estar más en forma o el
asesoramiento de algún coach, que inocule al competidor la necesaria
motivación.
Y termino amigos, como
siempre volviendo a la frase, no mía, con la que iniciaba este relato. Como
friki que me considero, terminaré con una defensa del colectivo. No por ser
minoritaria una afición pasa a ser despreciable, o extravagante en el contexto
los tiempos. Vivimos en una sociedad barroca, donde se da a las apariencias, al
diseño, una importancia desmedida. El individuo que se adapta a este contexto sobrevive
y pasa desapercibido. Otros encontramos ridículo y extravagante la pasión
mayoritaria por la tecnología. Aún recuerdo el día en que ví por primera vez un
Smartphone con pantalla táctil. Nos arremolinábamos alrededor del dispositivo
quedando abducidos durante minutos, igual que pasó a aquellos primates cuando
vieron por primera vez el fuego.
Se considera normal el
precio desorbitado de algunos productos a los que se consigue adornar con un
nombre y un envase atractivo. Busca un producto exótico, como la caca de perro
del Himalaya, acierta en el nombre y en el diseño del envase, también en el
anuncio de la tele, y te harás rico. Lo mejor es que cuando la gente vea que en
realidad ha comprado una cosa que no sirve para nada, en lugar de sentirse estafados
te admirarán aún más por tu talento creativo y tus aportaciones a la
mercadotecnia.
También se considera
normal pasar 6 o 7 horas el fin de semana viendo fútbol por la tele, o
programas en los que pretendidos sabios discuten con malos modos sobre lo divino
y lo humano.
Todo eso no es friki,
aunque sí bastante ovejuno lanar.
Estoy convencido de
que dentro de pongamos 300 años, nuestra sociedad será analizada por otros
menos tontos que nosotros y considerarán que se trataba de una sociedad
mayoritariamente friki, a excepción de algunos individuos que se ocuparon de lo
que de verdad importa: la mitología sumeroacadia, además de Rilke.
Por todo ello, amigo,
aún estás a tiempo de salir de la mediocridad. Busca tu afición y únete a
nosotros. Besos.
Manuel Del Rey
Alamillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si no tienes perfil como usuario pincha en anónimo.
Escribe tu mensaje e indica quién lo hace.