Este pensamiento tan banal y tan sinsentido en el día de hoy, era una continua cuestión realizada por médicos y cirujanos a lo largo de todo el planeta y a lo largo de toda la historia, ya que simplemente, NO ERA POSIBLE.
No era posible hasta que un grupo de hombres, médicos, cirujanos que luchaban día a día para enfrentarse a un enemigo inquebrantable y siempre victorioso llamado muerte, comenzaron a vencerle y a retrasar su siempre irremediable triunfo. Este grupo de hombres y pioneros tuvieron su apogeo en el siglo XIX, el llamado por muchos autores “El Siglo de los Cirujanos”.
Para entender la importancia de este “siglo”, hay que conocer que la cirugía, es decir, la posibilidad de curar a un paciente con una agresión invasiva de su cuerpo, no entraba en el abdomen o barriga debido a que ello significaba la muerte. Así es de simple pero a la vez complicado, si se entraba en el abdomen se producía la muerte del paciente. Es por ello que cualquier peritonitis, apendicitis, o simplemente una cesárea significaban el fallecimiento del paciente, ¿por qué? Simplemente por tres problemas fundamentales que no encontraron solución hasta que llegamos a este maravilloso siglo, lo que significó el inicio de la cirugía. Estas tres barreras eran y son: el dolor, la hemorragia y la infección. La victoria sobre cada uno de estos enemigos tuvo sus concretos héroes y sus concretas historias, pero éstas, pertenecen a otro capítulo.
La historia que se va a describir es exactamente lo que se menciona en el título de este artículo. Conocido como el padre de la Cirugía fue el primero en entrar en una barriga y vivir para contarlo, por lo que se me permitirá referirme a él como héroe, el Doctor Ephraim McDowell.
La historia parece tener un mérito relativo, pero si nos adentramos en el escenario de la misma nos daremos cuenta de la extraordinaria valía de Ephraim. Para ello ha sido la introducción de la historia, en la que se ha intentado reflejar la nula posibilidad de vivir tras una laparotomía (apertura de abdomen), lo cual provocaba gran frustración en la comunidad médica de aquel siglo.
Ephraim era hijo del gobernador de Kentucky se formó en Medicina en Maryland y Escocia, posteriormente se asentó y ejerció su actividad médica en Danville, Kentucky (Estados Unidos) a principios del siglo XIX.
Fue una noche de Navidad de 1809 cuando Ephraim fue llamado a atender a la señora Jane Todd Crawford en Green County, Kentucky, a 97 km de Danville. Sus médicos pensaron que la señora Crawford había llegado a término en su embarazo por la distensión que su abdomen presentaba y a los insoportables dolores que aquello le provocaba. Ephraim al verla, diagnosticó un gran tumor de origen ovárico, a lo que ella respondió que le ofreciera una muerte tranquila y sin dolor. Lejos de aquello, McDowell le propuso la intervención y la extirpación del mismo con la consiguiente información de que jam ás alguien había sobrevivido a una laparotomía. La mujer aceptó a sabiendas de la ausencia de anestesia y ausencia de antisepsia (desinfección). La valentía de aquella mujer y las ganas de vivir conmovieron a Ephraim y éste trasladó a la paciente a su casa en Danville para llevar a cabo la intervención.
Siendo McDowell un eminente miembro de la comunidad y de la iglesia episcopal fue juzgado de antemano por sus vecinos quienes acudieron a las puertas de su casa con la amenaza de la horca si el resultado de la operación fuera la muerte de la paciente, debido a que se consideraba como asesinato las prácticas de ciertas técnicas quirúrgicas. Aún así, y conociendo las pocas posibilidades de sobrevivir ambos, la mujer suplicó a Ephraim que la operara y éste aceptó.
La intervención se realizó en casa de McDowell en condiciones nada cercanas a lo que un hospital ofrece hoy en día, pero pudo llevarse a cabo y extirpar más de 10 kilogramos de tumor ovárico junto con ovario y trompa en aproximadamente veinte minutos de intensa agonía para la paciente y tensión para el cirujano, ayudado exclusivamente por su esposa. Gran dolor y aguante debió soportar la señora Crawford durante estos minutos, siendo aún más extraordinario, que ningún lamento salió de su boca, tan sólo palabras de ánimo para su cirujano hasta que quedó inconsciente debido al intenso dolor. Veintiún días después la paciente superó el posoperatorio y sobrevivió treinta y dos años tras la misma, McDowell también pudo contarlo, pues como recordareis la horca le esperaba si el resultado hubiera sido diferente.
Esta hazaña realizada en el antiguo Estados Unidos, que en principio pudo pasar desapercibida, dio la esperanza necesaria que médicos y cirujanos necesitaban para seguir adelante en sus investigaciones y en su empuje para vencer o más bien retrasar la muerte, consiguiendo superar en aquel maravilloso aquellos tres implacables enemigos que hacían imposible la Cirugía. El bien nombrado padre de la Cirugía y padre de la Ooforectomía , quizás tuvo suerte, quizás Dios actuó en ese momento y nos quiso dar un regalo, pero tras ello, una nueva era comenzó para los cirujanos, una nueva etapa comenzó para la humanidad.
Alvaro Arjona Sánchez.
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