EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS

“Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día la fiesta en honor de todos los Santos…” (Antífona de Entrada. Eucaristía Solemnidad de Todos los Santos)

Muchos Santos, han sido reconocidos como tales por la Iglesia, pero hoy festejamos a esa multitud incontable que alcanzó el Cielo después de pasar por este mundo sembrando amor y alegría, aquellos que hicieron, quizá, un trabajo similar al nuestro: oficinistas, médicos, comerciantes, labriegos, profesores, secretarias…, que también tuvieron dificultades parecidas a las nuestras y debieron recomenzar muchas veces. La Iglesia no hace mención de ellos nominalmente en el Santoral, pero sabemos, a la luz de la fe que “un número incontable de mujeres y hombres, en la vida y actividad de cada jornada, son los obreros incansables de la viña del Señor y son los humildes artífices del crecimiento del Reino de Dios  a lo largo de la historia”  como decía  S. Juan Pablo II.

Hemos oído la invitación del Señor: “Si alguno quiere venir en pos de Mi…” Todos hemos sido llamados a la plenitud de la vida en Cristo, la santidad no depende del estado –soltero, casado, viudo, sacerdote, religioso- sino de la personal correspondencia a la gracia, que a todos se nos concede.

Muchos de los que ahora contemplan la faz de Dios, quizá no tuvieron ocasión de realizar grandes hazañas, pero cumplieron lo mejor posible sus deberes diarios, sus pequeños deberes diarios. Tuvieron errores, nunca se creyeron santos, al contrario, siempre pensaron que iban a necesitar en gran medida de la misericordia divina. Todos conocieron en mayor o menor grado la enfermedad, la tribulación, las horas bajas en las que todo cuesta, sufrieron fracasos y tuvieron éxitos, quizás lloraron, pero supieron seguir el consejo del Señor: “Venid a Mi, todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré”, con frecuencia, con mucha frecuencia, acudieron al Señor y se apoyaron en Él.