martes, 1 de septiembre de 2015

EL MODERNO PROMETEO

Aquí me tienes, moldeo hombres
según mi propia imagen,
una especie que mi igual sea,
para que sufran, para que lloren,
para que gocen y se alegren,
y en ti no reparen,
¡como yo!
GOETHE

Verano de 1815. Hace ahora 200 años. En Europa se acababa de librar la batalla de Waterloo, en la que resultó derrotado Napoleón de forma definitiva. Ello tuvo importantes consecuencias en el orden político internacional y más tarde en la canción popular sueca y en el festival de Eurovisión.
Pero no voy a escribir sobre esta cuestión sino de otro acontecimiento, menos conocido, que se produjo ese mismo verano, y en especial de una consecuencia indirecta del mismo: la erupción del volcán Tambora en Indonesia. Efectivamente, hace 200 años se produjo la mayor erupción volcánica jamás registrada hasta el momento. El volcán, que antes de la erupción se elevaba más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, quedó reducido en la actualidad a poco más de 2.000 metros de altitud. Produjo la muerte de más de 70.000 personas. Durante varios meses el volcán expulsó partículas sólidas a la estratosfera, hasta 43.000 metros de altitud. Las partículas más ligeras viajaron por la atmósfera durante varios años, ocultando en parte la luz del sol, y dando lugar a importantes cambios climáticos a lo largo del año siguiente, 1816. En Europa y Norteamérica se tienen registrados temporales de nieve en el mes de Junio de ese año. Por ello se le llamó y pasó a la historia como el año sin verano.
Pero tampoco me quiero detener en la cuestión científica. Toda esta jerigonza viene a cuento de lo que narraré a continuación.
En ese verano de 1816, terminadas las guerras napoleónicas, varios jóvenes aristócratas ingleses decidieron pasar juntos unos días en Villa Diorati, un palacete cerca de Ginebra, a orillas del lago Lemán. Podían haber decidido, como muchos compatriotas suyos, alquilar un apartamento en Benidorm o unas noches de hotel haciendo balconing en Ibiza. Pero ellos, haciendo gala del buen gusto propio de su clase, prefirieron la Saboya suiza.
Con lo que no contaban era con el mal tiempo que se les iba a presentar en aquel verano excepcional, que les impidió llevar a cabo las actividades propias de esa estación y les mantuvo forzosamente recluidos en la casa durante varios días con sus noches.
Se trataba de jóvenes de alta posición social, sólida formación cultural, inquietudes literarias y en algunos casos educación liberal: Lord Byron, Shelley, la que después sería su esposa Mary Shelley y Polidori.
Shelley estaba casado, pese a lo cual se había enamorado de la jovencísima Mary, por lo que salieron de Inglaterra, donde esa situación adúltera resultaba escandalosa.
Para amenizar la estancia, Lord Byron tuvo la idea de retar a los demás a escribir y relatar historias de terror. De aquella idea surgieron dos mitos que han dado mucho juego cinematográfico: Drácula y Frankenstein.
Efectivamente, fue Polidori, quien influido por las historias narradas por Lord Byron, que acababa de regresar de Transilvania, escribió el relato El Vampiro, que sería el antecedente directo del posterior Drácula de Bram Stoker.
Y fue la joven Mary, quien escribió el relato que tituló Frankenstein o el Moderno Prometeo, que fue a continuación pulido por quien más adelante pasó a ser su esposo y darle apellido, Shelley, y se publicó en 1818 .
Como es bien sabido, Frankenstein narra la historia de un científico que decide crear vida humana a partir de órganos extraídos a cadáveres, aplicándoles la electricidad como principio vivificante.
En esa época, se habían producido varias polémicas por los estudios llevados a cabo por varios científicos, que habían investigado sobre la posibilidad de crear vida a través de la aplicación de la electricidad, elemento aún poco conocido y al que se atribuían cualidades cercanas a lo esotérico y sobrenatural. Tales investigaciones habían sido condenadas por la Iglesia católica y la anglicana, incluso se habían llevado a cabo exorcismos en los lugares e instrumentos con los que se habían practicado los experimentos. Consta que la joven Mary Shelley asistió a algunas conferencias sobre la materia.
Pero ¿por qué la segunda parte del título, el Moderno Prometeo?
Pues para saberlo tendremos que remontarnos a la mitología griega. Se cuenta que Zeus, el dios más importante y poderoso del Olimpo, tuvo un hijo, Zagreo, fruto de una de sus muchas infidelidades. Zeus amaba profundamente a este hijo suyo, que era un ejemplo de bondad y belleza. Hasta tal punto le amaba que le designó como su preferido y heredero.
Pero he aquí que su esposa, Hera, estaba muy celosa de Zagreo, no sólo porque le robaba el amor de su esposo, sino sobre todo porque era el fruto de una infidelidad. Por ello, habló con unos seres feos, viles y malvados, los titanes, para que encontrasen a Zagreo y lo matasen.
Los titanes no sólo mataron y descuartizaron a Zagreo, sino que lo devoraron.
Cuando Zeus se enteró de lo sucedido arrojó un rayo sobre los titanes y los redujo a cenizas. En esas cenizas se mezclaron lo feo y malvado de los titanes y el amor, la bondad y la belleza de Zagreo que había sido devorado por ellos. Zeus lloró amargamente y aquella lluvia cayó sobre las cenizas formando un barro.
En esto que pasó por allí Prometeo, un dios menor, y tomó el barro y con él hizo una figurita y le dio vida. Y de este modo fue creado el hombre, según la mitología griega. No fue el dios superior, Zeus, su creador, sino un ente de categoría inferior, Prometeo. Y en él se fundieron lo malo de los titanes y lo bueno de Zagreo.
Zeus no estuvo conforme con esta creación, por lo que para acabar con los hombres les exigió que le ofrecieran como sacrificio las partes de los animales que se podían comer: la grasa y los intestinos. El músculo y la carne, como no se conocía el fuego, no se podían comer por estar muy duras. Entonces Prometeo se convirtió en “portador de la luz”,  puesto que llevó el fuego a los hombres para que pudieran asar la carne y alimentarse.
Prometeo es pues, no sólo el creador del hombre, sino también su valedor y protector frente a una divinidad oprimente, que le limita y no le permite desarrollar sus proyectos propios o colectivos. Prometeo es el contrapunto al rey de los dioses, Zeus.
Imagino que para aquellos jóvenes aristócratas ingleses, Prometeo les resultaría un personaje interesante, que representaba la liberación personal frente a una moral estricta, que les suponía un límite en su forma libertina y poco comprometida de vivir, y en especial en el caso de la relación surgida entre el poeta Shelley y Mary.
Tratándose de una acción de rebeldía frente a Dios y su moral, de una acción independiente y creativa la de ser capaz de insuflar vida a un ser inerme, su reivindicación no cuadra con el final dramático de la novela, en la que el ser creado se vuelve destructivo y se acaba revelando contra su propio creador. Ese enigma será el que mantenga ocupados a muchos estudiosos el próximo año, cuando se cumplan 200 años del relato original. Lo veremos.
Mientras tanto me quedo con la fascinación que me produce el hecho de que un fenómeno aparentemente tan remoto como la erupción de un volcán en Indonesia, diera lugar a la postre al surgimiento de la novela gótica y en concreto de dos mitos indispensables en la literatura y el cine de terror, como Drácula y Frankenstein.

Manuel Del Rey Alamillo

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