En el Diario Mercantil gaditano correspondiente al 13 de enero de
1830 se inserta una noticia que, por su relevancia, se desarrolla con inusual
extensión para un diario de temática mercantil al uso de la época, en el que
las noticias reseñadas tenían que ver principalmente con los movimientos de
buques en la ciudad, las efemérides astronómicas y los estrenos teatrales y
operísticos que tan frecuentes eran en el ilustrado Cádiz de aquella época.
Concretamente, el citado día se inserta, por orden del Excmo. Sr.
Gobernador de la Plaza ,
la certificación del ajusticiamiento de diez marineros de la tripulación del bergantín
brasileño “Defensor de Pedro” acusados de piratería y otros delitos. En pleno
siglo XIX, en el Glacis de Puerta Tierra, fueron ahorcados entre el 11 y 12 de
enero nada menos que diez piratas ante la sorprendida mirada de numerosos
gaditanos horrorizados por las atrocidades cometidas por estos hombres, autores
de fechorías tales que “sólo al referirlas se resienten la humanidad y el
decoro”, como relata el Diario Mercantil.
Pero la historia comienza mucho antes y al otro lado del océano y su
desenlace inesperado y asombroso ligará estrechamente a estos piratas con
Cádiz. Y es curioso cómo tan interesante trama es actualmente desconocida por
una gran cantidad de gaditanos.
Benito De Soto |
Los piratas truecan el nombre del bergantín por el de “Burla Negra” y
comienzan sus rentabilísimas “hazañas”.
El 13 de febrero de ese año, a la altura de la isla de Ascensión, el
buque británico “Morning Star” que regresa a Londres procedente de
Colombo (Ceylan) cargado de telas y especias, es interceptado por el “Burla
Negra”. Los ingleses no tienen otro remedio que rendirse apelando a la
inexistente clemencia de los piratas que hacen alarde de un comportamiento
violento en exceso del que no se libran ni las mujeres ni los niños y “aunque
hemos oído los pormenores, no queremos ofender los oídos del público
refiriéndolos”. Obtienen un cuantioso botín. De hecho, el Diario
Mercantil de 10 de julio de 1828 se hace eco de esta noticia bajo el título
de “Horrible Piratería”. A este abordaje le sucede el de la fragata
americana “Topaz”, en viaje de Calcuta a Boston. La hunden, dejando con
vida a un único superviviente que embarcan preso en el “Burla Negra”. El
ambiente en el barco pirata se hace cada vez más tenso, con continuos intentos
de motín, por lo que De Soto, decide poner rumbo a las Azores y de allí a
Galicia, para vender el fruto de la rapiña y “disolver la sociedad”. Pero no
pierden el tiempo camino de Pontevedra: los barcos “Cassnock”, “New
Prospect”, “Melinda” y “Simbury”, correrán la misma suerte que los dos
buques anteriores. El 26 de abril de 1828, parten de La Coruña con un cuantioso
botín fruto de la venta ilegal de lo robado y deciden dar vela hacia el sur
para iniciar una nueva vida allí donde no los conozcan. La noche del 9 de mayo,
unas luces en la costa les hacen suponer que están ante el faro de Tarifa,
donde planeaban embarrancar el “Defensor de Pedro”. Pero cometen un error de cálculo
y las luces que ven son las de Cádiz, con lo que encallan el bergantín a la
altura de un ventorrillo conocido como de “El Chato”, que ya llevaba
casi cuarenta años funcionando. Precisamente, la primera ayuda recibida les
llega de dicha venta. Así, los supuestamente honrados marineros se pasean
impunemente por Cádiz tras sobornar a un funcionario que pasa por alto unas más
que sospechosas y vagas declaraciones, sin despachos ni roles que las avalen.
Pero las habladurías cunden por Cádiz y la gente empieza a sentir malestar al
ver deambular al extraño e impune grupo por las calles de la ciudad. El destino
les reserva un encuentro indeseado: un súbdito inglés, superviviente del “Morning
Star” y de paso por Cádiz, los reconoce y delata a las autoridades, que los
apresa seis días después del intencionado naufragio.
Benito de Soto, el más indómito y cruel de todos, consigue escapar in
extremis y huye en un barco ese mismo día con destino a Gibraltar. También
escapa su lugarteniente José de los Santos. Ambos son juzgados en rebeldía y De
Soto es condenado a ser “arrastrado, ahorcado, descuartizado y los cuartos
colocados en escarpias a las orillas del mar”. Por su parte Nicolás
Fernández, Antonio de Layda, Saint Cyr Barbazán, Guillermo Teto, Federico
Lerendu, Nuño Pereyra, Francisco Goubin, Pedro y Domingo Antonio y Joaquín
Francisco son mandados ahorcar (con posterior descuartizamiento y exhibición de
la cabeza en escarpia para los seis primeros). Tras el largo proceso, la sentencias
se ejecutan entre el 11 y el 12 de enero de 1830, días en los que sopló en Cádiz
un gélido viento del Norte y se estrenó en el Teatro Principal la ópera en dos actos
“Coradino, corazón de hierro” de Rossini. Catorce días más tarde, en la
plaza de Gibraltar donde fue detenido cuando escapaba de Cádiz, las autoridades
británicas ahorcan a De Soto, convicto y confeso de horribles fechorías contra
buques de Su Majestad. Será él mismo el que se ajuste el nudo a la garganta y
exhiba una extraña altanería libre de todo arrepentimiento, dejando boquiabiertos
a los británicos.
Tan pormenorizado relato de los hechos, así como la trascripción de las
declaraciones de los reos y su proceso se recogen fielmente en un
interesantísimo libro escrito por el oficial de la Armada D. Joaquín Mª de
Lazaga y Garay en 1892 (“Los Piratas del Defensor de Pedro. Extracto de las
causas y proceso formados contra los piratas del bergantín brasileño Defensor
de Pedro que fueron ahorcados en Cádiz en los días 11 y 12 de enero de 1830” Madrid: Tipografía
de Infantería de Marina). En el prólogo expone como motivo que le lleva a
escribirlo el silencio que rodea a tan fabulosa historia, sucedida en Cádiz tan
sólo sesenta años antes. Desconozco cuántos ejemplares existen del mencionado
libro. Un ejemplar se conserva en la Biblioteca Nacional ,
en Madrid. Y otro lo encontré, de auténtica casualidad, un domingo de enero de
2002 bajo un montón de papeles y libros polvorientos en uno de los puestos del
mercadillo que se celebra en la
Plaza del Mercado de Abastos de Cádiz. Lo compré por dos
euros.
Pero la historia no acaba aquí. 3 de junio de 1904. Varios operarios se
encuentran trabajando en la almadraba de D. José Zarandieta situada al final
del barrio de San José (extramuros de Cádiz). Están cavando una zanja de medio
metro para enterrar las cabezas y los despojos de los atunes capturados. De
repente, descubren enterradas unas monedas de las llamadas “Ambos Mundos”
acuñadas en México entre 1750 y 1755, que recuerdan mucho a los duros vigentes
con anterioridad. La noticia se difunde como la pólvora y decenas de hombres,
mujeres y niños con palas y cribas se afanan en la playa en busca de las
codiciadas monedas que se venden en el acto a precios entre las tres pesetas y
los dieciocho reales. No existe cantidad fiable de monedas encontradas. Se estima
que rebasaron las 1500 piezas. En los Carnavales del año siguiente, Antonio Rodríguez,
más conocido por “El Tío de la
Tiza ”, inmortaliza el sucedido en un tanguillo del coro Los
Anticuarios titulado Los Duros Antiguos.
D. Antonio Perea de la
Rocha , Marqués de Arellano, investiga exhaustivamente el hallazgo
de los duros y todo lo que le rodea en archivos públicos y privados hasta que publica
un artículo en ABC el 4 de diciembre de 1960 donde condensa todo lo encontrado.
En dicho artículo afirma: “tengo casi la seguridad absoluta de que las monedas
encontradas en la playa en 1904 son las que traían a bordo los tripulantes del bergantín
brasileño Defensor de Pedro”. Los piratas, acosados por las sospechas cada vez
más crecientes, pudieron ocultar apresuradamente parte de su botín en la playa gaditana
y, tras ser apresados, no volver nunca más a recuperarlas. Curioso e inesperado
destino para unos duros que cruzaron el océano para acabar, inmortales para
siempre, cantados en el Carnaval gaditano. Pero, como el propio Marqués de
Arellano señala, estas cosas de la mar, sólo la mar las sabe.
Enrique García Luque
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