Durante siglos los
pensadores y artistas griegos debatieron sobre las características que había de
contener la auténtica belleza. La polémica se ceñía sobre todo a dos tipos de
belleza: una, la de la armonía y la proporción, encarnada por el dios Apolo;
otra, la de la fascinación por el caos y la caprichosa infracción de toda
regla, encarnada por el dios Dionisos. En el siglo IV antes de Cristo alzaron
en el santuario de Delfos un templo cuya fachada occidental está dedicada al
dios Apolo y la oriental al dios Dionisos. Finalmente los griegos fueron
capaces de captar que un mismo concepto puede estar definido por cualidades
antitéticas que forman parte de su esencia.
¿Qué tiene esto que
ver con el título que le he dado a este trabajo? Pues si queréis saberlo tendréis
que seguir leyendo hasta el final y aplicar un poco de perspicacia, porque el
estilo literario al uso no aconseja ser demasiado explícito.
Cambiamos de
tercio. Banderillas.
Si leemos el
Génesis con atención, en concreto el relato de la Creación, veremos que en
realidad se suceden dos relatos de la creación distintos. Y en cada uno de
estos relatos la obra termina con la creación del hombre y la mujer.
En concreto, en
Génesis 1, 26-27, “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza;
que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de
la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y
mujer los creó”.
Y más adelante, a
partir de Génesis 2, 5, se inicia un nuevo relato, que explica con más detalle la creación del
hombre: “Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló
en su nariz aliento de vida…” Más adelante, “El Señor Dios se dijo: “No es
bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude…
Entonces el Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó
una costilla, y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios formó, de la
costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán. Adan
dijo: Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.”
No soy quién para
opinar sobre la interpretación teológica de este doble relato. Pero sí parece
indiscutible su origen. Como sabemos, parte de los relatos del Génesis, como la
creación o el diluvio forman parte de la mitología mesopotámica, que los judíos
aprendieron y adaptaron durante su cautiverio en Babilonia. La mitología
mesopotámica, como las demás mitologías, no era más que una multitud de relatos
sobre el origen y vida de los dioses, los hombres y del cosmos. Relatos durante
miles de años transmitidos oralmente, que fueron evolucionando a medida que se
iban superponiendo civilizaciones. Ese es el motivo, entre otros, de que fueran
poco o nada sistemáticos y muchas veces contradictorios. Tal falta de sistemática
contaminó de algún modo al relato del Génesis, cuyo autor quiso introducir dos
leyendas distintas de la creación ambas procedentes de aquella mitología.
Por otra parte,
como sabemos, las religiones tienen una doble vida. Una cosa es el cuerpo de
relatos o dogmas que tratan de dar contestación a los grandes interrogantes de
la existencia, junto con el grupo de normas que la divinidad impone a los
mortales, y otra cosa es cómo se vive el día a día de las creencias y
supersticiones populares. Y resulta que los judíos, además de importar los
milenarios relatos sumerios que dieron lugar a parte del Génesis, importaron de
Babilonia algunas supersticiones populares que lógicamente no fueron
introducidas por los escribas cultos en las escrituras, pero sí calaron entre
el pueblo judío dando lugar a una mitología subyacente. Una de estas creencias
era la de la existencia de unos seres alados, unos buenos y otros malos, por
definirlos de alguna manera, ángeles y demonios que eran seres inferiores a los
dioses, pero que estaban tan cerca de los hombres que condicionaban su vida de
un modo más directo.
Uno de estos
pequeños demonios, era de género femenino y se llamaba Lilith. Las asociaciones
de ideas y el paso del tiempo quisieron que la mitología judía identificase a
esta pequeña demonia de origen mesopotámico con la mujer sin nombre que fue
creada en el primer relato bíblico de la creación.
Según esta
creencia, que persistió entre las comunidades judías medievales, la primera
pareja humana que Dios creó sería la formada por Adán y Lilith. Ocurre que
Adán, aunque era un hombre fiel a su esposa (parece evidente que no se juntaba
con otras mujeres, ni siquiera se iba al bar con los amigos), sin embargo tenía
que ser un tío machista de cuidado. Seguramente se iba al monte a cazar,
dejando a su mujer todo el día en la cocina y al cuidado de los niños, y al
volver exigía que como buena y dulce esposa le trajese las zapatillas de estar
en casa, le tuviese preparada la sopa, después quitase la mesa, recogiese la
cocina, acostase a los niños, …
Lilith no estuvo
dispuesta a soportar este tipo de vida por mucho tiempo, de modo que abandonó a
Adán y se marchó al Mar Rojo, a una zona de discotecas donde se dedica a
aparearse con los demonios de la región. Por la noche se introduce en el hogar
de las familias y se nutre de la lujuria de los hombres que sus esposas no son
capaces de satisfacer, y ocasiona pesadillas a los niños de corta edad.
¿Qué pasó con Adán?
Pues ya lo sabéis. Fue a chivarse a Yavéh, que le dio a Eva, una nueva esposa,
que ésta sí, le tenía la casa como los chorros del oro, era tierna y paciente
con la prole y sobre todo hacía unos guisos de lentejas cuya receta perduró
durante siglos, hasta el punto de que tiempo después hizo perder la cabeza a un
tal Esaú. Eso sí, Eva tenía un problema. Se levantaba por la mañana, se ponía
la bata y los guantes de goma y se ponía a fregar, antes de que se levantasen
los niños y le pisasen el suelo mojado. Cuando Adán volvía a casa del trabajo,
se encontraba una mujer cariñosa y ordenada pero que olía a lejía y Vim y que seguía con la bata y los guantes
de goma, así que Adán comenzó a echar de menos a Lilith y a aficionarse a ver a
las mamachichos de la tele y a la chica de la última página del As.
Último tercio.
Faena de muleta.
Algunos días,
cuando termino de comer, estando las niñas en el cole, entra Lilith en mi casa.
Viste una camisa abierta por cuya apertura contemplo las oscuras profundidades
abisales de la tierra; una faldita liviana y etérea que cuando está sentada me
vuelve a invitar a contemplar las oscuras profundidades abisales de la tierra.
Medias de rejilla. Taconazos de vértigo que elevan a las oscuras profundidades
abisales de la tierra hasta la estratosfera.
Me habla del
dividendo que este mes repartirá Endesa. Del futuro de las renovables. De la
prima de riesgo. De cómo están afrontando en su empresa el incremento de la
morosidad a través de la desamortización del capital inmobiliario.
Me la llevo al
catre.
Por el pasillo,
piiiiiiiiiiiiiii, y al llegar a la alcoba me empuja contra la cómoda y
piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii,
como una leona y me clava sus uñas,
piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Al cabo de diez
minutos me despierto, la veo a mi lado y no puedo evitar
piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
(Nota del autor: esta última parte es un recurso literario; como todos sabemos,
a partir de cierta edad, el siguiente piiiiiiiii, tiene que esperar algo más de
diez minutos).
Al día siguiente me
despierto y Eva está a mi lado. Me besa con ternura, me acaricia, va al cuarto
de las niñas, les despierta con dulzura y les prepara un rico desayuno. Pone la
casa en orden y se va a trabajar. Por la tarde asiste a una entrevista con el
profe de la pequeña, y de camino para en el Mercadona. A la vuelta compra unas
flores para el salón. Ayuda a las niñas con las tareas y llama a su madre y a
su suegra para ponerles al día del estado de la familia. Y cuando llego a casa,
se compadece de mi cansancio, me sonríe y me pone una cerveza fresquita.
Y es que los
relatos del Génesis, si lo pensamos bien, no son contradictorios, sino
complementarios. Dos mujeres creó Dios en un solo cuerpo: Eva y Lilith.
Aparentemente contradictorias pero complementarias y necesarias.
A ti esposa te
dedico esta historia, con mi admiración, para que te sientas orgullosa de lo
que eres, y para que me dejes ir al fútbol esta noche. Besos.
Manuel Del Rey Alamillo