Betty Missiego representó a España en 1979 en el 24.º Festival Eurovisión celebrado en Jerusalén con la canción "Su canción" quedando segunda detrás de los representantes de Israel. |
Y es que pienso como muchos,
que lo que comparece en el festival no es ni de lejos lo mejor de cada país de
Europa, como sí lo fue antaño.
Este año, como otros, me
entretuve en seguir durante un rato el desarrollo de la votación sólo para
confirmar que la intención del voto se rige más por afinidad o cuestiones
políticas que artísticas.
Durante la votación la cámara mostraba a un tal Nemo, suizo, a la postre ganador del festival, exultante de emoción y felicidad al ir viendo los resultados.
Suiza ha ganado la 68ª edición del Festival de |
Ese tipo de personaje glotón y
lujurioso, secundario antaño para la cultura europea, se ha convertido en
nuestros días en su principal artífice, protagonista y destinatario.
No es que no existiese antes.
Siempre ha existido, pero ha sido ignorado por las élites, por los creadores de
cultura, pensamiento y opinión.
Pero como predijo Ortega y
Gasset hace casi un siglo en La Rebelión de las Masas, cuando ese hombre-masa,
mucho más numeroso, ha dispuesto de voto y dinero, la cultura y el pensamiento
han virado hacia él como principal destinatario. Y así vemos cómo las
principales expresiones musicales y en general artísticas, están enfocadas hoy
día a satisfacer los gustos elementales de ese hombre masa, presentado todo de
un modo suficientemente simple y evidente como para que no haya que haber leído
a Homero o a Ovidio para entenderlo.
Viendo en general las
coreografías y los temas de las canciones del Festival, se comprueba que todo
se centra en la provocación y el efecto audiovisual, no siendo ni siquiera
bonitos o facilones y pegadizos como siempre fue.
Me pregunto si esa colección
de esperpentos representa a Europa. Y sí, como en los espejos cóncavos y
convexos del Callejón del Gato, se muestra una deformación exagerada y grotesca
de nuestra realidad, pero que no deja de ser nuestra realidad.
Por desgracia pertenecemos a
una generación de gentes urbanas, sin raíces ni intención por recuperarlas o
tenerlas, sin cultura heredada, que navegan unos en el cosmopaletismo y otros
en la nada. Destinatarios y cautivos de mensajes woke y de corrección política anglocabrona
y crédulos ante las nuevas religiones, como la ecología, el bienestar corporal
o el deporte, puesto que ya sabemos que cuando el hombre deja de creer en Dios,
comienza a creer en cualquier cosa. Consumidores de series de Netflix, cine de
acción, fútbol de la Champions y hamburguesas del MacDonalds.
Disfruten y valoren por tanto
las últimas expresiones culturales de altura o de antiguas raíces, porque no
sabemos qué será de ellas en pocos años.
Valoren a ese músico que se afana en recuperar
piezas de capilla de antiguos maestros y las interpreta en el silencio de una
iglesia para un público de veinte personas.
Visiten los monasterios y
escuchen los últimos cantos gregorianos.
Disfruten del cante y el baile
flamenco en esos barrios y pueblos aún no invadidos por la marabunta uniforme
de turistas en busca de parques temáticos.
Sigan por Instagram la
sinfonía de cencerros del ganado que en estos días ascienden a las alturas
alpinas, para disfrutar del frescor del alpage tras el deshielo de las cumbres.
Y por supuesto, no se pierdan
a Morante, que torea esta tarde.
Manuel del Rey Alamillo
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