Hay
determinados lugares a los que tenemos especial cariño, por estar ligados a
vivencias de buen recuerdo. Para muchos de nosotros uno de esos lugares es la Catedral de Notre Dame de
París. La ciudad de las luces ha sido destino de luna de miel de muchos, cuando
la gente acostumbraba a casarse, o de un viaje romántico en pareja y visita
obligada era este templo gótico.
Por
mi parte guardo un recuerdo especial de un día 8 de Diciembre, festividad de la Inmaculada, con la
catedral repleta de niños de uniforme escolar cantando al unísono a la Virgen
en su día. Si una oración cantada es doble oración, cantada por niños es
triple, y si además en francés, lengua de amable dulzor, resulta especialmente
emocionante. Situémonos además en aquellas majestuosas naves cargadas de
historia.
No
fue esa mi primera visita, sino otra que hice de un día a París con un grupo de
estudiantes de francés que hacíamos un curso de verano en una ciudad cercana.
Era verano del 1989. Aún no existían los vuelos ni alojamientos low cost ni el
turismo masivo.
Nuestro
grupo era muy heterogéneo. Españoles, holandeses, italianos, americanos,
canadienses, incluso iraníes y sirios.
Unos
pocos decidimos visitar Notre Dame, mientras otros empleaban el día en alguno
de los magníficos museos de la ciudad o en ir de compras.
A
nuestro grupo se añadió un sirio, estudiante de farmacia que quería aprender
francés para poder ampliar sus estudios universitarios. Su nombre Omán. Parecía
bastante despistado. Como que todo, Europa y el contacto con europeos, le
resultase novedoso. Y por supuesto la lengua.
Cuando
íbamos a entrar le informé, porque parecía no haberse dado cuenta, de que se
trataba de un lugar sagrado para los católicos. Se quedó parado no sabiendo qué
hacer, por lo que le añadí que para mí no resultaba un problema que él entrase,
pero que quizás para él sí, y por eso se lo decía. Me contestó que no, que no
tenía ningún problema, pero que no se lo dijésemos a los iraníes de nuestro
curso.
Además
de visitar el interior del templo subimos a las torres, y charlamos con las
gárgolas que fueron testigos del amor de Quasimodo por la gitana Esmeralda. A
ese momento de la visita corresponde la foto: a mi derecha Cees, holandés de Delft,
y más a la derecha el entrañable Paul, de Chicago. A mi izquierda el sirio
Omán.
Mucho
he pensado en Omán en estos últimos años. Qué habrá sido de su vida, si es que
la conserva, a buen seguro arruinada, ya sea en su país devastado por la
guerra, ya sea en un campo de refugiados turco, o incluso integrado en un país
centroeuropeo, aunque sintiendo la desconfianza de muchos, que creen que viene
a quitarles su trabajo y su religión y a violar a sus hijas.
Hablar
de Notre Dame es hablar de reliquias y coronaciones, pero también de derechos
humanos, para quien conozca su historia. Fue Víctor Hugo, autor de Los
Miserables, quien creó al personaje Quasimodo, en su obra Nuestra Señora de
París, en la que criticaba la arbitrariedad del poder, especialmente cruel con
los más débiles. En esa obra, al mismo tiempo, reivindicaba la recuperación de la Catedral de Notre Dame,
en aquel tiempo en lamentable estado de conservación, iniciándose entonces un
clamor popular que dio lugar a su recuperación y a la configuración que de ella
hemos conocido, debida al Arquitecto Viollet Le Duc.
Hay
quien se ha escandalizado ante la lluvia de millones de euros que han aportado
grandes empresarios para la reconstrucción de Notre Dame. Se piensa que existen
necesidades más urgentes, muchas personas necesitadas de lo más primordial,
alimentación, abrigo y vivienda.
Sin
dejar de reconocer los buenos sentimientos que generan esas ideas, creo que
parten de un notorio error desde el punto de vista económico, puesto que la
experiencia demuestra que tales inversiones generan riqueza y en definitiva
puestos de trabajo, y que haya muchas personas que se ganen ellas mismas el
sustento. La caña en lugar de los peces.
Pero
además pienso que es bueno proteger y conservar todo aquello en lo que el
hombre ha puesto lo mejor de sí mismo, de su sensibilidad y su creatividad,
para encontrar la belleza que le acerque al ideal divino. Lo mismo pensó Víctor
Hugo, vanguardista de la defensa de los derechos humanos, y así lo percibió
también Omán, cuyo recuerdo, junto con el de todos los refugiados de las
guerras, me vendrá a la mente siempre que vuelva a aquella casa dedicada a
Nuestra Señora de París.
Manuel Del Rey Alamillo