A veces las
conquistas borran de la faz de la tierra el presente y el pasado de los pueblos
que las sufren. Otras civilizaciones más pujantes destruyen todo vestigio y trasladan
su propia población, con su lengua, su cultura y su religión al nuevo
territorio conquistado.
Pero otras veces la
conquista se lleva a cabo de un modo más sutil. Ocurre que en algunas ocasiones
los conquistadores son minoría y no pueden prescindir del sustrato humano que
se encuentran, lo necesitan para seguir trabajando en las fábricas y en los
campos. Por eso tienen que introducir su acervo cultural en el país sin
incomodar excesivamente a esa mayoría de la que tienen necesidad. Para ello se
intenta destruir su memoria de pueblo libre y unirla a la de la nueva nación.
Una de las
constantes en estos casos es la transformación de los templos. Donde se rendía
culto a un dios de los conquistados se cambia la estatua y el nombre del dios,
y se respeta el mismo lugar. La gente se adapta, hay muchas pruebas en la
historia.
Otra es la
destrucción de los cementerios. Las tumbas delatan la lengua, la religión y los
nombres de quienes ocupaban el lugar en el pasado. Para que la gente crea que
su pasado estuvo siempre unido al de los conquistadores hace falta destruir las
pruebas de lo contrario.
Digo esto porque
hace un par de semanas hice con unos amigos una visita rápida a Barcelona, en
la que ví cómo se ponen de manifiesto tales evidencias.
Mi amigo Enrique,
taurino de pro, había jurado y perjurado que no iría a Barcelona hasta que no
volviesen a celebrarse allí corridas de toros. Parece que incumplió su promesa,
pero a cambio para aliviar su mala conciencia se propuso visitar los que habían
sido los principales templos de la Tauromaquia en la Ciudad Condal : Las
Arenas y La Monumenal.
CENTRO COMERCIAL LAS ARENAS |
El coso de las
Arenas se encuentra en la Plaza
de España, al pie de la subida a Montjuich. Fue construida en estilo neomudéjar
según el proyecto del insigne Arquitecto catalán Augusto Font Carreras, a quien
se conocen otros trabajos importantes como intervenciones en la Basílica del Pilar de
Zaragoza, en las catedrales de Gerona y Tarragona y sobre todo la terminación
de la fachada de la catedral de Barcelona en estilo neogótico. La plaza, con
capacidad para más de 14.000 espectadores, fue inaugurada en el año 1900 y en
ella se celebraron corridas de toros hasta 1977.
En las Arenas no se
celebran ya espectáculos taurinos. El edificio conserva hoy su valor
arquitectónico gracias a que ha sido transformado en un centro comercial. De un
templo lúdico del siglo XX a un templo consumista del siglo XXI.
La visita continuó
por Las Ramblas no sin antes imaginar y desear que un astado del Duque de
Veragua de los que inauguraron la plaza apareciese en mitad del centro
comercial, cual Jesucristo en el templo, y causase el pánico entre los
clientes.
En Las Ramblas no
llegamos a ver a la Negra
Flor , ya que a la altura de la Plaza Real nos
introdujimos en el Barrio Gótico, para cruzarlo en dirección a la Monumental.
Del gótico o más
bien falso gótico del barrio del mismo nombre se pasa al Modernismo del
Eixample sin solución de continuidad. No hay restos renacentistas ni barrocos
apenas en Barcelona. De lo medieval se pasa al Siglo XIX. Eso muestra bien a
las claras lo que ha sido el pasado de Cataluña. Todo lo que el visitante viene
a admirar fue obra de catalanes que vivieron en una época en la que el país
estuvo íntimamente unido al proyecto español. Todo, el desarrollo industrial,
el crecimiento urbanístico, el esplendor de la arquitectura se debe a aquellos
indianos que se enriquecieron con la industria del azúcar y el comercio de
esclavos en las colonias españolas. Algunos ya se están dando cuenta y
comienzan a renegar de ese pasado, a retirar estatuas y nombres de calles de
aquellos que posibilitaron aquel esplendor. Lo malo para ellos es que nada
queda, porque nada había, de aquella supuesta arcadia, aquella supuesta Edad
Dorada anterior a Casanova, a la pérdida de los fueros y la llegada de los
Borbones en el Siglo XVIII.
PLAZA DE TOROS LA MONUMENTAL |
Un callejón rodea
parte de la plaza y por él se accede a distintas dependencias. Para entrar al
callejón se franquea un portón a uno de cuyos lados se encuentran unas antiguas
taquillas que más bien parecen una garita. De su interior sale un personaje que
parece sacado de una novela de Eduardo Mendoza que informa toscamente de que la
visita se paga.
No se recibe una
mínima indicación, consejo o itinerario para la visita a la plaza y al museo
taurino que hay en su interior. Tras cumplir con el cancerbero nuestra
curiosidad nos lleva lo primero a tratar de acceder al ruedo. Desde los medios
la vista es deprimente. La pintura de las barreras se descascarilla a pasos
agigantados y la madera comienza a pudrirse. Los asientos de los tendidos
polvorientos y agrietados. En los palcos se ha desprendido el falso techo, lo
que deja ver las entrañas del edificio. Un señor de mediana edad permanece
sentado en el tendido mirando al infinito, recordando una tarde de triunfo de
José Tomás, o quizás uno que pudo haber sido y no fue, que son los que más
recuerdan los buenos aficionados.
En el museo taurino
unos paneles sostienen multitud de documentos y fotografías que muestran al
visitante los hitos del pasado de la plaza. Cada una tiene una mínima
explicación en un rótulo que no es más que una tirilla de papel mecanografiado
con Olivetti de los años 70. Todo, fotografías, rótulos y documentos amarillea
como si hubieran pasado más de 40 años de abandono.
Antes de salir
visitamos la tienda de souvenirs que sigue abierta para los pocos turistas que
se sienten atraídos por algo aparentemente tan exótico como el pasado taurino
de Barcelona. La tienda es un retorno al pasado. Toros y gitanas bailaoras para
colocar sobre televisores que ya no existen y postales con fotografías de
Laudrup y Romario en su época culé.
El lugar al que
peregrinaron miles de barceloneses durante tanto tiempo está esperando recibir
un golpe de gracia, una orden urbanística de derribo por peligro, para
convertirlo en un parque en el que jueguen los niños de los inmigrantes, o
quizás a que se encuentren unas ruinas fenicias en su subsuelo que justifiquen
su derribo. La Monumental
es un cementerio que aún delata la lengua y las aficiones de los muertos y que
es necesario destruir.
Y yo me pregunto qué
fue de aquellos barceloneses que acudían en masa a ver los toros. ¿No han sido
padres ni abuelos? ¿Nadie allí los reconoce como tales? ¿Dónde están sus hijos
y sus nietos? ¿Qué piensan de aquellos asesinos de animales que iban y venían
felices en una tarde de sangre y arena hablando castellano? (Los buenos
barceloneses se esmeraban en hablar castellano para distinguirse de los payeses
iletrados del interior, que sólo sabían hablar catalán; la masiva oleada de
inmigrantes charnegos de los años 50 y 60 les impulsó a lo contrario, a hablar
catalán para distinguirse de quienes les planchaban la ropa o les guardaban la
finca). El pensamiento oficial es que aquellas personas no existieron y si
existieron no se reprodujeron. Urge destruir cualquier memoria o vestigio de
ese pasado vergonzante.
Manuel del Rey
Alamillo
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