lunes, 28 de mayo de 2018

DE LA CIUDAD CONDAL TÚ ERES

A veces las conquistas borran de la faz de la tierra el presente y el pasado de los pueblos que las sufren. Otras civilizaciones más pujantes destruyen todo vestigio y trasladan su propia población, con su lengua, su cultura y su religión al nuevo territorio conquistado.

Pero otras veces la conquista se lleva a cabo de un modo más sutil. Ocurre que en algunas ocasiones los conquistadores son minoría y no pueden prescindir del sustrato humano que se encuentran, lo necesitan para seguir trabajando en las fábricas y en los campos. Por eso tienen que introducir su acervo cultural en el país sin incomodar excesivamente a esa mayoría de la que tienen necesidad. Para ello se intenta destruir su memoria de pueblo libre y unirla a la de la nueva nación.

Una de las constantes en estos casos es la transformación de los templos. Donde se rendía culto a un dios de los conquistados se cambia la estatua y el nombre del dios, y se respeta el mismo lugar. La gente se adapta, hay muchas pruebas en la historia.

Otra es la destrucción de los cementerios. Las tumbas delatan la lengua, la religión y los nombres de quienes ocupaban el lugar en el pasado. Para que la gente crea que su pasado estuvo siempre unido al de los conquistadores hace falta destruir las pruebas de lo contrario.

Digo esto porque hace un par de semanas hice con unos amigos una visita rápida a Barcelona, en la que ví cómo se ponen de manifiesto tales evidencias.

Mi amigo Enrique, taurino de pro, había jurado y perjurado que no iría a Barcelona hasta que no volviesen a celebrarse allí corridas de toros. Parece que incumplió su promesa, pero a cambio para aliviar su mala conciencia se propuso visitar los que habían sido los principales templos de la Tauromaquia en la Ciudad Condal: Las Arenas y La Monumenal.

CENTRO COMERCIAL LAS ARENAS
El coso de las Arenas se encuentra en la Plaza de España, al pie de la subida a Montjuich. Fue construida en estilo neomudéjar según el proyecto del insigne Arquitecto catalán Augusto Font Carreras, a quien se conocen otros trabajos importantes como intervenciones en la Basílica del Pilar de Zaragoza, en las catedrales de Gerona y Tarragona y sobre todo la terminación de la fachada de la catedral de Barcelona en estilo neogótico. La plaza, con capacidad para más de 14.000 espectadores, fue inaugurada en el año 1900 y en ella se celebraron corridas de toros hasta 1977.

En las Arenas no se celebran ya espectáculos taurinos. El edificio conserva hoy su valor arquitectónico gracias a que ha sido transformado en un centro comercial. De un templo lúdico del siglo XX a un templo consumista del siglo XXI.

La visita continuó por Las Ramblas no sin antes imaginar y desear que un astado del Duque de Veragua de los que inauguraron la plaza apareciese en mitad del centro comercial, cual Jesucristo en el templo, y causase el pánico entre los clientes.

En Las Ramblas no llegamos a ver a la Negra Flor, ya que a la altura de la Plaza Real nos introdujimos en el Barrio Gótico, para cruzarlo en dirección a la Monumental.

Del gótico o más bien falso gótico del barrio del mismo nombre se pasa al Modernismo del Eixample sin solución de continuidad. No hay restos renacentistas ni barrocos apenas en Barcelona. De lo medieval se pasa al Siglo XIX. Eso muestra bien a las claras lo que ha sido el pasado de Cataluña. Todo lo que el visitante viene a admirar fue obra de catalanes que vivieron en una época en la que el país estuvo íntimamente unido al proyecto español. Todo, el desarrollo industrial, el crecimiento urbanístico, el esplendor de la arquitectura se debe a aquellos indianos que se enriquecieron con la industria del azúcar y el comercio de esclavos en las colonias españolas. Algunos ya se están dando cuenta y comienzan a renegar de ese pasado, a retirar estatuas y nombres de calles de aquellos que posibilitaron aquel esplendor. Lo malo para ellos es que nada queda, porque nada había, de aquella supuesta arcadia, aquella supuesta Edad Dorada anterior a Casanova, a la pérdida de los fueros y la llegada de los Borbones en el Siglo XVIII.

PLAZA DE TOROS LA MONUMENTAL
La Monumental se aparece con la silueta de la Sagrada Familia al fondo. Fue construida en 1914 por el Arquitecto Joaquim Raspall y posteriormente ampliada por Ignasi Mas y Domingo Sugrañes (este último colaborador de máxima confianza de Gaudí y continuador de las obras de la Sagrada Familia). Estilo neomudéjar y capacidad para más de 24.000 espectadores. Su dimensión y el hecho de convivir durante años con otras dos plazas de toros nos da una idea de la afición que existía en Barcelona a la Fiesta Nacional.

Un callejón rodea parte de la plaza y por él se accede a distintas dependencias. Para entrar al callejón se franquea un portón a uno de cuyos lados se encuentran unas antiguas taquillas que más bien parecen una garita. De su interior sale un personaje que parece sacado de una novela de Eduardo Mendoza que informa toscamente de que la visita se paga.

No se recibe una mínima indicación, consejo o itinerario para la visita a la plaza y al museo taurino que hay en su interior. Tras cumplir con el cancerbero nuestra curiosidad nos lleva lo primero a tratar de acceder al ruedo. Desde los medios la vista es deprimente. La pintura de las barreras se descascarilla a pasos agigantados y la madera comienza a pudrirse. Los asientos de los tendidos polvorientos y agrietados. En los palcos se ha desprendido el falso techo, lo que deja ver las entrañas del edificio. Un señor de mediana edad permanece sentado en el tendido mirando al infinito, recordando una tarde de triunfo de José Tomás, o quizás uno que pudo haber sido y no fue, que son los que más recuerdan los buenos aficionados.

En el museo taurino unos paneles sostienen multitud de documentos y fotografías que muestran al visitante los hitos del pasado de la plaza. Cada una tiene una mínima explicación en un rótulo que no es más que una tirilla de papel mecanografiado con Olivetti de los años 70. Todo, fotografías, rótulos y documentos amarillea como si hubieran pasado más de 40 años de abandono.

Antes de salir visitamos la tienda de souvenirs que sigue abierta para los pocos turistas que se sienten atraídos por algo aparentemente tan exótico como el pasado taurino de Barcelona. La tienda es un retorno al pasado. Toros y gitanas bailaoras para colocar sobre televisores que ya no existen y postales con fotografías de Laudrup y Romario en su época culé.

El lugar al que peregrinaron miles de barceloneses durante tanto tiempo está esperando recibir un golpe de gracia, una orden urbanística de derribo por peligro, para convertirlo en un parque en el que jueguen los niños de los inmigrantes, o quizás a que se encuentren unas ruinas fenicias en su subsuelo que justifiquen su derribo. La Monumental es un cementerio que aún delata la lengua y las aficiones de los muertos y que es necesario destruir.

Y yo me pregunto qué fue de aquellos barceloneses que acudían en masa a ver los toros. ¿No han sido padres ni abuelos? ¿Nadie allí los reconoce como tales? ¿Dónde están sus hijos y sus nietos? ¿Qué piensan de aquellos asesinos de animales que iban y venían felices en una tarde de sangre y arena hablando castellano? (Los buenos barceloneses se esmeraban en hablar castellano para distinguirse de los payeses iletrados del interior, que sólo sabían hablar catalán; la masiva oleada de inmigrantes charnegos de los años 50 y 60 les impulsó a lo contrario, a hablar catalán para distinguirse de quienes les planchaban la ropa o les guardaban la finca). El pensamiento oficial es que aquellas personas no existieron y si existieron no se reprodujeron. Urge destruir cualquier memoria o vestigio de ese pasado vergonzante. 

Manuel del Rey Alamillo

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