La pintura, al igual que otras artes, resulta un instrumento muy valioso para conocer modos y costumbres de otras épocas. En concreto, en lo que aquí nos interesa, sobre el modo de vestir. Tenemos vestigios históricos o arqueológicos que nos pueden aportar algunas ideas sobre épocas pretéritas, pero es muy fácil que el paso del tiempo les haya terminado afectando. También la literatura, pero por muy precisa que sea nunca podrá equipararse a la imagen visual. Por lo tanto, a falta de fotografía o cine, la pintura se convierte, quizás junto con la escultura, en la más útil de las artes para nuestro estudio.
Si visitamos un museo y examinamos la pintura profana desde el punto de vista del vestido, veremos que en cada sala nos encontramos un estilo homogéneo, puesto que las salas se suelen distribuir según épocas y países. Por tanto, llegamos a la conclusión de que el modo de vestir está influido por condiciones morales, culturales, económicas, etc., de ahí que en ocasiones nos encontremos con un mayor gusto por lo exuberante o por lo ostentoso y en otras se prefiera lo simple o austero.
La otra tónica evolutiva sería la que marcan dos tendencias opuestas: bien resaltar a la propia mujer, la belleza de su figura; o bien que el vestido sea un fin en sí mismo, objeto principal de belleza, convirtiendo a la mujer en un simple perchero o maniquí.
Para este trabajo me he encontrado con dos importantes limitaciones: una, no existe una pintura de suficiente calidad y detalle como para que nos pueda servir hasta bien entrada la Edad Media ; la otra, hasta el Siglo XV toda la pintura es religiosa, por lo que está determinada por factores ajenos al modo en que en esa época vistiesen las féminas.
Por ello, comenzamos este estudio con el optimismo y la apertura al mundo propios de la Baja Edad Media, continuaremos con el Renacimiento y su pasión por la figura humana; el exceso y la exuberancia del Barroco; y la Ilustración y su vuelta a los principios clásicos.
Normalmente solemos imaginar la Edad Media como una época oscura, de gentes de vida austera y gustos primarios que veían el mundo a través de una pequeña ventana desde construcciones de gruesos muros de piedra.
Siendo cierto que se trató de una época de escaso desarrollo económico, en la que la inmensa mayoría de la población sólo podía pensar en trabajar para sobrevivir, sin embargo las pinturas que nos han dejado muestran un gusto evidente por los colores vivos.
La pintura medieval podría definirse en cuanto al color, por la utilización de colores primarios, muy vivos, y por una luz que emerge de las propias figuras, contrariamente a lo que sucede en el Barroco, en el que los protagonistas reciben una luz externa incluso al propio lienzo.
En cuanto a la moda, en esa época la gente del pueblo no cuida su indumentaria, únicamente busca en ella abrigo y comodidad, de ahí que no se llegue ni tan siquiera a teñir la ropa.
Se da la circunstancia de que los pigmentos necesarios para teñir la ropa de una forma efectiva suelen ser muy caros, al elaborarse en países lejanos, por lo que solamente están al alcance de una minoría muy selecta.
Es en la época de las Cruzadas cuando algunos nobles entran en contacto con la moda oriental, mucho más rica y colorida, y de vuelta a sus castillos traen consigo prendas para sus mujeres y los codiciados pigmentos que sirven para darles color. Y la nobleza de la época comienza a lucir el color, junto con las joyas y las piedras preciosas, como una señal de ostentación de significación de su riqueza y poder.
PINTURAS DE LAS MUY RICAS HORAS DEL DUQUE DE BERRY |
Dado que la mayor parte de los cruzados provienen de Francia, es ese país el que se muestra a la vanguardia de las nuevas tendencias, y así será hasta hoy.
En pintura, la colección que mejor serviría para mostrarnos la moda femenina bajomedieval sería un libro de horas iluminado, Las muy Ricas Horas del Duque de Berry, elaborado por los hermanos Limbourg, cuyo original se encuentra en el Museo Condé, en el castillo de Chantilly.
PINTURAS DE LAS MUY RICAS HORAS DEL DUQUE DE BERRY |
Como se puede ver, las damas visten prendas de colores variados, pero generalmente vivos, aderezados con incrustaciones de pedrería y oro. Es ese gusto por el color lo primero que llama la atención.
Pasando a otros aspectos de su indumentaria, vemos que su aspecto es muy cuidado, nada desaliñado, con cabellos recogidos o trenzados y siempre adornados con un tocado.
Los vestidos cubren casi toda su anatomía, dejando solamente a la vista la cara, el cuello y las manos. Escotes cuadrados o inexistentes. Pese a ello, las telas parecen ser livianas y en la parte superior ceñidas, por lo que no ocultan las formas del cuerpo femenino.
MODELO DE VALENTINO |
Como despedida, veamos en este modelo de Valentino que la moda bajomedieval, con escasos retoques, podría ser perfectamente homologable en nuestros días. Como dice el Eclesiastés, nada luce nuevo bajo el sol.
Manuel Del Rey Alamillo
Manuel Del Rey Alamillo
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