Como bien es sabido, las Cofradías en nuestra sociedad son unos instrumentos potentes de llamamiento o reclamo social. Se organizan en las mismas como grupos pertenecientes a una Parroquia y colaboran por el bienestar de la Cofradía y, por ende, de la Parroquia. Las hermandades y cofradías han contribuido enormemente al florecimiento de la vida cristiana entre nosotros mismos. Estas asociaciones religiosas han aportado un importante caudal a la vida espiritual de nuestro pueblo y actualmente continúan alimentando la vida cristiana de muchos católicos repartidos por toda nuestra geografía.
En esta vida cristiana conviene distinguir entre lo importante y lo secundario, un ejemplo de esta confusión, podría ser la supervaloración de las promesas o las ofrendas: “no asisto a Misa del Domingo, pero voy cada viernes a visitar a la imagen de mi devoción.”
Y es que ser cofrade cristiano no puede limitarse a unas prácticas religiosas exigidas por unos Estatutos, se tiene que notar en la vida diaria. Hay que ser cristiano de corazón y no conformarse con serlo solo de devociones. Es necesario hacer descubrir a nuestra gente menos formada, la riqueza de nuestra fe y qué es lo esencial, entonces se actuará de otra manera y las prácticas religiosas las realizarán no como una obligación, sino como una necesidad interior.
Las cofradías no se entienden sin su estética y su manera de vivir la fe, sin ella no seríamos una cofradía, sino una asociación de fieles, sin la fe no serían lo que son, serían una asociación histórico-cultural, pero no una cofradía.
Desde la Iglesia se nos llama continuadamente a la necesidad de una formación progresiva y adecuada: “Para que los laicos puedan desempeñar adecuadamente y con celo sostenido esta misión, necesaria e ineludible hoy más que nunca, tenemos que ofrecerles instrumentos de formación de su ser cristiano y de su vocación peculiar. Hay que reconocer a los laicos el derecho que tienen a recibir formación en la Iglesia. Ellos , a su vez, tienen la responsabilidad de esforzarse por formarse más y mejor con la ayuda de los pastores y con los medios con que cuenta la comunidad cristiana a este respecto (Apostolicam Actuositatem n.29).” Sin embargo, con juicio crítico al respecto, encontramos que este movimiento cofrade y cristiano puede resultar en algunos casos demasiado básico, cuando no, repleto de desorientaciones o contradicciones.
Los cofrades de nuestro tiempo alcanzan unas personalidades religiosas y formativas de lo más variadas, no solo a nivel individual y personal, sino también difieren entre sí de unas provincias y ciudades a otras. Siguiendo en esta línea, hemos de destacar una característica esencial que nos encontramos: existe una diversidad formativa, cristianamente hablando, que no puede ser tratada del mismo modo y en todos los casos, ya que corremos el riesgo de realizar tareas educacionales demasiado simples para unos, o demasiado complejas para otros; esto es, aburrir a los que disponen de una mejor formación, o ahuyentar a los que disponen de menor formación por no entender determinados conceptos o prácticas habituales.
La realidad a la que hemos de hacer frente en nuestra sociedad es de todos bien conocida: secularización, abandono de los sacramentos, aborrecimiento por todo lo que implique orden, mandato o precepto preestablecido, es decir, a las mismas estructuras de la Iglesia , carencia (en ocasiones profunda) de la fe, etc. La única forma posible de enfrentar estos y otros muchos problemas –la mayoría provocados por una posición pasiva, acomodada y despreocupada del laico-, ha de ser logrando la superación de esta formación deficiente desde una perspectiva y posición misionera que se nos ha encomendado. Es el único modo de poder cumplir con éxito la finalidad de tener una atención prioritaria a la educación básica y permanente de los fieles cristianos en el seno de las Hermandades.
“Todos ellos (asociaciones, movimientos y agrupaciones de fieles) alcanzarán tanto mejor sus objetivos propios y servirán tanto mejor a la Iglesia , cuanto más importante sea el espacio que dediquen en su organización interna y en su método de acción, a una seria formación religiosa de sus miembros. En este sentido, toda asociación de fieles en la Iglesia debe ser, por definición, educadora de la fe (Catechesi tradendae, n.70).
Si bien, también hemos de partir de la idea de que la formación es una opción libre en la que el cofrade participa o no voluntariamente en función del interés que le despierte y del grado de concienciación que logremos transmitirle. Pero tal y como se deduce de lo expuesto, se nos exige (y se nos ha de exigir) una formación cristiana adecuada hacia nuestros cofrades. Y así pertenecer y formar parte de este grupo parroquial de un modo óptimo, positivo y fructífero. Conociendo y practicando la fe cristiana de un modo acertado, sin desviaciones ni contradicciones.
Francisco de Asís Linares Martínez
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