La respuesta es sí. Pero eso lo vamos a dejar para más adelante, antes haremos una breve introducción para situarnos en el tema en cuestión.
Cualquier intervención quirúrgica requiere de tres pilares fundamentales, controlar la hemorragia, el dolor y la infección. Estos pilares, aunque muy simplificados, conllevan que las operaciones, por mínimas que sean, necesiten de una infraestructura material y humana nada sencilla, que aporta la seguridad y la eficacia que buscamos al realizarlas.
Así pues, intervenciones frecuentes, que hoy en día llegan a banalizarse, fuera de un contexto sanitario adecuado serían tremendamente peligrosas y sujetas a múltiples fallos que, pondrían en riesgo la vida del paciente.
La apendicectomía o extirpación quirúrgica del apéndice ileo-cecal, se trata de una de las operaciones más frecuentes realizadas en todos los hospitales del mundo, y la más frecuente como intervención urgente. En nuestro Hospital Reina Sofía la media es de aproximadamente unas dos apendicectomías al día. Es por ello que la consideramos como algo anodino, poniéndose “el grito en el cielo” si una complicación surge secundaria a la misma.
Puede ser realizada mediante diferentes abordajes como abierta o por vía laparoscópica que, muchos pacientes la nombran “por láser”, algo que la tecnología no ha conseguido aún, pero vamos, todo se andará. El procedimiento en sí, no deja de ser complejo, por muy simple que los profesionales lo adornemos, pues conlleva una serie de mecanismos muy mecanizados, valga la redundancia, para que todo vaya sobre ruedas.
Os describiré brevemente el procedimiento, todo ello para dar una idea vaga de la interesante e increíble historia que os voy a contar. Dicha historia, a lo mejor será conocida por algunos de vosotros pero lo que trato en este artículo es exponerla desde el punto de vista de un cirujano y realmente os digo que sé de lo que hablo.
Todo comienza en la sala de urgencias cuando un paciente es valorado por un dolor a nivel del flanco derecho, junto con algo de fiebre y una analítica alterada. Entonces el médico de urgencias contacta con el cirujano por un posible diagnóstico de apendicitis, el cual, si se retrasa en el tratamiento, ésta puede evolucionar a peritonitis y muerte. Si no está claro, será necesario realizar alguna prueba de imagen tipo ecografía o incluso TAC. Una vez el diagnóstico está confirmado, se contacta con el anestesista y con la enfermería para que el quirófano está preparado, o sea, mesa y luces de quirófano , torre de ventilación, monitores, equipo eléctrico, y el instrumental quirúrgico. Es necesario además, un equipo humano compuesto por al menos un anestesista, una enfermera instrumentista, una enfermera circulante y una auxiliar de enfermería y dos cirujanos como mínimo. La anestesia implica una monitorización de todas las constantes vitales en cada momento, ventilación mecánica, administración de fármacos para el dolor, para sedar al paciente y para relajar su musculatura. El cirujano a su vez, antes de la incisión deberá advertir que se administre el antibiótico adecuado, se hará un lavado quirúrgico riguroso y se vestirá con la indumentaria estéril que se le aporta. Tras ello, coloca el campo estéril sobre el paciente, ya anestesiado, y procede a la intervención con su inseparable bisturí eléctrico. El posoperatorio, transcurre en planta, cómodamente instalado con su antibiótico, analgésicos y demás medicación para paliar los efectos de una operación abdominal.
Como se puede ver, una sencilla operación se convierte en una compleja sinfonía que precisa de una orquesta bien coordinada y dirigida para su correcta ejecución. Pues bien, todo esto se va al traste cuando la apendicitis en cuestión, surge en una estación militar rusa en mitad de la Antártida, con la estación más cercana a más de 3000 kilómetros de distancia y todas ellas sin aviones disponibles. Esto fue lo que le sucedió en la mañana del 29 de abril de 1961 al médico y cirujano Leonid Rogozov que, prestando servicio militar en dicha estación, empezó a mostrar signos de peritonitis localizada en flanco derecho, lo cual mosquea bastante sobre todo si eres cirujano porque sabes lo que viene detrás. El día siguiente ya no había duda y los signos se hicieron más evidentes. En este contexto, Rogozov no disponía de otra opción: debía operarse a sí mismo!!!
No se realizó analítica alguna., ecografía o TAC, tampoco se avisó a ningún anestesista, porque estaba claro que desde Rusia no iban a llegar a tiempo, no había ni enfermeras ni auxiliares y mucho menos algún colega cirujano o por lo menos algún médico para ayudarlo. Eso si, no tuvo que esperar a que el quirófano estuviera disponible ni firmar ningún consentimiento informado.
La intervención la realizó mediante anestésico local, con un espejo y la ayuda de un mecánico de tractores. En la misma y tras una incisión de 12 cm, se evidenció, una apendicitis aguda evolucionada que le obligó a inyectarse antibiótico dentro del abdomen. Leonid experimentó momentos de flaqueza durante la operación por lo que tuvo que interrumpirla en varias ocasiones, hasta que tras dos horas terminó la intervención (se realiza normalmente en 25 minutos). Tras un posoperatorio durísimo en dos semanas Leonid volvió a su actividad diaria.
Pocas veces es documentado de forma tan exacta como el hombre puede superar cualquier tipo de obstáculo o miedo para lograr su propia supervivencia. La autoagresión es algo contrario a la naturaleza animal y sólo el hombre es capaz de automutilarse para conseguir salvar la vida, venciendo gracias a la razón a sus instintos animales. Este caso, es sorprendente no sólo desde el punto de vista anecdótico sino también desde el punto de vista médico, ya que una autoagresión mantenida, con control sobre la situación, teniendo que realizar un procedimiento manual y mental de alta complejidad hacen que esta historia sea excepcional, y por supuesto el doctor Rogozov sea ejemplo de lo sobresaliente.
“ A job like any other, a life like any other” “ Un trabajo como cualquier otro, una vida como cualquier otra”.
-Leonid Rogorov.
Dr. Alvaro Arjona Sánchez.