Y comenzó el curso escolar,
parecía que nunca iba a llegar o que incluso se iba a suspender antes de su
inicio, pero ha llegado, y a los padres nos ha aliviado a la vez que estresado
y confundido.
Eran seis meses con los peques
en casa, en nuestro caso con tres niños de seis, cinco y dos añitos. Cierto es
que han sido meses intensos y agotadores, pero por otro lado, hemos vivido en
una burbuja, todo lo teníamos controlado, estábamos sanos y salvos, además
hemos podido compartir en familia un tiempo que también ha supuesto riqueza,
aprendizaje, conocimiento…un regalo dentro de todo el desastre que había fuera.
Ya a finales de agosto, todos
estábamos cansados, los niños aburridos de siempre lo mismo, a pesar de que los
tres han jugado y compartido fenomenal, además de que sus primas se han
convertido en cómplices y compañeras de juegos a falta de amiguitos. Como
madre, deseaba que comenzara el cole a ratos, el miedo y la preocupación me
superaban y no hacía otra cosa que mirar las noticias, los números de contagios,
pensaba que no llegaríamos al 10 de septiembre con cifras adecuadas para que
las puertas del cole se abrieran. Y a pocas semanas, fuimos preparando las
mochilas, comprando uniformes nuevos, forrando libros…y los niños sonreían, se
ilusionaban con el nuevo curso, e incluso llegaban a dar saltos de alegría
literalmente cuando llegué a casa con el material escolar. Yo no sabía si
animarles y hacerles vivir los preparativos con la alegría propia de años
anteriores o mantener la calma y hablarles de que a lo mejor no, o a lo mejor
sí habría cole pero de otra manera diferente a lo que ellos recordaban.
Decidimos que eran niños, que merecen vivir las cosas como niños y que su
ilusión debía contagiar la nuestra. Y yo, realmente he hecho de tripas corazón,
he intentado trasmitir sobre todo paz, y ellos me han demostrado una vez más
que los adultos subestimamos a los niños. Han preguntado sin miedo que cómo iba
a ser, han aceptado respuestas que no esperaban con una madurez increíble, y mi
pequeño sonríe a su seño cuando entra a la guardería a pesar que solamente le ve
los ojos mientras le toma la temperatura.
Estas dos semanas primeras de
cole, han sido para ellos un regalo, son otros, se han transformado, han
recuperado una parte de ellos mismos que estaba en letargo.
En nuestra familia esto ha
supuesto también renuncias, desde que comenzaron las clases solamente vemos a
los abuelos de paseo en la calle, y si vemos a las primas en el campo la mascarilla es obligatoria.
Renuncias y sacrificios para proteger, cuidar a los que más queremos, y aportar la parte que como ciudadanos nos
corresponde. No entro en la responsabilidad que tienen nuestros dirigentes, ya
que tendría folios y folios por escribir, entro en la responsabilidad propia,
en la mía y en la nuestra como familia. Viene un otoño e invierno incierto, hay
que sacrificar salidas, encuentros con personas, como familia nos vamos a
limitar a lo fundamental, teniendo muy claro que el trabajo y la escuela son
imprescindibles. Mis hijos han recuperado su vida, y no hablo de lo académico,
que también, hablo de la otra mitad además de su casa, su desarrollo entre
iguales, la disciplina que imprime el cole, su mundo, lo que les convierte en
quienes son. Y lo ponemos todo en manos del Señor, Él que todo lo sabe y todo
lo puede, no estamos solos. Madre, cuida de todos, cubre con tu manto a mis
niños y a esta familia que como tantas implora tu auxilio.
Esperanza Ortiz Lora