Obispo Trevilla |
Si hay un acontecimiento que ha marcado la historia de la Semana Santa
cordobesa y ha condicionado su forma de vivirla en las calles fue el reglamento
publicado por el obispo Trevilla en 1820. Hasta entonces la Semana Santa
cordobesa, con sus características y devociones propias, había seguido una
evolución similar a la de otras ciudades de su entorno. Hasta mitad del siglo
XVIII, en las parroquias de la ciudad existían numerosas hermandades, que
cultivaban la devoción a las advocaciones de las imágenes de cristos, vírgenes
y santos que se habían proliferado al calor de la Contrarreforma. Y
en Semana Santa, preferentemente el Jueves y el Viernes Santo, salían en
procesión camino de la
Santa Iglesia Catedral, siendo acompañadas de los hermanos de
luz y los flagelantes.
Desde mitad del siglo XVIII diversos obispos ilustrados
trataron de amoldar la religiosidad popular a los nuevos tiempos, regulando su
forma de vestir, los horarios, evitando las horas de la noche por ser más
propicias a desórdenes, y prohibiendo las representaciones con personas reales,
las flagelaciones, y otras manifestaciones que la minoría ilustrada consideraba
ya supersticiosas y ofensivas para el buen gusto. Pero en eso no fue Córdoba
una ciudad distinta de otras capitales vecinas. También es cierto que desde
principios del siglo XIX las hermandades entraron en un declive considerable,
desapareciendo muchas de ellas, debido a que quienes las habían venido
sosteniendo, la aristocracia y la burguesía, se alejaron de la religiosidad
popular y comenzaron a frecuentar otros ámbitos más mundanos.
Pero si quedaba algo de la religiosidad popular vinculada a la Semana Santa , con
ello acabó el mencionado obispo Trevilla con su reglamento, en el que reducía
los desfiles procesionales a uno solo en la tarde del Viernes Santo, llegando
incluso a establecer las advocaciones que habrían de participar, que serían
solamente la de la Oración
en el Huerto, Jesús atado a la columna, Jesús Nazareno, Jesús Crucificado,
Santo Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad , habiendo de procesionar por ese orden,
acompañada cada una de su hermandad. Se prohíben los tradicionales hábitos y se
preceptúa que los hermanos habrán de usar traje común y ordinario. Y se
suprimen palios, oros, joyas, alhajas, etc.
El efecto fue la falta de interés de las hermandades por
participar en ese Santo Entierro que les despojaba de su personalidad y
tradición y la desaparición total de las procesiones de Semana Santa en
Córdoba.
Ello hasta 1849, cuando se instaura un modelo que va a dejar profunda
huella, las más de las veces perniciosa, en las costumbres del pueblo cordobés,
las cuales son aún visibles. El citado año, se organiza un desfile oficial de
Santo Entierro en la tarde del Viernes Santo a iniciativa del Ayuntamiento, que
convoca a los diversos colectivos de la ciudad para que colaboren y participen.
Las imágenes que participaron y así se mantuvo durante muchos años con pequeñas
variaciones, fueron las de Jesús en el Huerto, Jesús atado a la Columna , Jesús Caído,
Jesús Nazareno, Cristo de Gracia, Nuestra Señora de las Angustias, Santo
Sepulcro y Virgen de los Dolores.
Hagámonos cargo de la situación. El desfile lo organiza el
Ayuntamiento, y participan en él las principales autoridades y personajes de la
ciudad. Las hermandades tienen muy pocos miembros porque se les ha privado de
su función principal. Sin embargo las imágenes siguen teniendo mucha devoción
popular. Mucha gente, sin ser hermanos, desea participar en el cortejo, y para
ello se sitúa detrás del último paso, el de la Virgen de los Dolores, las
mujeres vistiendo la prenda tradicional, la mantilla . Los otros, como es la
única procesión de toda la
Semana Santa , y además tienen curiosidad por ver de cerca a
los participantes, cogen sitio en las calles varias horas antes y amenizan la
espera comiendo pipas o lo que se comiese en esa época. El obispado se
desentiende de la organización, tanto que el desfile deja de acudir a la Catedral y se desarrolla
por las calles del centro de la ciudad, pasando por los edificios cívicos más
importantes.
Mientras, en ciudades como Sevilla, el movimiento romántico y
su interés por lo popular y lo ancestral, consigue recuperar una Semana Santa
evolucionada pero tradicional, manteniéndose la mayoría de las hermandades que
existían dos siglos antes. El movimiento cofrade sigue siendo pujante y vivo,
con gran presencia en todos los ámbitos de la ciudad. Las procesiones siguen
acudiendo, como siempre, a la
Catedral a efectuar su estación de penitencia, se ha creado
una organización y orden en su discurrir, una estética particular de cada una
en concreto y de todas en general, no se entiende la devoción sin la hermandad,
y por tanto que se quiera participar sin ser hermano y a nadie se le ocurre
ponerse en la calle dos horas antes a comer pipas a esperar a que pase una
procesión cuando hay media docena en la calle. Las mantillas siguen siendo una
prenda que se usa para salir a la calle en estos días y no un disfraz para
participar en una procesión.
Las primeras décadas del siglo XX ven resurgir tímidamente el
movimiento cofrade en Córdoba. Se crean nuevas hermandades, que incorporan sus
imágenes a la procesión del Santo Entierro, como es el caso de la Expiración o el
Calvario, y al mismo tiempo, otras, sin dejar de participar en aquél, se
reivindican procesionando otro día de la semana por el entorno de su parroquia
y su barrio, como es el caso del Jesús Caído.
Durante la posguerra surge un movimiento de exaltación
religiosa y patriótica que favorece la aparición de nuevas hermandades y desde
las autoridades civiles se impulsa este movimiento. Es la época de la fundación
de algunas de las hermandades más emblemáticas de nuestra ciudad (Animas, Paz,
Buena Muerte, Esperanza, Sentencia, Rescatado, Misericordia, Caridad, Pasión y
Descendimiento) y la recuperación de otras, las más antiguas, que habían
quedado en estado casi de hibernación, como Dolores, Angustias, Caído o Huerto.
El modelo organizativo y estético sevillano se ha terminado
por consolidar en nuestra Semana Santa. Ello no impide que el marco en el que
se desarrollan los desfiles procesionales sea único, que cada parroquia de
barrio imprima un sello y que contemos con artesanos propios de mérito.
Mientras, la democracia ha traído consigo un paso atrás por
parte de las instituciones, que quieren guardar las distancias para no poner en
compromiso su laicidad, al mismo tiempo que la Iglesia , tan remisa en
otro tiempo a dar cobijo a la piedad popular, le ha vuelto a dar su sitio y su
protagonismo a medida que ha visto cómo los hijos de aquellos que saludaron con
alborozo la revolución litúrgica del Concilio Vaticano II, han vaciado los
templos y llenado las playas y los centros comerciales.
Manuel Del Rey Alamillo