Difícilmente se podrá encontrar a alguien que ignore la situación de crisis que está viviendo Grecia. Estamos continuamente oyendo noticias sobre la troika, el referéndum, Tsipras, el corralito, Varoufakis, a favor y en contra.
Dentro de las posturas favorables a la “pobre Grecia” me llama la atención la adoptada por algunos colegas míos, “yo voy con Grecia”, y que puedo resumir en el comienzo de un mensaje que me dirigía uno de ellos: “Creo que es un momento difícil para ese país que tanto nos da”.
¿Es eso cierto?
Los profesores de griego vemos con simpatía todo lo relacionado con la lengua y cultura griegas, es nuestra profesión, pero también afición. Sin embargo, es posible que nos perdamos en ello.
En primer lugar, aunque resulte pedante, es necesario decir que Grecia como país no existe hasta finales de la década de los años veinte del siglo XIX, tras un proceso de independización del imperio otomano, que fuerzas nacionalistas surgidas en el siglo XVIII, la época del Romanticismo, llevaron a cabo, aprovechando la primera revolución del siglo XIX, la comenzada, sí, en España, con la sublevación de Riego de 1820, que dio paso al trienio liberal.
Es conocida la llegada de intelectuales europeos, no eran solo “abajofirmantes” como ahora, en auxilio de estos nacionalistas; eran intelectuales llamados por el pasado glorioso de este pueblo, que fue aprovechado por los nacionalistas griegos para obtener refuerzos y apoyo.
Ese fue el caso de Lord Byron, el poeta romántico inglés, que pudo superar su decepción al ver la realidad de ese país idealizado. También es verdad que Lord Byron ya había viajado por esas tierras. Allí encontró la muerte, de paludismo, tres meses después de llegar.
Este es un cuadro de su llegada a Misolongi, de Teodoros Vryzakis.
No lo consiguió Pushkin y, por poner un ejemplo traumático, tenemos a John Ruskin, esteta victoriano, que descubrió horrorizado la realidad de los órganos genitales femeninos y el vello púbico la noche de su boda, en abierto contraste con sus ideales estéticos del cuerpo humano, basados en la visión ideal de la escultura griega; unos años más tarde su esposa pidió la anulación de un matrimonio no consumado.
Lo cierto es que los griegos no conocieron la unidad política independiente, pues fueron tanto Filipo II como su hijo Alejandro Magno, reyes macedonios, los que la impusieron, y después los romanos pusieron orden en el caos de los reinos helenísticos.
Existió, sin embargo, un sentimiento panhelénico, que se daba en contadas ocasiones y personas.
A los griegos les debemos muchas cosas, les debemos los géneros literarios y los primeros sistemas y reflexiones políticos, también la filosofía.
Los primeros filósofos fueron los milesios, Tales, Anaximandro, Anaxímenes; Mileto se encuentra en lo que hoy es Turquía, que quiere entrar en la Unión Europea.
Esparta fue durante mucho tiempo modelo de sociedad ideal, por lo “igualitaria”.
Si Atenas fue la cuna de la democracia, también lo fue de Platón, uno de los grandes teóricos contra ella.
Atenas, cuna de la democracia, es cierto, en el siglo V a.C., el siglo de Pericles, pero el amigo de éste, Anaxágoras, tuvo que huir acusado de impiedad; Sócrates, ateniense, fue condenado a beber la cicuta, acusado de corromper a la juventud y de impiedad; y, por último, Aristóteles se vio obligado a abandonar su escuela (había sido tutor de Alejandro Magno), para que Atenas no volviera a atentar contra la filosofía.
Existe legado griego, claro, pero multiforme y, sobre todo, debe evitarse la idealización y, por supuesto, no trasladarlo a la situación actual, muy complicada y de origen diverso, de cuya responsabilidad no escapan los propios griegos, que han vivido por encima de sus posibilidades, con un crecimiento desmesurado del sector público.
Aunque no es el único país que lo ha hecho.
Manuel Millán Gómez