jueves, 2 de abril de 2015

MEDITACIONES BAJO LA TRABAJADERA

Para un costalero la Semana Santa comienza conforme pasa el Rey Baltasar ya que a los pocos días, si no lo ha hecho antes, recibe la comunicación con el día de la igualá y con los días de ensayo.

Ese día es el día de volver a sacar los arreos y preparar el costal, la faja y las zapatillas que con tanto mimo guardo después de la ultima estación de penitencia.

El día de la igualá es un día de alegría ya que vuelves a ver a tus hermanos de costal, a muchos de los cuales no has vuelto a ver desde la semana santa pasada y con los que has compartido muchas vivencias debajo de la trabajadera.

Luego vendrán los ensayos para volver a coger sensaciones y lo que es más importante, para recordarle al cuerpo lo que va a pasar el día de salida.

Centrándonos en la semana santa en cuestión un mes antes ya estamos mirando todas las páginas habidas y por haber relacionadas con el tiempo, somos así de masocas que le vamos a hacer. Este año es distinto ya que el Lorenzo ha decidido no perderse ningún detalle de la semana.

Yo en particular el día de antes ya empiezo con el pellizco en el estomago ese mismo día dejaré ya todo preparado, todo bien planchado y doblado.

El mismo día de salida ese pellizco se hace aun mayor si cabe, ya que la cabeza nos dice que es inminente la cosa. Ese día son idas y venidas por el pasillo de casa con la mirada perdida y los sentimientos a flor de piel.

Luego a media mañana me dirijo al cocherón a verle la cara y hablar con él un ratito, después comida y a vestirse que llega la hora de que el capataz nos reparta el trabajo.

Una vez repartido el trabajo empieza el ritual de vestirnos, el costal sin arrugas, bien fajados. Terminado todo el proceso nos dirigimos al cocherón, una vez dentro se palpa la concentración total, todo es silencio, nadie habla, cada uno esta con sus pensamientos y de repente suena el martillo, señal de que tenemos que meternos debajo del paso. El hermano mayor nos dedica unas palabras y rezamos a Nuestros Titulares.

Se vuelve a hacer el silencio más absoluto, si puede ser, en la oscuridad del paso junto a la del cocherón solo se oye la respiración de 35 almas que saben que van a ser los pies del Señor.

De repente claridad, el cocherón se ha abierto suena el martillo del capataz y desaparece el pellizco. Salimos a la calle con los sones del Himno Nacional y nos metemos en la pelea.

Mientras estamos debajo de la trabajadera nadie habla cada uno se dedica a hacer su trabajo y a hablar con el de arriba.

Después de 6 horas en la calle enfilamos la cuesta, ya estamos en casa sólo nos queda un último esfuerzo.

Finalmente en el cocherón todo son abrazos y alegría por un trabajo bien realizado y alguna lagrima se escurre por las mejillas.

Antes de salir del cocherón una ultima mirada al Señor pidiéndole salud para volver a ser sus pies la próxima semana santa.

       Rubén David Ramiro Barrantes

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